lunes, 14 de marzo de 2011

EDITORIAL: Crítica de la autocrítica

De poco sirve una autocrítica puramente confesional si lo que se requiere es corregir, toda o en parte, una acción fallida. O muchas. Se necesita un método correcto que comprenda lo objetivo tanto como lo subjetivo. No basta con “sentirse mal” y encontrar “excusas”. Una autocrítica socialmente útil exige acción inmediata y rectificación concreta y nada de eso se consigue sin un programa antecedente y un programa de soluciones. Cada error tiene su historia y es necesario identificar las raíces de un paso equivocado que pueden alcanzar, incluso, al origen mismo de la metodología de acción y sus marcos filosóficos. La autocrítica, por eso, como parte inexcusable del método de acción, debe ser permanente, dinámica y eficaz… exige un entrenamiento riguroso y no admite condescendencias ni auto-complacencias. La autocrítica debe, incluso, formar parte de las tareas de planeación y debe desarrollarse, siempre, un paso por delante de la acción. Si la autocrítica se rezaga, deben encenderse alarmas autocríticas de emergencia. No pocos proyectos, y experiencias cotidianas requieren un equipo especializado en autocrítica, con un programa de monitoreo constante, capaz de ejercer la responsabilidad de corregir errores de manera inmediata. Suele, además, requerirse un programa de valoración crítica de los aportes emanados desde otros frentes de crítica dirigidos a nuestros proyectos. La crítica de la crítica. Nada fácil, pero tampoco imposible. Un programa efectivo para la autocrítica exige de sus responsables un compromiso consensuado e incuestionable con los fundamentos, los objetivos, los métodos y los alcances de un proyecto. Toda desviación puede tener consecuencias serias. No se acepta complicidad alguna con la ineficiencia. Semejante programa, con frecuencia olvidado en el desarrollo de proyectos, bien puede ser una herramienta formidable para alcanzar éxitos fundamentales, pero no es su garantía absoluta. Es necesario recordar siempre que los éxitos no sólo dependen de los programas y que factores como el azar o la calidad moral de quienes integran un grupo, que son indispensables e inevitables, tienen zonas difícilmente cuantificables pero no imposibles de medir. Un programa efectivo para la autocrítica requiere consenso en sus bases y en sus pasos. De poco sirve una autocrítica unilateral. Requiere definición precisa del “error”, de sus antecedentes, de su desarrollo y de sus consecuencias. Requiere descripción detallada y consensual sobre, y con, los involucrados… valoración exacta de los costos y de los tiempos, definición meticulosa de plazos y recursos con los que será reparado el “error” y plan concreto para lograr el beneplácito de los involucrados. La acción directa. La autocrítica efectiva no es una dádiva, ni una concesión, hijas de la “buena fe” o de ciertas culpas funcionales. Es una herramienta poderosa para separar el tratamiento de los errores de cualquier campo abstracto para elevarlos al terreno de lo concreto, a la vista de todos, y con el beneficio de la corresponsabilidad en las soluciones. Todos necesitamos la autocrítica como herramienta para la lucha, para el trabajo y para la vida cotidiana. Como herramienta social para la militancia, para ser mejores luchadores sociales, mejores personas, mejores ejemplos en lo que nos corresponda ser responsables para la transformación del mundo. Para superar al capitalismo sin cometer errores y, si cometemos alguno, corregirlos correctamente y de inmediato. En colectivo. Adentro y afuera, de lo macro a lo micro.

(Texto de Fernando Buen Abad Domínguez, rebelión, 18/XI/10).

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