En la gran partida de ajedrez global que se desarrolla exquisita y regionalmente en el noreste y sudeste de Asia entre Estados Unidos (EU) y China, uno de sus principales cuadrantes lúdicos se concentra en la península coreana, donde desde la primavera se intensificó la colisión entre Pyongyang y Seúl debido al extraño hundimiento de una embarcación sudcoreana (con casi medio centenar de muertos), de lo que Occidente, encabezado por la dupla anglosajona de EU y Gran Bretaña (GB), culpó científicamente a Norcorea, lo cual curiosamente no ha sido avalado por China ni por Rusia.
Graves tensiones se han acumulado ominosamente en fechas recientes tanto al este como al norte de Asia –extensivas a India– y que estallaron en la diminuta isleta de Yeonpyeong –en el candente Mar Amarillo–, de solamente 7.01 kilómetros cuadrados y de mil 300 habitantes, perteneciente a Sudcorea, donde estacionó mil soldados en la cercanía de la disputada área marítima entre los dos países, que hoy viven la exacerbación fratricida, azuzada, fuerzas foráneas.
Cuatro intersecciones desembocaron en el intercambio de artillería en la isleta de Yeonpyeong entre las dos Coreas, del Norte y del Sur: 1) La sucesión dinástica de Norcorea; 2) la grave crisis financiera de la globalización neoliberal anglosajona; 3) la tensión creciente entre EU y China en todos los foros y temas: desde el G-20, pasando por la guerra de las divisas, hasta el cambio climático; y 4) el juego con el fuego nuclear de parte de EU y las dos Coreas. Los puntos dos y tres irán creciendo y tendrán su reflejo en varios puntos candentes del planeta (desde Irán hasta Venezuela).
La prensa “occidental” –en especial la más pérfida, que es la británica– machaca el fastidioso estereotipo proveniente de la guerra fría contra la “reclusión sicótica” de Norcorea, que invariablemente es la culpable de todos los males en una península donde, desde hace 57 años, EU mantiene cerca de 30 mil soldados, que ya es tiempo de que se vayan retirando para cesar de atizar el fuego entre los dos países hermanos para contribuir con hechos tangibles a su reunificación y desnuclearización.
¿Por qué está GB interesada en incendiar la península coreana, como ya había adelantado premonitoriamente 11 días antes el británico Patrick Wintour de The Guardian (“GB teme un ataque de Norcorea a la cumbre del G-20 en Seúl”; 12/XI/10)? ¿GB empuja a una guerra entre EU y China para salvar las finanzas quebradas de la City, como alienta su vocero bursátil Ambrose Evans-Pritchard?
Mas allá de la reciente celebración de la cumbre del G-20 en Sudcorea, catapultada a la relevancia internacional –donde, por cierto, EU no pudo descolgar su muy desequilibrado TLC y exhibió de forma lastimosa su decadencia–, las intersecciones dos y tres no necesitan tanta ciencia demostrativa (pero hay que citarlos), salvo que a alguna de las dos superpotencias (EU o China) le convenga la escalada en la península.
La intersección cuatro (“el juego con el fuego nuclear”) es crucial, ya que, determinó en mayor medida la escalada y es la que urge resolver para enfriar el “peligro colosal” de guerra que aduce creíblemente el canciller ruso Sergei Lavrov.
Si los multimedia de EU y Sudcorea comentan hasta el cansancio que Norcorea padece “locura paranoica”, entonces, no existe razón para acorralarle. Cometió un gravísimo error de juicio el ministro de defensa sudcoreano Kim Taeyong, quien “consideró desplegar armas tácticas nucleares de EU en su territorio… en respuesta a la revelación de Norcorea sobre su nueva planta de enriquecimiento de uranio” (Yonhap; 23/XI/10). Al día siguiente vino el intercambio de artillería concentrado en la isleta Yeonpyeong, de 7.01 km2.
EU había retirado en 1991 sus armas nucleares tácticas –desplegadas en 16 instalaciones militares sudcoreanas– para facilitar la desnuclearización peninsular. Un alto funcionario presidencial de Sudcorea, Cheong Wa Dae, de forma correcta ha echado marcha atrás al declarar que los lamentables comentarios del ministro de Defensa “fueron tomados fuera de contexto”, lo cual –urge– puede y debe enfriar –para luego desactivar parcialmente– la alta tensión edificada desde la primavera y que ha ido in crescendo en toda la región del este y norte de Asia.
(Texto de Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada, 24/XI/10).
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