martes, 23 de noviembre de 2010

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EDITORIAL: Crisis del Estado mexicano

La convicción es generalizada: no hay nada que celebrar.

Los 200 años del surgimiento de México como nación nos alcanzaron en medio de una severa crisis del Estado mexicano.

Los mexicanos lo padecemos y el mundo es testigo.

Pobreza endémica, violencia inusitada, corrupción atávica y una desigualdad que avasalla en cualquier lugar del territorio, son expresiones de la debilidad en que se encuentra el Estado mexicano del siglo XXI.

De las guerras intestinas del siglo XIX que costaron la mitad del territorio, a la dictadura porfirista y del régimen autoritario del PRI que predominó en el siglo XX, a la alternancia pactada de ese partido con el PAN, el Estado que se gestó hace dos siglos ha sido incapaz de generar uno de sus componentes básicos: la ciudadanía.

El bicentenario Estado mexicano generó su propio veneno: los poderes fácticos, representados por el narcotráfico y la televisión.

EDITORIAL: Jaime Verdín: corresponsable

Hace cuatro años, a pocos días de haber protestado el cargo de “representante popular”, Jaime Verdín despreocupado se paseaba por los pasillos de la Cámara de Diputados. Pero fue el primero de diciembre de 2006, cuando él, junto con muchos más diputados, arriesgaron su integridad física para dar paso a lo que se llamó: “la toma de protesta del espurio al cargo de Presidente de la República”. Feliz, Verdín presumía su hazaña: “ha ganado, a favor de la democracia, la cordura y la civilidad. Nos esperan años de progreso y continuidad de lo realizado en el sexenio anterior”. Por ello, decimos que Jaime Verdín es corresponsable de lo que hoy sucede en el país, a partir de que él fue uno de los que contribuyeron a la inauguración del ya denominado sexenio rojo.

Jaime Verdín es corresponsable de que en el país existan millones de jóvenes desempleados, sin acceso a la educación, carentes de oportunidades y, en resumen, sin futuro. Recientemente dos dependencias del Ejecutivo federal –Segob y SEP– fallidamente intentaron minimizar el número de jóvenes mexicanos en tal condición. Son 285 mil, según sus cifras, pero expertos en la materia y voces éticamente autorizadas –como la del rector Narro– han tirado a la basura la endeble versión gubernamental: son 7.5 millones, y contando.

Jaime Verdín es corresponsable de que el país acumule un espeluznante rezago social. El modelo económico defendido a capa y espada por quienes imponen gobiernos sólo ha provocado que tal inventario se incremente día tras día. La economía mexicana no funciona para los más, lo que ha profundizado la problemática social, y por si algo faltara, la crisis de 2009 empeoró más el panorama.

Jaime Verdín es corresponsable de que las políticas de Calderón hayan hecho en consecuencia de México el espacio para que se lleven a cabo operaciones violentas de todo tipo, incluso de terrorismo, con objetivos políticos. Ya desde mediados de 2009 expertos señalaban que decapitaciones, narcomantas y ejecuciones eran obra por igual de militares como de ex militares al servicio del narco y que tendían cada vez más a fortalecer la imagen de México como un narcoestado para propiciar en todos los órdenes la intervención del exterior.

Jaime Verdín es corresponsable de la severa crisis del Estado mexicano, los mexicanos lo padecemos y el mundo es testigo: pobreza endémica, violencia inusitada, corrupción atávica y una desigualdad que avasalla en cualquier lugar del territorio, son expresiones de la debilidad en que se encuentra el Estado mexicano del siglo XXI. De las guerras intestinas del siglo XIX que costaron la mitad del territorio a la dictadura porfirista y del régimen autoritario del PRI que predominó en el siglo XX a la alternancia pactada de ese partido con el PAN, el Estado que se gestó hace dos siglos ha sido incapaz de generar uno de sus componentes básicos: la ciudadanía. La falta de ciudadanía permite y explica a una elite política y económica que en dos siglos ha dispuesto de los recursos de la nación sin someterse a un control real y efectivo. Su voracidad y trapacerías explican en buena medida la impunidad histórica de México.

Jaime Verdín es corresponsable de las políticas neoliberales, del abandono del modelo solidario de desarrollo y la entrega de los recursos y bienes nacionales a privados nacionales y extranjeros. A partir de tales condiciones, el bicentenario Estado mexicano generó su propio veneno: los poderes fácticos, representados por el narcotráfico y la televisión. A manos del narcotráfico, el Estado mexicano ha dejado de tener presencia en crecientes zonas territoriales en todo el país. Lo que significa que México ha perdido a miles de personas que viven en torno a la ilegalidad y la violencia.

Jaime Verdín es corresponsable de que ante la televisión, los Poderes del Estado hayan perdido autoridad, de que estén sometidos a la dictadura de la pantalla. Hoy, beligerante, la televisión desafía y hace sentir su fuerza cuando se trata de que prevalezcan sus intereses, a costa de los de la nación. Forma y deforma, en detrimento de la ciudadanía.

Jaime Verdín es corresponsable de que el Estado no pueda garantizar la integridad de las personas y la posesión de sus bienes. Los casi 30 mil muertos que van en la "guerra al narcotráfico" del gobierno de Felipe Calderón hablan de un problema mayor: el de su incapacidad para garantizar la seguridad nacional.

(Con información de Carlos Fernández-Vega, La Jornada, 31/VIII/10; Luis Javier Garrido, La Jornada, 3/IX/10; Jorge Carrasco Araizaga, proceso.com, 12/IX/10).

EDITORIAL: La degradación del Informe

La institución del Informe presidencial a las cámaras del Congreso es extremadamente importante en nuestro orden constitucional. Desde luego, significa el encuentro de los dos poderes de la Unión más representativos. La fórmula oficial dice que el presidente informa a “la representación nacional” (el Congreso) sobre el estado que guardan los asuntos de la nación bajo su gestión. En el régimen de la Constitución de 1917, empero, ha experimentado un deterioro que raya en la degradación sin remedio. El Informe se ha convertido en el acto más intrascendente y a menudo ridículo de nuestra vida institucional. Los presidentes de la Revolución Mexicana hicieron de su fecha una vil pachanga que acabó llamándose “el día del presidente”, y los presidentes panistas lo han convertido en una pantomima.

La obligación de informar de parte del presidente, se supone, debe dar lugar a la evaluación de sus actos por parte del poder que recibe su informe y determinar si actuó apegado a la Constitución y a sus leyes. Nada más, pero nada menos. El que las cosas no sucedan como se estipula en la letra de la Carta Magna y sus leyes es algo normal, es la normalidad política que convive con la normalidad jurídica. La diferencia está en que la normalidad jurídica es obligatoria y si no se la cumple se incurre en responsabilidades. Lo que hacen el presidente y el Congreso es un acto de simulación (el uno, haciendo que informa, cuando sólo se hace el tonto divagando sobre las bondades ficticias de su gobierno; el otro, haciendo como que queda informado y no más).

Hasta el 15 de agosto de 2008 se mantuvo en pie el requisito de que el presidente debía asistir a la sesión del Congreso general a presentar su Informe. Tal vez vistas las desagradables experiencias de Fox con su último Informe, el artículo finalmente se reformó en esa fecha para imponer que únicamente presentará un Informe por escrito. Los panistas y los priístas (los perredistas colaboracionistas incluidos) decidieron que el titular del Ejecutivo no debía ya “exponerse” a los desaires de legisladores rejegos y provocadores y bastaba con que entregara su Informe por escrito sin tener que asistir a la sesión del Congreso general. Con ello, una institución netamente republicana y democrática como es la de la rendición de cuentas y, además, su debate por parte del Congreso terminaron naufragando.

La indigna pantomima en que se ha convertido la institución republicana del Informe presidencial, primero, con los priístas endiosando a su presidente, y luego, los panistas que nunca lograron entender de qué se trataba, nos ha hecho experimentar otro empujón hacia la más deleznable arbitrariedad y la más completa impunidad en el ejercicio del poder. La derecha jamás se ha medido en sus arranques autoritarios y en su desprecio por las instituciones. Lo que hemos podido observar con Calderón en ocasión de su cuarto Informe de gobierno rebasa todos los límites de la desvergüenza. Como han señalado varios expertos, el panista no dijo nada que no hubiera dicho antes, sea en el tema de la seguridad sea en el de la economía sea en el de la justicia social.

(Texto de Arnaldo Córdova, La Jornada, 5/IX/10).

EDITORIAL: El segundo falso final

George Orwell ha vuelto a nacer en la Casa Blanca. El anuncio del presidente Obama del “fin de la misión de combate” en Irak y su conversión en “operaciones contraterroristas” ha dado un nuevo nombre a lo mismo: a partir del 1º de septiembre aún quedarán 50 mil efectivos estadounidenses que seguirán tirando balas sin saber hasta cuándo, para no hablar del ejército de mercenarios, muy superior en número.

El general David Petraeus, comandante en jefe de las tropas que ocupan Irak y Afganistán, parece no haber escuchado el mensaje de su mandatario: “En primer lugar, no nos estamos yendo –dijo por la CBS–, nuestras tropas permanecen en Irak con una enorme capacidad”. De combate, claro está. No deben tener radio ni televisor en el Pentágono. Su secretario de prensa, Geoff Morrell, afirmó: “Que yo sepa, nadie ha declarado el fin de la guerra”. Tampoco leerán allí los diarios amigos que, con grandes titulares, anunciaron que Obama había mantenido su promesa electoral de retirarse completamente de Irak a fines de agosto.

La actitud de Obama recuerda el “Misión cumplida” de W. Bush a bordo del portaaviones USS Abraham Lincoln pocas semanas después de la invasión. Un cumplimiento bien raro: pasaron más de siete años desde entonces.

Las “tropas de combate” estadounidenses fueron rebautizadas y ahora son “tropas de transición”. No falta mucho para que la “Operación Libertad Iraquí” que derrocó a Saddam Hussein se denomine “Operación Nuevo Amanecer”. Está previsto. Orwell es eterno.

(Texto de Juan Gelman, página 12, 21/VIII/10).

EDITORIAL: Chile: el peso del pinochetismo

Al conmemorar los 37 años del golpe de Estado en contra del gobierno de Salvador Allende en Chile, el presidente de ese país, Sebastián Piñera, dijo que el bombardeo del 11 de septiembre de 1973 al Palacio de la Moneda fue el “desenlace previsible, aunque definitivamente evitable, de una democracia que venía enferma de odiosidad, de polarización extrema, de falta de diálogo”. A renglón seguido, el mandatario dijo que “no podemos quedarnos atrapados en las mismas querellas y visiones y odios del pasado”, y pidió superar las divisiones que persisten en la sociedad chilena a raíz del golpe.

Estas declaraciones son tan impresentables como escandalosas, por más que no resulten sorprendentes en un personaje como el actual mandatario chileno: si bien apoyó, a título personal, el fin de la dictadura en el plebiscito de 1988, Piñera ha sido señalado como beneficiario del desmantelamiento del sector público emprendido por la dictadura militar y como uno de los principales encubridores parlamentarios de los crímenes del pinochetismo, y fue postulado por una coalición formada por la Unión Demócrata Independiente (ultraderecha) y la Renovación Nacional (centroderecha), organizaciones que fueron sostén civil de la dictadura.

A contrapelo de lo que señala el gobernante de la nación austral, la institucionalidad democrática chilena no sucumbió por estar enferma de “polarización y falta de diálogo”; lo hizo, en cambio, como resultado de una larga campaña de desestabilización concebida, organizada y financiada por Washington contra el gobierno constitucional que presidía Salvador Allende, como lo demuestran, entre otras cosas, documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos.

Fue a raíz de la violenta sublevación militar encabezada por Augusto Pinochet que en Chile se instauró un modelo de gobierno basado en el exceso totalitario, que dejó un saldo de miles de muertos y desaparecidos. El correlato de este modelo de barbarie en el control y el sometimiento políticos fue la aplicación de postulados económicos orientados a convertir las sociedades en mercados y a imponer en ellas la ley de la selva, y que posteriormente fueron recogidos por una escuela dominante que aún inspira las políticas económicas oficiales de muchos gobiernos. Es precisamente la aplicación de esa doctrina económica lo que se ha desempeñado, en las décadas posteriores al golpe de Estado chileno, como factor de división y lastre fundamental para la reconciliación social a que llama el gobernante: hoy, y en contraste con la prosperidad que han alcanzado algunos prominentes empresarios –como el propio Piñera–, Chile se ubica como una de las naciones más desiguales de América.

Adicionalmente, y a pesar del rechazo que concita la dictadura militar en los discursos oficiales del Chile contemporáneo, la clase política de ese país ha mantenido intacto no sólo el modelo económico legado por el pinochetismo, sino también las normativas antidemocráticas, estrechas y conservadoras impuestas por la dictadura en sus momentos finales, empezando por la Constitución de 1980, redactada por los generales para garantizarse impunidad tras el fin de su régimen. Otro ejemplo de ello es la huelga de hambre que desarrollan, desde hace más de 60 días, una veintena de comuneros mapuches procesados con base en la impresentable ley antiterrorista, vigente desde los años de la dictadura militar, y aplicada en contra de cerca de medio millar de miembros de esa etnia por los gobiernos de la Concertación.

En suma, los elementos de juicio disponibles contradicen el dicho presidencial de que en Chile ha tenido lugar una “transición exitosa y ejemplar”. Por desgracia, no parece viable que los rezagos persistentes puedan ser superados por el actual gobierno: antes al contrario, los señalamientos de su titular permiten ponderar el peso que sigue teniendo el pinochetismo en aquel país sudamericano.

(Editorial de La Jornada, 12/IX/10).

MUNICIPAL: Discípulos de la desvergüenza

En la antigua Grecia, el cinismo fue una corriente de pensamiento, utilizado por Diógenes como una crítica contundente y excéntrica al poder establecido. Con el tiempo la acepción del concepto de cinismo se ha desvirtuado y, en ciencia política, ha derivado hacia derroteros menos saludables. Hoy, los cínicos se distinguen y se califican como tales por su desvergüenza a la hora de mentir y defender sus patrañas, sobre todo delante de cámaras y micrófonos. Buena muestra de esa desfachatez la han dado estos días algunos políticos, metidos a tertulianos, al analizar la falta de seguridad en el municipio y al anunciar el “aterrizaje de programas de beneficio social”. Estos discípulos de la desvergüenza, conocen de buena mano que la falta de seguridad pública es consecuencia de un régimen social basado en el saqueo, la falta de oportunidades y la mediatización. Las autoridades municipales simplemente siguen el libreto ordenado por el gobierno federal, y han retomado el manual de “guerra sucia” para socavar la confianza de la opinión pública favorable a un nuevo ciclo político. Ellos conocen muy bien del discurso de la desfachatez y de la mentira, de la verborrea, esa que pronto se olvida. Por lo menos Diógenes se limitaba a clamar: busco un hombre honrado. ¿Hay alguno entres ustedes señores del gobierno municipal? ¿Será posible encontrar un hombre honrado entre la fauna que puebla la Presidencia Municipal y demás recintos que albergan a los parásitos del erario, seres perpetradores de aberraciones, perversidades y las más increíbles malevolencias cometidas bajo la aureola de la virtud? Seres intolerantes que manifiestan su congénita predisposición mediante actos u omisiones grotescos, que exteriorizan y ejecutan los razonamientos siniestros que se generan en el rincón más oscuro y retorcido de sus mentes enajenadas. Dicen los que saben, que la intolerancia proviene de la orfandad humana, de la necesidad de explicar el mundo con mitos y dogmas; la socialización de los dogmas deriva en imposiciones de índole moral que suelen exacerbarse por el matiz del poder. Cuando las doctrinas moralizantes extinguen el raciocinio alcanzan los peligrosos niveles del fanatismo, que al fusionarse con ideologías políticas desprovistas de un fundamento filosófico humanista, producen una implosión expansiva mejor conocida como fundamentalismo. En el extremo fundamentalista se ubican los miembros de la elite política-religiosa-cultural que, amalgamados, se adjudican la autoridad moral para dictar decálogos excluyentes, imponen rasgos xenofóbicos y erigen los estigmas que habrán de marginar a quienes son, actúan o piensan diferente. A ellos no les importa lo que piense o padezca el grueso de la población. Ellos quieren hacer creer que los que sacan cuentas en un escritorio allá, lejos, en el ombligo de la ciudad, están para que todo mejore. Que sus veredictos son lógicos y razonables. Sus números fríos y alegres, sus promesas y sus discursos melosos y fantasiosos, no le dicen nada a los que viven de vender su fuerza de trabajo. El obrero hace mucho que dejó de sentir en el cuerpo esa organización irrazonada que da el trabajo. El trabajo seguro, ése que levanta a la mañana, acuesta cansado a la noche y da de comer todos los días. Casi sin sobresaltos. Derivado del estilo de vida que desde hace años se nos impuso, el obrero siente que perdió el rumbo. Que ya no recuerda el sonido agudo del silbato. Ese que convocaba al trabajo como a una fiesta que ya no es. La vida tenía horarios y su propio camino tenía un rumbo establecido. Llegar pedaleando durante cuadras y cuadras. Saludar al compañero como quien saluda a ese otro que aparece como el reflejo de sí mismo ante el espejo. Meterse de lleno en ese ritmo cotidiano que ya se perdió. Que ya no es. Las huellas de su memoria se ubican hoy exclusivamente en la mesa vacía. Con la culpa que es una mochila eterna y pesada que le duele hasta las tripas como si fuera una cuchillada que no cesa. Esa culpa de no pertenecer. De no saciar el hambre y la sed de su cría. A los políticos y miembros de la nomenklatura burocrática de todos los niveles, no les importa que el obrero por las noches se encuentre pidiéndole a ese diosito en el que ya no sabe si cree. Y le dice palabras que le salen a borbotones. Parecidas a ese grito de Juan Gelman, desgarrado poema de los nadies, cuando decía desde los cielos bájate, que me muero de hambre en esta esquina, que no sé de qué sirve haber nacido, que me miro las manos rechazadas, que no hay trabajo, no hay, bájate un poco, contempla esto que soy, este zapato roto, esta angustia, este estómago vacío, esta ciudad sin pan para mis dientes. Pero hay culpables, y la historia los sabrá reconocer en su momento; mientras, estos farsantes gozan de los privilegios que da el Poder, saborean cada roce con los de su clase, se contagian de las maneras y actitudes de los que comparten su forma de pensar y creen que nunca les llegará su tiempo. La vida no es un camino recto. Está lleno de hondonadas imperfectas. Los días felices en los que las cosas alcanzaban son parte de un ayer hundido en estadísticas oscuras que lo dejaron afuera irremediablemente. Esos días fueron desplazados. Hundidos. Exterminados. Asesinados por un sistema atroz que acabó con la alegría en el interior profundo de cada ser humano destrozado por la exclusión, en el país olvidado, en ese país en el que el empleo se destruyó como el cristal tras la pedrada. ¿De qué sirven las estadísticas y los anuncios de millones y millones de pesos para invertir en esto o en aquello, cuando gente, mucha gente, miles de gentes, que llenarían plazas y manifestaciones silenciosas de cuadras y cuadras no ve mejoría en nada? El obrero siente que le mienten. Que el país no es federal ni es justo ni es para todos. Que a él, por lo menos, suele darle vuelta la cara. Especialmente cuando sale por las mañanas recién amanecidas a buscar el mendrugo de pan. Él sabe que el alcalde miente, falsea. ¿De qué sirven los demagógicos llamados de Jaime Verdín a la unión (“para hacer de San Francisco un mejor lugar para vivir”), a tener confianza en las autoridades (“para que los directores dentro de sus áreas atiendan las necesidades de las comunidades”), si ya se sabe que a final de cuentas sus decisiones estarán basadas en los intereses de sus colaboradores y en los caprichos de sus cercanos amigos, familiares e incondicionales? El propio Verdín lo reconoció: “tal vez no se resuelvan todas las necesidades, pero nadie se va a quedar sin ser escuchado”, ¿y de qué sirve ser escuchado si no va a pasar de ahí? ¿Habrá quién le haga caso en sus motivaciones sobre la celebración de “200 años de libertad nacional”? ¿Y qué tal la capacitación a los gorilas de Seguridad Pública que, en busca del “Camino a la felicidad”, recibieron bonitas pláticas e ilustrativas exposiciones sobre cómo llegar a mejorar el trato con sus semejantes y sus familias, llegando algunos de ellos a “sensibilizarse” al grado que, al final del “curso terapéutico”, con lágrimas corriendo sobre sus rostros y en pleno moqueo, los jefes y sus subalternos terminaron dándose tremendos abrazotes y apachurrones los unos contra los otros? No pasó una semana después de que los jefes policiacos fueran motivados y sensibilizados, cuando el alcalde de plano echó a perder el show: “ante la ola de rumores (sic) de supuestos (sic) secuestros que han inquietado a varias familias, le pido a la población en general que tome sus propias precauciones de cuidado, que de la mano con Seguridad Pública, haga más difícil a los delincuentes llegar a agredir y dañar”. Y, como una muestra más de que el Contralor Municipal sigue en activismo no a favor de resolver las quejas y denuncias de la población, sino en darle apoyo a la actual administración municipal, es que ha tratado de llegar a cada rincón del municipio para acercarse a niños y jóvenes con el fin de llevarles las buenas noticias de que Jaime Verdín y sus secuaces sí están trabajando a favor de cada comunidad y del municipio en general, el problema es que no se nota. Nosotros creemos que vendrá un día en que los sueños crecerán al alba y se harán ciertos a mediodía. Esperaremos ese amanecer cada amanecer. Y el día en que suceda, miraremos al cielo, para ver llover la suerte y que les moje a todos, a todos, las manos de una vez.

(Basado en Amparo Lasheras, gara, 20/VIII/10; Laura M. López Murillo, argenpress, 24/VIII/10; Claudia Rafael, argenpress, 30/VIII/10; a.m., agosto 20 y 24, septiembre 5 y 11, 2010).

ESTATAL: El cuerpo en disputa

Cuesta creerlo, pero en pleno siglo XXI hay jóvenes que defienden con vehemencia la abstinencia sexual, la inequidad de género, el matrimonio perpetuo y heterosexual exclusivo, y que prefieren darle voz a los no nacidos, a seres en potencia. ¿Qué les habrá llevado a despreciar el sexo? ¿Qué amenazas ven ante el crecimiento del poder de las mujeres? ¿En qué les ofende que se ame una pareja de dos hombres o de dos mujeres? ¿Por qué inventarle deseos a personas inexistentes en vez de darle voz a sus propios deseos?

Mientras se realizaba la Conferencia Mundial de Juventud en la ciudad de León, grupos de jóvenes activistas de organizaciones de la sociedad civil informaban desde esa sede, que la derecha juvenil rompió las reglas del respeto y que actuaba con violencia ante quienes defendían sus derechos sexuales y reproductivos en ese encuentro.

Una pareja gay fue agredida verbal y físicamente por jóvenes católicos de las organizaciones de la Alianza Internacional de la Juventud y de Jóvenes Competitivos. También, robaron la propaganda de los grupos progresistas para evitar que se distribuyeran sus folletos. Se trata de agrupaciones que se declaran en contra de los tratados de derechos humanos y de las declaraciones de la ONU: “ONU, no te metas con mi familia, no te metas con mis niños”; un feto decía “Yo no le importo a la ONU”. Acusaron a las agencias intergubernamentales de “prefabricar” las conclusiones del foro, mientras repartían oraciones a Cristo, para los y las participantes.

La Red por los Derechos Sexuales y Reproductivos tuvo que exigir condiciones de seguridad para que las actividades que se desarrollaban en la Conferencia Mundial de Juventud se realizaran en un marco de respeto a la pluralidad de opiniones, y llegaron al grado de responsabilizar al gobierno federal, al gobierno de Guanajuato y al Instituto Mexicano de la Juventud por alguna agresión de cualquier índole a las y los participantes en esa conferencia.

En otro momento, aproximadamente 20 integrantes de la Coalición de Jóvenes por la Educación y la Salud Sexual (Cojess) y la Global Youth Coalition on HIV/Aids hicieron una manifestación silenciosa durante la visita de Margarita Zavala al Foro Interactivo Global. La esposa de Felipe Calderón fue increpada por activistas de México y el mundo, con pancartas que decían “Tengo derecho a decidir sobre mi cuerpo”; “Sí a la vida de las mujeres”; “Aborto seguro”, y “Take your rosary out of our ovaries”. Minutos antes de encontrarse con Zavala, los activistas se habían manifestado, también en silencio, afuera del Foro de Organizaciones No Gubernamentales, para impulsar el derecho a decidir de las mujeres entre los delegados que debatían la declaratoria final, la cual sería entregada al foro de gobiernos. Oriana López Uribe, de Balance Promoción para el Desarrollo y Juventud, expresó: “Nos importaría mucho que (Margarita Zavala) supiera la realidad de su país, y que vea qué puede hacer para que no sigan ocurriendo vejaciones de derechos a las mujeres mexicanas como está ocurriendo justamente en este estado, donde mujeres inocentes están encarceladas” (Notiese, 24/VIII/2010).

En el foro social paralelo a la conferencia, Perla Vázquez, de Elige, la Red de Jóvenes por los Derechos Sexuales y Reproductivos, informó de irregularidades muy preocupantes: jóvenes conservadores hostigaban y agredían a los delegados y les negaban la entrada. A un compañero le gritaron “maricón, mata niños” y aseguraron que no avalarían las conclusiones del foro porque lleva a la pérdida de valores y fomenta la homosexualidad y el aborto. Anunciaron su propio foro de jóvenes de la derecha, que fue avalado por el gobernador de Guanajuato. Estuvieron en las mesas tratando de obstaculizar las discusiones e impedir el avance de los trabajos. El lunes 23 de agosto por la tarde, intentaron pasar por feministas con el nombre de “Amistad Feminista” para robar paquetes de materiales en defensa de los derechos sexuales, boicotearon e impidieron la realización de talleres sobre derechos sexuales. Hicieron circular una versión apócrifa de la declaración de la conferencia donde se sustituyeron párrafos, para promover la cultura de la abstinencia sexual y fomentar la comunicación entre padres e hijos para evitar otras fuentes de “información dañinas”, reconocer el lado sensible de la mujer promoviendo la complementariedad entre hombres y mujeres. A pesar de lo anterior, se realizó la Marcha Mundial de las Juventudes que contó con más de 7 mil jóvenes y representó a la juventud que defiende sus derechos sexuales, aunque haya incomodado a las juventudes de derecha, a la esposa de Felipe Calderón, al gobernador de Guanajuato, al procurador de la República o a Juan Sandoval Íñiguez, entre otras de las figuras que están detrás de esta nueva generación con fobia al sexo.

(Texto de Gabriela Rodríguez, La Jornada, 27/VIII/10).

NACIONAL: El sexenio rojo

“Esquezofrenia”. En seguimiento de los arranques emocionales de su jefe, algunos miembros del ente cuasiclandestino autodenominado gabinete presidencial están saltando a los foros mediáticos con declaraciones regañonas y pendencieras. Ya antes había aparecido el secretario de educación gordillista, Alonso Lujambio, a quien el calderonismo encargó los negocios del festejo del bicentenario y el centenario y, en tal condición de controlador privado de asuntos públicos (una especie de “cadenero” de antro histórico), se permitió invitar a quienes no les guste el menú conmemorativo a que busquen alternativas, además de tachar a quienes no comparten los de por sí aguados, pero carísimos, ánimos burocráticos de festividad de ser parte del México “mezquino” y formar parte del bando de “la visión negra, oscura, inquietante en el extremo tal que nos impide, incluso, movernos”.

Lujambio habló con esa pasión nacionalista frente al embajador de Estados Unidos en México, Carlos Pascual, durante un acto con jóvenes en el que llamó, optimista y pinturero, a ir “subrayando lo que nos une y desenfatizando lo que nos divide” (si esa misma pasión de pandillerismo ideológico la hubiera puesto el secretario en la revisión ortográfica e histórica de los nuevos libros de texto, no estaríamos hoy ante vergonzosos ejemplos del mal escribir ni ante la supresión y distorsión de episodios históricos como el 2 de octubre, que acabó siendo una “manifestación que se reunió” y “fue reprimida” por seres desconocidos, pues se suprimieron las referencias al Ejército y a Gustavo Díaz Ordaz).

Espots y juramentos. A sus puros espots, Felipe Calderón ha violado la Constitución General de la República, según lo ha resuelto el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. No habrá castigo, pues la legislación vigente no contempla la posibilidad de encausar al ocupante del Poder Ejecutivo más que por acusaciones extremas y no por debilidades de corte electoral. Lo mismo sucedió con Vicente Fox, quien abiertamente intervino en la sucesión presidencial de 2006, violentando preceptos legales pero sin consecuencias punitivas, pues los magistrados electorales que fungían en ese momento tampoco encontraron manera de sancionar al grave infractor público. Lo sucedido ahora con Calderón es un adelanto de lo que espera en 2012: la desesperación felipista lo llevó en meses pasados a hacer propaganda a su gobierno en temporada de veda electoral, con la fallida esperanza de aportar elementos de optimismo nacional pro panista antes de que los ciudadanos de varias entidades del país fueran a las urnas, y todo apunta a que esa desesperación creciente producirá una espiral de activismo ilegal cuando el actual huésped de Los Pinos sienta llegado el término de su impugnado periodo de ejercicio y el PRI vengativo se apreste a cerrar el par de sexenios trágicos del panismo en el poder.

Casi nada le duró al oficialismo el sentirse en los cuernos de la luna, a causa del oportuno triunfo de una mexicana en un torneo mundial de belleza. El descubrimiento de 72 cadáveres en un rancho tamaulipeco, inmigrantes, sometidos, indican las autoridades, por miembros del bando de los Zetas que los habrían ejecutado, es un episodio de brutalidad que sirve para confirmar a la opinión pública estadunidense la condición de Estado fallido de México, la incapacidad del ocupante de Los Pinos y los riesgos de violencia desbordada que están al otro lado de la frontera. La barbarie trasciende las fronteras, las cifras macabras de la guerra felipista toman tintes internacionales. Uf. El horror.

A como dé lugar. El empaque personal e institucional de Calderón está a prueba ante la peor tragedia de las muchísimas que ha generado su guerra desquiciada, y lo que hasta hoy se ve parece de muy poca monta. El jefe formal de un Estado que en Latinoamérica todavía se recuerda como poderoso confiesa ser incapaz hasta de guardar información básica peligrosa (aunque, en el caso de Ignacio Coronel, el sellamiento informativo fue marcial): “di la orden de que se cuidara la identidad del testigo, que no se reprodujeran imágenes del testigo, que mucho menos su nombre, y habrá que investigar por qué ocurre eso”, dijo al excusarse de que se hubieran revelado esos datos que ponen en riesgo mortal a un superviviente ecuatoriano como sucedió con familiares de un marino caído en el ataque a un jefe narco en Cuernavaca. Pero el muy sincero ocupante de Los Pinos se acogió a una fórmula de autobenevolencia: “Yo entiendo que hay una gran presión de los medios nacionales e internacionales”. Sergio Sarmiento, quien lo entrevistaba, precisó: “Pero nosotros presionamos, pero también se nos puede decir que no”, y el empequeñecido interlocutor le respondió: “Así es. Habrá que ver qué tan poderosos son los medios. La verdad es que no siempre se les puede decir que no”. Palabra de Felipe.

Papelazo. El contenido del informe de cuatro años de gobierno calderonista fue lo de menos, pues en San Lázaro el Congreso mexicano sesionó para dar un adelanto de las batallas campales por distintos botines que caracterizarán el último tercio del sexenio rojo. Apertura de trabajos legislativos tocada por el síndrome del calderonismo: la ilegalidad sustantiva y procesal, el atropellamiento de reglamentos, leyes y disposiciones constitucionales, la aprobación por mayoriteo de tretas y atajos para imponer acuerdos irregulares de cúpulas. Congreso silenciado por sí mismo –por los nuevos entendimientos de PAN y PRI en las cámaras, superados ya los malos entendidos electorales de las alianzas–. Silencio, obviamente, respecto a los temas delicados del México ensangrentado, empobrecido, amedrentado.

El México del teleprompter. Apenas unas horas duró el falso esplendor palaciego del informe en familia que Calderón se regaló el 2 de septiembre. El vuelo sideral de las palabras con que el licenciado FC delineaba los perfiles y contenidos de un supuesto México de grandes logros topó rápida y estrepitosamente con la realidad real, con el México que va más allá del teleprompter (el sistema electrónico que coloca en un cristal, frente al orador, o conductor de noticiarios, los textos que éste leerá). Horas matutinas de gloria felipista en la burbuja de elite protegida militarmente con la abundancia de costumbre. Dueño de la acotada circunstancia, cómodo en ese pequeño círculo del gran poder, Calderón desgranó números, datos, comparaciones y superlativos para robustecer la especie de que la nación va bien, incluso mejor que nunca (aunque no lo parezca). Al final de su recuento de éxitos, el licenciado Calderón se dejó llevar por la emoción e imprimió una fuerza oratoria notable a los pasajes en que habló de las gestas heroicas realizadas por otros mexicanos, de sus enseñanzas y de lo que esas hazañas significan en la traducción al derechismo vulgar.

Más allá de las vallas, las murallas y el teleprompter, despuntó de inmediato el horizonte de la descomposición acelerada que vive el país ajeno a los discursos de celebraciones huecas. Son muchos 25 muertos en un enfrentamiento con militares, pero peor es saber que los narcotraficantes tienen sus campamentos de entrenamiento en forma, convertidos en ejércitos irregulares con altísima capacidad de fuego: población, territorio y poder, el verdadero narcoestado. Ya la aritmética funeraria precisará si ese día hubo récord de matanza en el México del triunfalismo calderonista.

Contrainsurgencia. Que dice la siempre calculadora Hillary que en México y Centroamérica la amenaza de las redes del narcotráfico se transforma o hace causa común con lo que se podría considerar una “insurgencia”. Notabilísimo grado superior: ya no delincuencia, sino insurrección que Estados Unidos se siente llamado a combatir, sobre todo teniendo como referente lo sucedido con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia que al mismo tiempo o en distintos momentos llegaban a tener bajo su control hasta 40 por ciento del territorio de su país, según el preocupado diagnóstico de la jefa de la diplomacia mundial intrusiva.

Mala jugada declarativa de la mujer pegada a una sonrisa plástica, pues desnudó de golpe las sabidas, pero nunca antes confesas intenciones del belicismo calderónico, manejado desde el Pentágono, de usar la presunta guerra contra el narcotráfico como una operación apenas encubierta contra oposiciones e insurgencias. No es solamente la batalla armada contra un negocio de drogas, que muy bien podría seguir durmiendo el sueño de los injustos (pero bien apalabrados), como sucedió durante el jurásico priísta y podría seguir durante el kinderato panista, sino el emplazamiento de fuerzas represivas ante la inconformidad social acumulada, ante los anunciados brotes de violencia politizada a los que las efemérides de siglos convocarían, ante la oposición creciente que en el país se ha ido dando, y ni siquiera por estrictas razones electorales, partidistas o políticas, sino por la miseria extrema, por la desigualdad económica ofensiva, por la inviabilidad humana de decenas de millones de seres, por la condena en vida a una existencia sin esperanza, por la creación diaria de los ejércitos del resentimiento que hoy van explotando al amparo del nuevo poder que cree reivindicarse mediante la crueldad y la destrucción, en esta historia del abatimiento de la institucionalidad mexicana no por la vía de los caminos ortodoxos, en los que cabría incluso la guerrilla tradicional, sino por la irrupción salvaje de las hordas que mezclan el tráfico de drogas y otras formas delincuenciales con la revancha y el odio sociales.

Modestias aparte. El presidente mercadológico de Estados Unidos corrige lo que la secretaria de halconería ya soltó. El mismo mandatario que desde Washington se disfrazó de blanca palomita en el caso del “golpe blando” de Estado en Honduras ahora suaviza el porrazo dado por la funcionaria intervencionista, que por lo pronto ya asentó las tesis justificantes del mayor asomo correccional ante la nueva Colombia transfronteriza. El teatral Barack añade a la fórmula desinflamatoria unas gotitas de esencia de vanidad para que el destinatario mexicano las añada a su catálogo de modestias publicitables: “México es una democracia amplia y progresista, con una economía creciente”, razones estas por las cuales nomás no se le puede comparar con la Colombia de dos décadas atrás.

Carta con claves. El inseguro escenario de las celebraciones burocráticas de la Independencia nacional fue cargado el 13 de septiembre con un elemento más de turbiedad y elucubraciones cuando, con un inexplicado sentido de la oportunidad conmemorativa, fue actualizado el recuerdo de que uno de los más connotados miembros de la elite derechista nacional permanece secuestrado y que el desenlace del episodio puede ser fúnebre. Por la misma vía de correo electrónico utilizada cuando dieron a conocer su primer comunicado con fotografía del cautivo, los autodenominados Misteriosos Desaparecedores enviaron un nuevo texto que entre manejos verbales presuntamente ingeniosos o desparpajados pareciera filtrar una de dos posibilidades: que para hablar hoy del ex candidato presidencial panista debe utilizarse el tiempo pasado, o que mediante este artificio epistolar de Internet los secuestradores pretenden acelerar el pago de un rescate por parte de familiares y amigos del político queretano que, según la versión de los captores, lo habrían abandonado.

Lo único cierto es que nadie sabe, nadie supo, respecto a la situación actual del llamado jefe Diego, de las motivaciones de quienes lo secuestraron, y del momento y condiciones en que se dará el grito informativo del desenlace. Sólo es posible tomar nota de que hoy, en medio de la oscuridad y el temor, el caso del secuestro más impactante de México ha vuelto a ser actualizado, en un mensaje con claves políticas.

Grito secuestrado. Virtual, opaco, bajo amenaza, convertido en negocio, ajeno a su naturaleza combativa, limadas sus aristas insurgentes, dominado por la confusión y el miedo: Grito felipista ahogado, falso, secuestrado, carente de respaldo popular en cuanto a su ceremonial de elite aunque íntimamente pronunciado en tonos irritados por un pueblo dolido y angustiado.

Despilfarro de recursos en pos de una imposible modificación de juicios históricos. Felipe, el Bueno, regala al pueblo desfiles patrios y entretenimiento variado, tratando de dejar atrás la memoria de los cuatro años de horror económico y social. El 15, por la tarde, celebra la independencia nacional mediante montajes escenográficos asignados a una empresa extranjera que funde criterios de carnaval, Disneylandia y Desfiles de las Rosas para ofrecer en México un espectáculo colonizado (con el asomo de una escultura cuyo rostro sugerente de ciertos parecidos acabó siendo bautizada en Twitter como El NarColoso, por su semejanza con la imagen de Jesús Malverde, el presunto protector venerado por narcotraficantes, aunque otros opinantes creyeron ver en los rasgos de esa pieza a Vicente Fox, Vicente Fernández, José Stalin, Luis Donaldo Colosio y ciertos personajes de caricaturas internacionales). Luego, el 16, ese mismo monarca bondadoso muestra el músculo militar a un pueblo que paulatinamente ha ido cediendo espacios civiles a la fuerza de las armas (ironías delatoras: por primera vez marcha la Policía Federal en un desfile de militares que ahora fungen como policías; desfile para celebrar la Independencia en compañía de contingentes castrenses extranjeros entre los que están algunos de quienes han doblegado y mancillado a México, como los estadunidenses que se asoman al Palacio Nacional donde un siglo atrás impusieron su bandera).

(Tomado de Julio Hernández López, La Jornada, agosto 24, 26 y 27, septiembre 2, 3, 9, 10, 14, 15 y 17, 2010).

INTERNACIONAL: La santa cruzada

Hemos llegado a una transición decisiva en la evolución de la doctrina militar estadounidense. La “guerra global contra el terrorismo” dirigida contra al Qaeda y emprendida tras el 11 de septiembre está evolucionando hacia una “guerra de religión” con todas las de la ley, a una “santa cruzada” contra el mundo musulmán.

El dogma militar y la guerra de propaganda estadounidenses bajo el gobierno Bush se basaban más en combatir el fundamentalismo islámico que en atacar a los musulmanes: “Esto no es una guerra entre Occidente y el Islam, sino... una guerra contra el terrorismo”. Hay que distinguir a los llamados “buenos musulmanes” de los “malos musulmanes: Apenas se había asentado el polvo de las derrumbadas Torres Gemelas el 11 de septiembre cuando empezó una búsqueda febril de “musulmanes moderados”, personas que proporcionarían respuestas, que se distanciarían de esta atrocidad y condenarían los actos violentos de los “extremistas musulmanes”, “fundamentalistas islámicos” e “islamistas”. Rápidamente emergieron dos categorías de musulmanes: los “buenos” y los “malos”; los “moderados”, “liberales” y “laicos” frente a los “fundamentalistas”, “extremistas” e “islamistas” (Tariq Ramadan, “Good Muslim, Bad Muslim”, New Statesman, 12/II/10).

Tras el 11 de septiembre la comunidad musulmana en la mayoría de los países occidentales estaba claramente a la defensiva. La división entre “buen musulmán” y “mal musulmán” se aceptaba ampliamente. Los atentados del 11 de septiembre supuestamente cometidos por musulmanes no sólo fueron condenados, sino que comunidades musulmanas también apoyaron la invasión y ocupación estadounidense y de la OTAN de Afganistán e Irak como parte de una campaña dirigida contra el fundamentalismo.

Sin embargo, desde principios de la década de 1980 Washington ha apoyado de manera encubierta a las facciones más conservadoras y fundamentalistas del Islam, en gran parte con vistas a debilitar los movimientos laicos, nacionalistas y progresistas de Oriente Medio y Asia Central. Tal como es sabido y está documentado, los servicios de inteligencia estadounidenses apoyaron de forma encubierta las misiones fundamentalistas wahhabi y salafi de Arabia Saudí, enviadas no sólo a Afganistán sino también a los Balcanes y a las repúblicas musulmanas de las antiguas repúblicas soviéticas. Lo que se suele denominar “Islam político” es en gran parte creación del aparato de inteligencia estadounidense (con el apoyo de los servicios de inteligencia MI6 británico y Mossad de Israel).

La mezquita de la Zona Cero. Acontecimientos recientes sugieren un límite, una transición desde la “guerra contra el terrorismo” a la demonización categórica de los musulmanes. Al mismo tiempo que pone de relieve la libertad de culto, el gobierno de Obama está “pregonando con bombo y platillo” una guerra más amplia contra el Islam: “Como ciudadano y como presidente, creo que los musulmanes tienen el mismo derecho a practicar su religión que cualquier otra persona en este país... Esto es Estados Unidos y nuestro compromiso con la libertad de culto debe ser inquebrantable” (citado en “Obama Backs Ground Zero Mosque; Iranian Link Questioned”, Israel National News, 15/VIII/10).

Tras la cortina de humo política se está descartando la distinción entre “buenos musulmanes” y “malos musulmanes”. Supuestamente la anunciada mezquita de la Zona Cero está siendo financiada por “el radical Estado canalla de Irán... mientras Estados Unidos está redoblando las sanciones contra el régimen iraní en represalia por su apoyo al terrorismo y lo que se teme que sea un programa ilegal de desarrollo de armas nucleares” (“Ground Zero mosque developers refuse to outright reject funding from Iranian president Mahmoud Ahmadinejad, NYPOST.com, 19/VIII/10).

La creciente oleada de xenofobia, desencadenada por la propuesta de hacer una mezquita y un centro comunitario en la Zona Cero, tiene toda la apariencia de una PSYOP (Operación Psicológica) que contribuye a fomentar el odio contra los musulmanes en todo el mundo occidental.

Aunque “no todos los musulmanes son terroristas”, los medios de comunicación informan que todos los atentados terroristas (planeados o realizados) los han perpetrado musulmanes.

En Estados Unidos se está atacando a la comunidad musulmana en su conjunto. Se describe el Islam como una “religión de guerra”. Cuando se anunció la propuesta de levantar una mezquita y un centro comunitario en la Zona Cero, la opinión reaccionó: El proyecto supone “escupir a la cara de cada una de las personas asesinadas el 11 de septiembre” (“Plan to build mosque at Ground Zero angers New Yorkers”, National Post, 17/V/10).

“Terroristas locales”. Tanto las detenciones con base en acusaciones falsas como los juicios espectáculo de supuestos terroristas islámicos “locales” desempeñan una importante función. Mantienen la impresión en la conciencia íntima de los estadounidenses de que los “terroristas islámicos” no sólo constituyen una amenaza real sino que la comunidad musulmana a la que pertenecen apoya ampliamente sus actos: La amenaza proviene cada vez menos de extranjeros con un inglés rudimentario y pasaportes dudosos. En vez de ello, reside mucho más cerca de casa: en las casas unifamiliares urbanas, sótanos oscuros, en cualquier lado con una conexión de Internet. Los terroristas locales son la última encarnación de la amenaza de al Qaeda (“How terror came home to roost”, Ottawa Citizen, 27/VIII/10, informa sobre un supuesto ataque terrorista en Canadá).

Se describe a al Qaeda como una poderosa organización terrorista multinacional (que posee armas de destrucción masiva) con filiales en los países musulmanes. Se presenta enseguida a al Qaeda (con sus correspondientes acrónimos) en varios puntos geopolíticos conflictivos y escenarios de guerra: Al Qaeda en Irak (AQI), Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP, compuesta de al Qaeda en Arabia Saudí y la Yihad Islámica de Yemen), al Qaeda en el sudeste de Asia (Yamaa Islamiya), Organización al Qaeda en el Maghreb islámico, Harakat al-Shabaab Muyahidin en Somalia, la Yihad Islámica egipcia, etc.

La Inquisición estadounidense. En la conciencia íntima de muchos estadounidenses la “santa cruzada” contra los musulmanes está justificada. Aunque el presidente Obama confirme la libertad de culto, el orden social inquisitorial estadounidense ha institucionalizado modelos de discriminación, prejuicio y xenofobia en contra de los musulmanes. El perfil étnico se aplica para viajar, al mercado laboral, al acceso a los servicios sociales y más generalmente a la movilidad social.

La Inquisición estadounidense tiene una estructura ideológica que en muchos sentidos es similar al orden inquisitorial prevaleciente en Francia y España durante la Edad Media. La Inquisición, que empezó en Francia en el siglo XII, se utilizó como justificación de la conquista y de la intervención militar (véase Michel Chossudovsky, 9/11 and the “American Inquisition”, Global Research, 11/IX/08).

Las detenciones, juicios y condenas de los llamados “terroristas locales” (procedentes de la comunidad musulmana de Estados Unidos) con base en acusaciones falsas mantiene la legitimidad del Estado de Seguridad Nacional y su aparato legal y de aplicación de la ley inquisitorial.

Una política inquisitorial pone la realidad al revés. Es un orden social basado en mentiras e invenciones. Pero debido a que estas mentiras emanan de la más alta autoridad política y forman parte de un amplio “consenso”, invariablemente permanecen sin ser cuestionadas.

El objetivo es mantener la impresión de que “Estados Unidos está siendo objeto de ataque” y que los musulmanes de todo el país son cómplices del “terrorismo islámico” y lo apoyan.

La demonización de los musulmanes mantiene una agenda militar global. Bajo la inquisición estadounidense, Washington tiene un autoproclamado mandato santo de extirpar el Islam y “expandir la democracia” por el mundo. La santa cruzada de Estados Unidos contra el mundo musulmán es un flagrante acto criminal dirigido contra millones de personas.

(Texto de Michel Chossudovsky, rebelión, 1/IX/10).

OPINIÓN: Invitación

Creo que la Revolución Cubana dignificó a nuestro país y a los cubanos. Y que el Gobierno Revolucionario ha sido el mejor gobierno de nuestra Historia.

Sí: antes de la Revolución La Habana estaba mucho más pintada, los baches eran raros y uno caminaba calles y calles de tiendas llenas e iluminadas. Pero ¿quiénes compraban en aquellas tiendas? ¿Quiénes podían caminar con verdadera libertad por aquellas calles? Por supuesto, los que “tenían con qué” en sus bolsillos. Los demás, a ver vidrieras y a soñar, como mi madre, como nuestra familia, como la mayoría de las familias cubanas. Por aquellas avenidas fabulosas sólo se paseaban los “ciudadanos respetables”, bien considerados en primer lugar por su aspecto. Los harapientos, los mendigos, casi todos negros, tenían que hacer rodeos, porque cuando un policía los veía en alguna calle “decente”, a palos los sacaban de allí.

Esto lo vi con mis propios ojos de niño de 7 u 8 años y lo estuve viendo hasta que cumplí 12, cuando triunfó la Revolución.

En la esquina de mi casa había dos bares, en uno de ellos, a veces, en vez de cenar, nos tomábamos un batido. En varias ocasiones pasaron marines, cayéndose de borrachos, buscando prostitutas y metiéndose con las mujeres del barrio. A un joven vecino nuestro, que salió a defender a su hermana, lo tiraron al suelo, y cuando llegó la policía ¿con quién creen que cargaron? ¿Con los abusadores? Pues no. A patadas por los fondillos se llevaron a aquel joven universitario que, lógicamente, después se destacaba en las tánganas estudiantiles.

Ahí están las fotos de un marine meando, sentado en la cabeza de la estatua de Martí, en el Parque Central de nuestra Capital.

Eso era Cuba, antes del 59. Al menos así eran las calles de la Centrohabana que yo viví a diario, las del barrio de San Leopoldo, colindante con Dragones y Cayo Hueso. Ahora están destruidas, me desgarra pasar por allí porque es como ver las ruinas de mi propia infancia. Lo canto en “Trovador antiguo”. ¿Cómo pudimos llegar a semejante deterioro? Por muchas razones. Mucha culpa nuestra por no haber visto los árboles, embelesados con el bosque, pero culpa también de los que quieren que regresen los marines a vejar la cabeza de Martí.

Estoy de acuerdo en revertir los errores, en desterrar el autoritarismo y en construir una democracia socialista sólida, eficiente, con un funcionamiento siempre perfectible, que se garantice a sí misma. Me niego a renunciar a los derechos fundamentales que la Revolución conquistó para el pueblo. Antes que nada, dignidad y soberanía, y asimismo salud, educación, cultura y una vejez honorable para todos. Quisiera no tener que enterarme de lo que pasa en mi país por la prensa de afuera, cuyos enfoques aportan no poca confusión. Quisiera que mejoraran muchas cosas que he dicho y otras que no.

Pero, por encima de todo, no quiero que regrese aquella ignominia, aquella miseria, aquella falsedad de partidos políticos que cuando tomaban el poder le entregaban el país al mejor postor. Todo aquello sucedía al tibio amparo de la Declaración de los Derechos Humanos y de la Constitución de 1940. La experiencia prerevolucionaria cubana y la de muchos otros países demuestra lo que importan los derechos humanos en las democracias representativas.

Muchos de los que hoy atacan la Revolución, fueron educados por ella. Profesionales emigrados, que comparan forzadamente las condiciones ideales de “la culta Europa”, con la hostigada Cuba. Otros, más viejos, quizá alguna vez llegaron a “ser algo” gracias a la Revolución y hoy se pavonean como ideólogos pro capitalistas, estudiosos de Leyes e Historia, disfrazados de humildes obreros. Personalmente, no soporto a los “cambiacasacas” fervorosos; esos arrepentidos, con sus cursitos de marxismo y todo, que eran más papistas que el Papa y ahora son su propio reverso. No les deseo mal, a nadie se lo deseo, pero tanta inconsistencia me revuelve.

La Revolución, como Prometeo (le debo una canción con ese nombre), iluminó a los olvidados. Porque en vez de decirle al pueblo: cree, le dijo: lee. Por eso, como al héroe mitológico, quieren hacerle pagar su osadía, atándola a una remota cumbre donde un buitre (o un águila imperial) le devore eternamente las entrañas. Yo no niego los errores y los voluntarismos, pero no sé olvidar la vocación de pueblo de la Revolución, frente a agresiones que han usado todas las armas para herir y matar, así como los más poderosos y sofisticados medios de difusión (y distorsión) de ideas.

Jamás he dicho que el bloqueo tiene toda la culpa de nuestras desgracias. Pero la existencia del bloqueo no nos ha dado nunca la oportunidad de medirnos a nosotros mismos.

A mí me gustaría morir con las responsabilidades de nuestras desdichas bien claritas.

Por eso invito a todos los que aman a Cuba y desean la dignidad de los cubanos, a gritar conmigo ahora, mañana, en todas partes: ¡Abajo el bloqueo!

(Texto de Silvio Rodríguez, cubadebate, 10/IX/10).

ANÁLISIS: China y el nuevo orden mundial

En medio de todas las supuestas amenazas a la superpotencia mundial reinante, un rival está emergiendo en silencio y con fuerza: China. Y Estados Unidos está analizando de cerca las intenciones de ese país.

El 13 de agosto, un estudio del Pentágono planteaba la preocupación de que China estuviera expandiendo sus fuerzas militares de manera que “pudiera neutralizar la capacidad de los buques de guerra estadounidenses de operar en aguas internacionales”, da cuenta Thom Shanker en The New York Times. Washington ha hecho sonar la voz de alarma de que “la falta de transparencia de China sobre el crecimiento, las capacidades y las intenciones de sus militares inyecta inestabilidad a una región vital del globo”.

Estados Unidos, por el contrario, es bastante transparente sobre sus intenciones de operar libremente a lo largo y ancho de la “región vital del globo” que rodea China (y donde sea). Estados Unidos publicita su vasta capacidad para hacerlo: con un presupuesto militar en crecimiento que casi alcanza al del conjunto del resto del mundo, cientos de bases militares por todo el planeta, y un indiscutible liderazgo en la tecnología de destrucción y dominación.

La falta de entendimiento de las reglas de cortesía internacionales por parte de China quedó reflejada en su objeción al plan de que el portaaviones nuclear USS George Washington participara en las maniobras militares de Estados Unidos y Corea del Sur cerca de las costas chinas en julio, alegando que este tendría la capacidad de hacer blanco en Pekín.

En cambio Occidente entiende que dichas operaciones se llevaron a cabo para defender la estabilidad y su propia seguridad. El término estabilidad tiene un significado técnico en el discurso de las relaciones internacionales: la dominación por parte de Estados Unidos. Así, ninguna ceja se arquea cuando James Chace, ex editor de Foreign Affairs, explicaba que, a fin de conseguir “estabilidad” en Chile en 1973, fue necesario “desestabilizar” el país, derrocando al Gobierno legítimo del presidente Salvador Allende e instaurando la dictadura del general Augusto Pinochet, que procedió a asesinar y torturar sin miramientos y estableció una red de terror que ayudó a instalar regímenes similares en otros lugares, con el apoyo de Estados Unidos, por el interés de la estabilidad y la seguridad.

Es fácil reconocer que la seguridad estadounidense requiere un control absoluto. El historiador John Lewis Gaddis, de la Universidad de Yale, dio a esta idea un análisis académico en Surprise, Security and the American Experience, donde investiga las raíces de la doctrina de la guerra preventiva del presidente George W. Bush. El principio operativo es que la expansión es “el camino a la seguridad”, una doctrina que Gaddis rastrea con admiración dos siglos hacia atrás, hasta el presidente John Quincy.

Adams, autor intelectual del Destino manifiesto. En relación con la advertencia de Bush de que los estadounidenses “deben estar listos para acciones preventivas cuando sea necesario luchar por nuestra libertad y defender nuestras vidas”, Gaddis observa que el entonces presidente “se estaba haciendo eco de una vieja tradición, en vez de establecer una nueva” al reiterar principios que varios presidentes ya habían defendido y que desde Adams a Woodrow Wilson “habrían entendido muy bien”.

Lo mismo ocurre con los sucesores de Wilson hasta el presente. La doctrina de Bill Clinton era que Estados Unidos estaba autorizado a utilizar la fuerza militar para asegurar “el acceso fácil a mercados clave, suministros energéticos y recursos estratégicos”, sin siquiera la necesidad de inventar pretextos del tipo de los de Bush hijo.

Según el secretario de Defensa de Clinton, William Cohen, Estados Unidos debe consecuentemente mantener una enorme formación de fuerzas militares “desplegadas” en Europa y Asia “con el fin de moldear la opinión de la gente sobre nosotros”, y “para forjar acontecimientos que afectarán nuestra subsistencia y nuestra seguridad”. Esta receta para la guerra permanente –observa el historiador militar Andrew Bacevich– es una nueva doctrina estratégica, que fue amplificada más tarde por Bush Jr. y por Barack Obama.

Como todo capo de la Mafia sabe, incluso la pérdida más sutil de control puede desembocar en el desmoronamiento del sistema de dominación cuando otros se animan a seguir un camino similar. Este principio central de poder se formula como la teoría dominó en el lenguaje de los estrategas políticos. Se traduce en la práctica en el reconocimiento de que el “virus” del exitoso desarrollo independiente puede “contagiarse” en cualquier otro lugar y, de esta manera, debe ser destruido mientras las víctimas potenciales de la plaga son inoculadas, normalmente a manos de brutales dictaduras.

Según el estudio del Pentágono, el presupuesto militar de China se expandió a unos 150 mil millones de dólares, cerca de “la quinta parte de lo que el Pentágono se ha gastado para operar y llevar a cabo las guerras de Irak y Afganistán” en ese año, lo cual es sólo un fragmento del total del presupuesto militar estadounidense, por supuesto.

Las preocupaciones de Estados Unidos son comprensibles si uno toma en cuenta la virtual e indiscutida suposición de que Estados Unidos debe mantener un “poder incuestionable” sobre la mayoría del resto de países, con “una supremacía militar y económica”, mientras asegura la “limitación de cualquier ejercicio de soberanía” por parte de los Estados que puedan interferir con sus designios globales.

Estos fueron los principios establecidos por los planificadores de alto nivel y expertos de política exterior durante la Segunda Guerra Mundial, cuando desarrollaron el marco para el mundo de la posguerra, el cual fue ampliamente ejecutado. Estados Unidos debía mantener esta dominación en una “Gran Área”, que debía incluir, como mínimo, el hemisferio occidental, el lejano Oriente y el antiguo Imperio Británico, incluyendo cruciales recursos energéticos de Oriente Próximo.

Mientras Rusia comenzaba a pulverizar a los ejércitos nazis tras Stalingrado, las metas de la “Gran Área” se extendieron lo máximo posible por Eurasia. Siempre se ha entendido que Europa pudiera escoger seguir una causa alternativa, quizás la visión gaullista de una Europa desde el Atlántico hasta los Urales. La Organización del Tratado del Atlántico Norte nació en parte para contrarrestar esta amenaza y este asunto permanece muy vivo hoy en día en momentos en que la OTAN se expande hacia una fuerza de intervención de Estados Unidos, responsable del control de “infraestructuras cruciales” del sistema global del que depende Occidente.

Desde que se convirtiera en la potencia mundial dominante durante la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos ha buscado mantener un sistema global de control. Pero ese proyecto no es fácil de mantener. El sistema se erosiona visiblemente, con implicaciones significativas para el futuro. China es un jugador potencial muy influyente y desafiante.

(Texto de Noam Chomsky, rebelión, 6/IX/10).

CLAUDIO KATZ: Las tres dimensiones de la crisis (IV)

Escenarios y alternativas. Resulta muy difícil predecir cuánto tiempo podrá el neoliberalismo posponer el estallido de sus contradicciones estructurales. Pero la prórroga de estos desenlaces seguramente conducirá a conmociones más severas. Existen varias posibilidades para el desemboque de la crisis.

Otro reciclaje. Al comienzo del 2010 el ajuste comienza a reemplazar al socorro, en la gestión de la crisis. La socialización de pérdidas a cuenta del Estado tiende a ser sustituida por ataques más directos a las condiciones de vida de los trabajadores. Con distinta intensidad y temporalidad, en varios países se ha puesto en marcha este giro hacia el atropello. El recorte capitalista exige depurar bancos, eliminar firmas poco competitivas, achicar el financiamiento público e introducir reestructuraciones globales, para compensar las desbalances comerciales y monetarios.

Este proceso de desvalorización de capitales obsoletos siempre se ha instrumentado con sufrimiento popular. Lo que se dirimirá en próximo período es la magnitud de una cirugía que multiplicará el desempleo, la pobreza y la caída del salario. Una hipótesis es la consumación de esta agresión repitiendo lo ocurrido en las últimas dos décadas. En ese período los ajustes provocaron enormes conmociones en distintas economías, sin desembocar en una eclosión generalizada y sin modificar la tónica de la etapa.

Al cabo de serios padecimientos populares, estas sacudidas financieras concluyeron con una descompresión del temblor en los países de origen y con irrupciones en nuevas zonas. Esta trayectoria la siguieron los estallidos que conmovieron a Estados Unidos (1987, 1991, 2001), Europa (1987), Rusia (1998), Japón (1993), el Sudeste Asiático (1997) y América Latina (México 1994, Brasil 1999, Argentina 2001).

Si la convulsión actual reitera esta secuencia, la reorganización de los bancos más comprometidos y de las empresas más endeudadas se consumará con transferencias de ingresos, limpiezas de pasivos y liquidaciones de las deudas, solventadas en la degradación del nivel de vida popular. De esta reorganización surgiría un interregno preparatorio de nuevos desplomes. El ritmo de estos colapsos se ha intensificado desde mediados de los años 80, potenciando las turbulencias que entre 1970 y el 2007 derivaron en 124 crisis bancarias, 208 crisis cambiarias y 63 crisis de deuda soberana.

Pero un escenario de este tipo exigiría también dilatar las crisis de realización y valorización del capital, mediante los mismos mecanismos que permitieron sobrellevar estos desequilibrios durante veinte años. Requeriría la permanencia de ajustes competitivos en los momentos de alivio y socorros estatales en las situaciones críticas.

La regeneración del modelo actual exigiría posponer los desequilibrios de la demanda, con otro impulso del consumo financiado desde fuera de Estados Unidos, ya que la convulsión actual ha golpeado como nunca a los consumidores de la primera potencia (y de otros países que abusaron del modelo crediticio, como España y Gran Bretaña). Se necesitaría incorporar al consumo financiero a nuevos segmentos de la clase media de la semiperiferia, recurriendo a políticas económicas neo-desarrollistas.

Esta expansión de la demanda en China, India, Brasil o Rusia podría compensar, pero no sustituir al volumen consumo del Primer Mundo. Aunque en los últimos meses se avizoran cierto cambios de roles en la economía mundial, con mayores exportaciones de los países centrales y crecientes importaciones de las economías semiperiféricas, los grandes mercados internos están localizados en el primer segmento y las posibilidades de fabricar con bajos costos se ubican en el segundo grupo.

La supervivencia de la etapa neoliberal necesitaría cimentarse también en un continuado repunte de la tasa de ganancia. Una vez superada la erosión de beneficios que generará el desplome recesivo del 2008-10, los mecanismos para sostener esa rentabilidad no diferirían de los utilizados en las últimas décadas. Pero exigirían profundizar ciertos cursos.

Un aumento de la tasa de explotación sería el principal instrumento para preservar la valorización del capital. Ya sobran indicios de esta tendencia con la arremetida reaccionaria en Grecia, España y Portugal. En estos países se procesa el gran test de un atropello, que las clases dominantes han tomado como hoja de ruta.

Otro instrumento de esta batalla serán los recortes de los convenios laborales que prepararan las grandes corporaciones, siguiendo el modelo establecido por General Motors. Una empresa quebrada es actualmente monitoreada por los delegados de un gobierno, que invirtió 50 mil millones de dólares en el rescate y ha tomado a su cargo el 60% de las acciones de la compañía. Este manejo orienta la recuperación de la rentabilidad a costa de los trabajadores. Los despidos, el deterioro de las condiciones laborales y la pérdida de las conquistas sociales se financian con fondos públicos.

La posibilidad de sostener la tasa de ganancia con mayor abaratamiento de las materias primas presenta, en cambio, mayores dificultades. Estos insumos se han encarecido en el último quinquenio como reacción cíclica a la desvalorización precedente. Como existe, además, un contexto de escasez de los productos básicos demandados por las economías intermedias es improbable un retorno a las bajas cotizaciones de los años 90.

Tampoco es nítido el nivel que alcanzaría la depuración de empresas. Los procesos de fusión y concentración de firmas coexisten con socorros estatales, que a veces reciclan el dinamismo inversor y en otros casos deterioran los patrones de competitividad que instauró el neoliberalismo.

Contexto de desenlace. Otro escenario de la crisis es un agravamiento sin respiro de todos los desequilibrios, con pocas compensaciones y virulentas definiciones. En este caso, tendería a producirse una confluencia de los desarreglos coyunturales del 2008-10, con las crisis de realización y valorización de las últimas décadas. Este empalme sería factible por la magnitud de una conmoción que afectó en forma simultánea a las economías desarrolladas, introdujo un contagio global y desató recesiones más acentuadas.

En este escenario la crisis asumiría una intensidad mayúscula, que podría emular lo ocurrido durante la depresión del 30 o asemejarse a la stanflation de los años 70. La deflación constituiría el rasgo típico del primer sendero. Supondría una virulenta caída del poder adquisitivo, junto a la masificación del desempleo en las economías centrales. Esta declinación de los precios introduciría un mecanismo de ajuste para desvalorizar la fuerza de trabajo y depurar los capitales. Un desemboque inflacionario conduciría por otro camino, a esa misma adaptación de los precios a los nuevos valores de las mercancías.

Las tendencias más recientes de Europa y Asia parecen indicar cierta preeminencia del recorrido inflacionario, que en todo caso será anticipado por las políticas económicas de los gobiernos. En Estados Unidos ha comenzado una discusión sobre la forma de reducir la deuda pública y muchos economistas se inclinan por repetir su liquidación, mediante el mismo aumento de los precios que se registró en la posguerra. Pero ese procedimiento requeriría, además, una elevada tasa de crecimiento que resulta muy improbable.

También podría irrumpir una combinación de ambas variantes, adaptada a la actual etapa de capitalismo mundializado. Pero cualquiera de estas alternativas conduciría a colapsos mayúsculos. Lo ocurrido en los años 30 y 70 demuestra, además, que este tipo de crisis puede desembocar en giros cualitativos de la dinámica del sistema, que en la actualidad tendrían connotaciones planetarias.

Resulta imposible anticipar cuál será el desenlace final de la eclosión del 2008-10. En los primeros meses de la crisis parecía inminente un desplome mayor, pero el alivio del 2009 moderó esta impresión. Entre los marxistas existen distintos presagios sobre la envergadura de esta eclosión.

Ortodoxos y heterodoxos. Los debates sobre la crisis han concentrado la atención de todos los economistas. Los neoliberales ya dejaron atrás su desconcierto inicial y recitan nuevamente la mitología del capitalismo eterno. Consideran que este sistema retomará su marcha floreciente, luego de corregir las imperfecciones que desencadenaron el transitorio desplome financiero del 2008-10.

Pero este tipo de fábulas ha perdido credibilidad. Es evidente que la magia del mercado no remonta espontáneamente las crecientes recaídas de la economía. Además, ya no es tan fácil encubrir los terribles padecimientos sociales que rodean a esas convulsiones. A medida que los ajustes se tornan más virulentos, el mensaje neoliberal pierde argumentos, encuentra menor auditorio y se torna más pragmático.

También los heterodoxos exoneran al capitalismo, con sus propuestas de regulación financiera y supervisión de los bancos. Atribuyen exclusivamente la crisis al descontrol de las finanzas y proponen enmendar esta inoperancia con reglamentos y castigos a los movimientos especulativos. Estiman que estas normas permitirán encarrilar la economía, si se reinstalan segmentaciones operativas en la actividad financiera con cierta primacía de la banca pública. Otras propuestas añaden el desmantelamiento de los grandes bancos y una restricción de operaciones que reduzca la gravitación de los inversores institucionales, en los mecanismos del capitalismo patrimonial.

En los momentos más álgidos de la crisis, estas medidas fueron discutidas en las cumbres presidenciales. Allí se consideró reformar el FMI para reafirmar su rol supervisor del capital financiero internacional. También se ha evaluado la introducción de una tasa Tobin, para acotar los trastornos que genera la vertiginosa movilidad de los fondos circulantes.

Pero con el alivio que siguió al socorro estatal, estas propuestas han perdido predicamento en las cúpulas del poder. Las convocatorias a la regulación siguen en la agenda, pero nadie obstruye la continuada preeminencia del liberalismo financiero. La prohibición de los paraísos bancarios ha pasado a segundo plano, junto a la prometida supresión de las bonificaciones a los directivos. La reforma de entidades que promueve Obama es una versión tan light de la iniciativa original, como la tasa Tobin que propone Brown en Inglaterra.

Sin embargo la sola intención de introducir ciertas restricciones a la actividad de los bancos ha desatado una fuerte presión de Wall Street, que mantiene bloqueado un proyecto para limitar el tamaño de las entidades y transparentar los riesgos involucrados en las operaciones con títulos complejos. También se propone introducir alguna protección a los pequeños tenedores de bonos y otorgar poder a los accionistas para limitar los premios de los ejecutivos.

Pero hasta ahora existe poca predisposición del establishment norteamericano para implementar estos cambios. Algunos teóricos heterodoxos cuestionan la impotencia gubernamental frente a estas presiones. Despotrican contra la insensibilidad de Wall Street y la corrupción de Washington, pero no indagan las razones que condujeron a reemplazar el añorado modelo de posguerra por la desreglamentación liberal.

Especialmente ignoran el papel que asumió la propia competencia entre los bancos, en la primacía de este curso. Esa rivalidad es una característica del capitalismo, que invariablemente socava las regulaciones estatales. La propia expansión de los negocios incentiva este deterioro, a medida que aumenta la búsqueda de nuevas fuentes de provisión crediticia.

Los determinantes capitalistas de la hipertrofia bancaria son desconocidos por todos los analistas que fetichizan las regulaciones y desconocen el basamento social de estas normas. Como suponen que el Estado es una institución neutra al servicio de la sociedad (y no de las clases dominantes), vislumbran a los reglamentos como un equitativo paraguas que cubre a la comunidad (sin favorecer a los poderosos).

En los genéricos elogios a futuras regulaciones financieras nunca se aclara quién será beneficiado y afectado por estas reglas. Se omite explicar, que si favorecen a los banqueros no implicarán cambios significativos y si apuntalan a otros sectores (como los industriales), abrirán una pugna competitiva para la recomposición ulterior del poder financiero.

Los keynesianos más afamados y amoldados al poder se han resignado al funcionamiento regresivo del capitalismo. No solo convalidan la gravitación de los banqueros, sino que aceptan la tormentosa expansión del desempleo. Esta actitud los sitúa muy cerca de las posturas conservadoras. Su apoyo al socorro estatal de los bancos es un ejemplo de esa adaptación.

Esta orientación actualiza el patrón de estrategias macro-económicas, que en la postguerra adoptaron en común los keynesianos y los neoclásicos. Esas convergencias se repitieron posteriormente, mediante regulaciones adaptadas a los principios del libre-mercado y políticas anti-cíclicas amoldadas a los criterios neoliberales.

¿Capitalismo humano? Otras vertientes heterodoxas discrepan con esa confluencia y proponen una remodelación progresiva del capitalismo, mediante la reducción de la desigualdad. Convocan a revertir el modelo anglosajón a favor de un esquema socialdemócrata para sustituir el neoliberalismo financiero por algún relanzamiento productivo.

Ciertas versiones de este enfoque sugieren introducir de inmediato medidas de protección de los grupos más afectados por la crisis (frenar desalojos, aumentar el seguro de desempleo, introducir un ingreso mínimo universal), junto a reformas sociales (especialmente en salud y educación) que permitan restablecer el destruido estado de bienestar. Otros postulan recrear el espíritu del laborismo y la estrategia de la economía mixta.

Estas visiones no ocultan su nostalgia por el esquema que naufragó en los años 70. Pero convocan a resucitarlo sin explicar las causas de su hundimiento. Cuestionan en forma simultánea al liberalismo y a la gestión colectivista, destacando el carácter fallido de ambos experimentos. Pero olvidan agregar que la estrategia socialdemócrata fue ensayada en mayor escala durante gran parte del siglo XX. No se entiende por qué razón exceptúan a ese esquema de las grandes frustraciones de la centuria pasada.

Muchas de estas vertientes comparten la expectativa de humanizar al capitalismo. Consideran que este sistema perderá su impronta brutal, a medida que las reformas sensibilicen a las elites que comandan el sistema.

Pero este tipo de llamados nunca encuentra eco entre los altos funcionarios de los Estados. Estos directivos suelen amoldar el sistema a las cambiantes necesidades de las clases dominantes. Propician acotadas mejoras sociales en los momentos de gran descontento popular y anulan estas reformas en los períodos de reflujo de la resistencia. Lo mismo ocurre con las regulaciones financieras. El capitalismo incorpora ciertos controles que abandona cuando se diluyen las tensiones.

Lo que torna imposible la gestación de un “capitalismo humano” es la continuada rivalidad por el beneficio. La búsqueda de este inalcanzable objetivo conduce a dilapidar las energías transformadoras de la población. Un sistema asentado en la explotación del hombre por el hombre no puede ser humanizado, ya que vulnera el principio básico de la convivencia entre individuos. Mientras que la competencia por la ganancia impide generar relaciones de cooperación, la ambición por el lucro impone una despiadada cultura de arribismo, egoísmo y darwinismo social.

Estos pilares del sistema explican también la periódica recreación de esquemas regulados y liberales. Cuando el principio de la rentabilidad es afectado por el primer curso se abre una traumática sustitución hacia el segundo y en condiciones inversas opera la tendencia complementaria.

La compulsión de los dominadores a agredir a los trabajadores constituye un rasgo intrínseco del capitalismo y no un defecto exclusivo del modelo anglosajón. La conducta conservadora que adoptan los socialdemócratas cuando asumen el gobierno es una prueba contundente de esta dinámica. Lo único que puede limitar los atropellos de los dominadores es la resistencia social de los oprimidos y la gestación de estrategias políticas anticapitalistas.

Un nuevo tipo de socialismo. La visión heterodoxa convencional es impugnada por muchos analistas radicales, que cuestionan los remiendos superficiales a la misma estructura de dominación. Resaltan la profundidad de la crisis actual, destacando la multiplicidad de sus impactos y objetando la simple apelación a las regulaciones. Consideran que el estallido del 2008-10 ha puesto contra las cuerdas a todo el régimen de acumulación instaurado por el neoliberalismo.

Este enfoque evalúa acertadamente la magnitud del temblor, pero no explica las conexiones existentes entre este esquema y sus pilares capitalistas. La convulsión actual presenta un doble alcance: afecta las estructuras del neoliberalismo, pero socava al mismo tiempo sus cimientos capitalistas.

Es un error divorciar ambas facetas, aludiendo de forma genérica al carácter sistémico de la crisis, sin precisar su naturaleza capitalista. Hay que subrayar cuál es el modo de producción corroído por esa eclosión. Si se recurre a múltiples términos y calificaciones sin mencionar a este sistema, resulta imposible comprender el sentido de la crisis.

La principal implicación de esta caracterización es su corolario. Cuando se resalta el carácter capitalista de la crisis se pone también sobre la mesa la necesidad de una opción socialista. El capitalismo no es una variante de las relaciones entre la sociedad civil y el Estado, que podría mejorarse perfeccionando una u otra entidad. Es un régimen asentado en la propiedad privada de los medios de producción y en la explotación del trabajo asalariado, que sólo puede erradicarse con iniciativas de construcción socialista.

El significado de esta meta ha generado muchos interrogantes desde el colapso del denominado “socialismo real”. Este desplome introdujo gran desconfianza en la posibilidad de gestar una sociedad que supere las desgracias del capitalismo. Pero la reaparición de la crisis vuelve a poner en debate esta opción.

Hasta los fanáticos defensores del orden vigente, reconocen en la actualidad, que el capitalismo ha perdido la atracción que reconquistó luego de la implosión de la URSS. En otros textos hemos explicado por qué razón ese derrumbe coronó el fracaso de una experiencia incompatible con un genuino proyecto socialista. También señalamos en qué medida resulta indispensable reconstituir esta meta sobre nuevos pilares democráticos y revolucionarios.

Un horizonte de este tipo presupone propuestas anticapitalistas, también ajenas al “socialismo de mercado”, que planteó inicialmente la irrupción de China en el escenario global. Las referencias a ese proyecto han declinado en los últimos años, con la consolidación de una clase dominante que afianza la conversión de ese país en una típica potencia capitalista. Este acelerado viraje torna particularmente ilusorias las expectativas de forjar un “consenso de Pekín” progresista y favorable, en contraposición al regresivo “consenso de Washington” .

Ningún dato de la política internacional de China avala esta creencia. Al contrario, todas las iniciativas que adopta el gigante oriental en Asia, África o América Latina están guiadas por cálculos de rentabilidad y ambiciones de dominación. En los tratados comerciales, en los convenios de inversión y en las definiciones geopolíticas, no existen diferencias significativas entre China y Estados Unidos, Europa o Japón.

El socialismo es un proyecto a recrear desde abajo, con experiencias que abran horizontes anti-capitalistas. En estas acciones comenzarían a vislumbrarse los contornos de un futuro de igualdad, democracia y libertad. Se han propuesto muchos términos para definir ese porvenir, pero el socialismo continúa aportando la denominación más certera. El desafío es adaptar esa meta a un nuevo tipo de cataclismo, que amenaza a la sociedad contemporánea.˜

(Tomado de argenpress, 6/V/10).

Notas:

Ver: Le Monde, 30/III/10.

Escenarios de este tipo son evaluados por analistas como: Yeldan Erinc, “On the nature and causes of the collapse of wealth of nations”, Working Series n 197, PERI, Amherst, 2009.

La diferencia entre ambas variantes es parcialmente expuesta por Arrighi Giovanni, “The winding paths of capital”, New Left Review 56, March-April 2009.

Entre 1946 y 1956 la deuda pública del país pasó de 271 mil millones de dólares a 274 mil, pero como el PIB se duplicó y se registró una inflación del 40%, la deuda quedó reducida en forma drástica. La repetición de este esquema enfrenta enormes obstáculos en la actualidad. Ver: Krugman Paul, “La deuda de Grecia, una espiral mortal hacia el default”, Clarín, 10/IV/10.

Esta nueva proyección espacial es analizada por Harvey David. Los límites del capitalismo y la teoría marxista, Editorial Fondo de Cultura Económica; 1990 (cap 13- Punto 6 y cap 10).

Pantich estima que tendrá un alcance limitado y Brenner que producirá un desmoronamiento mayúsculo. Panitch Leo, Konings Martijn, “US Financial power in crisis”, Historical Materialism, vol 16, Issue 4, 2008. Brenner Robert, “Un análisis histórico-económico de la actual crisis”, Sin Permiso, 22/II/09.

Una apología de este tipo plantea: Sorman Guy, “El sistema capitalista no muere, siempre rebota”, Clarín, 28/X/09.

Esta visión es expuesta por: Orlean André, “La crise moteur du capitalisme”, Le Monde, 30/III/10. También Ghymers Christian, “Una visión europea”, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009. D´Arista Jane, “Limitar el apalancamiento”, Página 12, 26/V/09.

Estos planteamientos han sido formulados por Krugman Paul, “Es hora de reflotar la tasa Tobin”, Clarín, 28/XI/09. Krugman Paul, “Los dilemas de nacionalizar”, Clarín, 7/III/09. También: Stiglitz Joseph, “Un nuevo sistema de crédito es vital para frenar esta crisis”, Clarín, 11/IV/09. Lavagna Roberto, “La crisis global reclama reformas no cosméticas”, Clarín, 24/II/09.

Blackburn Robin, “La crisis de las hipotecas subprime”, New Left Review, n 50, 2008.

Boyer Robert, “Hoy el estado está en mejor posición para definir el futuro”, Página 12, 29/XII/08. Hobsbawn Eric, “Si el socialismo colapsó y el capitalismo está en bancarrota: ¿qué viene después?”, 29/IX/08 www.kaosenlared.net

Un proyecto de este tipo expone: Ricupero Rubens, “De la crisis global surgirá un capitalismo mucho más humano”, La Nación, 3/VI/09.

Ver por ejemplo: Guillen Arturo, “En la encrucijada de la crisis global”, ALAI, 18/VI/09.

También Kregel Jan, “Regulaciones para después de la crisis”, Página 12, 26/V/09. Kregel, Jan, “Taming the bond market vigilantes: gaining policy space”, XI Encuentro Internacional sobre Globalización y problemas del Desarrollo, La Habana, 2-6 marzo 2009.

Katz Claudio, El porvenir del socialismo. Primera edición: Editorial. Herramienta e Imago Mundi, Buenos Aires, 2004. Segunda edición: Monte Avila, Caracas, 2006.

Esta tesis Arrighi Giovanni, Adam Smith en Pekín, Akal Madrid, 2007 (epílogo).