En lo que ha sido calificado como la mayor filtración informativa de la historia, el sitio de internet Wikileaks difundió el pasado 28 de noviembre más de 250 mil telegramas entre las embajadas estadunidenses en una treintena de países y el Departamento de Estado. En los textos, la mayor parte de los cuales corresponden a los tres años pasados, se consignan, entre otras cosas, descalificaciones de funcionarios estadunidenses contra el presidente iraní, Mahmud Ajmadineyad; presiones del gobierno autocrático de Arabia Saudita para atacar al régimen de Teherán; solicitudes de espionaje a varios funcionarios de la ONU, incluido el secretario general Ban Kimoon; señalamientos críticos a varios jefes de Estado europeos; detalles sobre “ciertos movimientos de Estados Unidos” durante el golpe que destituyó a Manuel Zelaya en Honduras, así como confirmaciones de la hostilidad diplomática de Washington hacia los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela y de Cristina Fernández en Argentina. Como ocurrió con la revelación de los crímenes de guerra cometidos por las fuerzas invasoras en Irak y Afganistán, el gobierno de Estados Unidos ha reaccionado ante estas escandalosas filtraciones en forma destemplada y equívoca: si en julio y octubre pasados la Casa Blanca calificó la labor de Wikileaks de “un peligro para las vidas de estadunidenses y sus aliados”, ahora sostiene que la difusión de los cables diplomáticos referidos podría “impactar profundamente no sólo los intereses de la política exterior de Estados Unidos, sino los de amigos y aliados de todo el mundo”. El Pentágono condenó la divulgación de documentos secretos “ilegalmente obtenidos” y afirmó haber tomado medidas para evitar que ello vuelva a suceder.
Las filtraciones comentadas han dejado al descubierto sesgos y distorsiones en el manejo informativo de algunos los principales medios de comunicación en Occidente, empezando por los estadunidenses, de suyo desacreditados por la cobertura parcial que realizaron durante las invasiones de Irak y Afganistán. Significativamente, el diario The New York Times informó ese día su decisión de consultar con la Casa Blanca la publicación de aquellos segmentos de la información proporcionada por Wikileaks que pudieran “lastimar los intereses nacionales”: dicha decisión –sin dejar de reconocer el ejercicio de honestidad del rotativo neoyorquino por haberla hecho pública– exhibe una inaceptable falta de autonomía en el desempeño informativo.
De manera paralela al contenido de los cables diplomáticos, la filtración hecha por Wikileaks ha exhibido, ante la opinión pública internacional, la oposición de Washington al avance de la transparencia –un componente del desarrollo democrático y civilizatorio–, así como su proclividad a recortar garantías ciudadanas elementales –como el derecho a la información– en aras de la “seguridad nacional”.
La hostilidad hacia el sitio de Internet desacredita aún más la imagen de Estados Unidos ante el mundo como autonombrado defensor de las libertades y los valores democráticos: antes bien, queda de manifiesto una doble moral frente a los derechos y libertades de las sociedades y un espíritu paternalista y anacrónico respecto de lo que éstas deben o no saber.
(Tomado de Editorial de La Jornada, 29/XI/10 y /XII/10).
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