domingo, 25 de octubre de 2009
Ser incómodo
¿Qué es ser un buen ciudadano en México? La periodista Denise Dresser (proceso.com, 2/IX/09) lo dice en pocas, pero certeras palabras: “Ser un buen ciudadano en México es una vocación que requiere compromiso y osadía. Es tener el valor de creer en algo profundamente y estar dispuesto a convencer a los demás sobre ello. Es retar de manera continua las medias verdades, la mediocridad, la corrección política, la mendacidad. Es resistir la cooptación. Es vivir produciendo pequeños shocks y terremotos y sacudidas. Vivir generando incomodidad. Vivir en alerta constante. Vivir sin bajar la guardia. Vivir alterando, milímetro tras milímetro, la percepción de la realidad para así cambiarla. Vivir, como lo sugería George Orwell, diciéndoles a los demás lo que no quieren oír”. Labor difícil, porque en los tiempos que corren se fomenta precisamente lo contrario: el conformismo, la pasividad, la aceptación del miedo que corroe las conciencias. Vivimos bajo un avasallamiento ultraconservador criminal e inquisitorio. Sin embargo, coincidimos con Dresser cuando define al disidente: “quienes hacen suyo el oficio de disentir no están en busca del avance material, del avance personal o de una relación cercana con un diputado o un delegado o un presidente municipal o un Secretario de Estado o un Presidente. Viven en ese lugar habitado por quienes entienden que ningún poder es demasiado grande para ser criticado. El oficio de ser incómodo no trae consigo privilegios ni reconocimiento, ni premios, ni honores. Uno se vuelve la persona que nadie sabe en realidad si debe ser invitada”. El disidente es crítico, mordaz e irreverente. El disidente es también un ser incómodo: “el ciudadano crítico debe poseer una gran capacidad para resistir las imágenes convencionales, las narrativas oficiales, las justificaciones circuladas por televisoras poderosas o Presidentes porristas. La tarea que le toca precisamente es la de desenmascarar versiones alternativas y desenterrar lo olvidado. No es una tarea fácil porque implica estar parado siempre del lado de los que no tienen quién los represente, escribe Edward Said”. En efecto, “cuando se asume el pensamiento crítico, no se percibe a la realidad como un hecho dado, inamovible, incambiable, sino como una situación contingente, resultado de decisiones humanas. La crisis del país se convierte en algo que es posible revertir, que es posible alterar mediante la acción decidida y el debate público intenso. La crítica se convierte en una forma de abastecer la esperanza en el país posible. Se vuelve una forma de aspirar al país mejor”. Por ello es que no es fácil “formar parte de los ciudadanos que se rehúsan a aceptar la lógica compartida del ‘por lo menos’. A los que ejercen a cabalidad el oficio de la ciudadanía crítica. A los que alzan un espejo para que un país pueda verse a sí mismo tal y como es. A los que dicen ‘no’. A los que resisten el uso arbitrario de la autoridad. A los que asumen el reto de la inteligencia libre. A los que piensan diferente. A los que declaran que el emperador está desnudo. A los que se involucran en causas y en temas y en movimientos más grandes que sí mismos. A los que en tiempos de grandes disyuntivas éticas no permanecen neutrales. A los que se niegan a ser espectadores de la injusticia o la estupidez. A los que critican a México porque están cansados de aquello que Carlos Pellicer llamó ‘el esplendor ausente’. A los que cantan en la oscuridad porque es la única forma de iluminarla”. En ese sentido, podemos decir que nosotros hemos adoptado ese camino desde hace un buen tiempo, y ahí seguimos. Porque, como lo advertía Martin Luther King: “Hay pocas cosas peores que el apabullante silencio de la gente buena”.
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