domingo, 4 de octubre de 2009
El regreso talibán
Después de casi ocho años de presencia militar extranjera, Afganistán se encuentra en la ruina y está en vías de convertirse en un narcoestado. Más aún, los talibanes –oficialmente derrotados en diciembre de 2001– controlan más de la mitad del territorio del país y diariamente lanzan ataques contra las fuerzas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y del ejército afgano. Aparte el resultado de las elecciones del pasado jueves 20 de agosto –según las cuales el actual mandatario, Hamid Karzai, ha obtenido hasta ahora el mayor porcentaje de los votos válidos–, la democracia y el respeto a los derechos humanos en esta nación son más un deseo que una realidad.
El saldo es brutal: ausencia de instituciones sólidas, más de la mitad del territorio nacional con presencia de los rebeldes talibanes, aumento de los ataques terroristas, al menos 150 mil desplazados internos, incremento de las detenciones arbitrarias y los asesinatos de la población civil, corrupción e impunidad rampante, una economía en ruinas y cada vez más dependiente de la producción de opio...
Las elecciones realizadas el jueves 20 reflejaron esta situación de inestabilidad y violencia: de acuerdo con agencias de prensa, ese día se registraron 135 ataques de los talibanes que causaron la muerte de 26 personas.
“Ninguna de las soluciones que se han implementado para detener la guerra contra los extremistas, y para desarrollar instituciones fuertes, ha funcionado. La situación de seguridad en Afganistán se ha deteriorado significativamente en los últimos años y, de acuerdo con estimaciones de la ONU, en 2008 fueron asesinados unos 2 mil 100 civiles; es decir, 40% más que el año precedente”, apunta el International Crisis Group en una ficha informativa difundida en abril pasado.
Mark L. Schneider, vicepresidente de ese instituto, con sede en Bruselas, señaló el 2 de abril de 2008 –en una audiencia en la Cámara de Representantes estadunidense– que, de continuar ese proceso de degradación, los costos potenciales serían “inaceptablemente altos” para Estados Unidos y la comunidad internacional.
Señaló cuatro consecuencias de esa descomposición: “El retorno de la guerra civil, con facciones enfrentadas en función de sus orígenes regionales o étnicos; la creación de un narcoestado bajo control de bandas del crimen organizado y con una extendida influencia de los grupos terroristas; el dominio por parte de los talibanes de la región sur, poblada mayoritariamente por la etnia Pashtun, y el incremento de la intervención de los poderes regionales”.
Schneider ofreció datos oficiales preocupantes: Los atentados suicidas se elevaron 27% en 2007 respecto a 2006, y 600% respecto a 2005, mientras que el número total de ataques terroristas creció en 400% entre 2005 y 2007.
Indicó que en 2007 murieron 8 mil personas a causa del conflicto, de las cuales mil 500 eran civiles; además, fueron saqueados 40 camiones que distribuían comida del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, 40 trabajadores humanitarios fueron asesinados y 89 más secuestrados. (Fuentes: Marco Appel, proceso, no. 1712; Editorial, La Jornada, 26/VIII/09).
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