Terminó un año más, dejando una estela espeluznante: una democracia deslavada y simulada, un grave desequilibrio local y mundial entre riqueza y pobreza, un abismo de vida entre los incluidos y los excluidos, la globalización que sólo favorece a los pocos, con educación y salud para los menos, e ignorancia y muerte para las mayorías: un indigno mundo prepotente y dominador en manos de minorías con altanero desprecio para el resto, que muchos dicen no vale la pena ser vivido, y que demanda ser transformado y regenerado cuanto antes, so pena de desplomarse en el vacío. Pero, parece que pocos se atreven a completar el consecuente razonamiento elemental: si las cosas son así, debemos procurar un cambio drástico en las actuales relaciones sociales, no solamente para hacerlas más llevaderas, sino para salvar a la sociedad misma de su hundimiento y crisis profundas. En ello, debería decirse, nos va la vida y no cabría la vacilación o la duda ni por un segundo. Sin embargo, ante las crisis más hondas que vive hoy la humanidad: se prefiere escamotear los reales problemas, aquellos de fondo, y conformarse con apelar a ciertas medidas o fórmulas que han sido utilizadas por largo tiempo: el incremento de la productividad, o invocar la moralidad o buena conciencia de los poderosos, o pensar que el pillaje de los delincuentes de cuello blanco va a atenuarse para dirigirnos a un imposible “capitalismo de rostro humano”. Valga como ejemplo de lo dicho la actual situación en San Francisco: frente a la gravedad y cúmulo de los problemas únicamente se piensa casi exclusivamente en las elecciones próximas, no como indispensable tránsito a una mejor sociedad, sino como instrumento de futuras canonjías y privilegios, como juego de poder en que los actuales “jefes” han de conservar sus posiciones y en que su única preocupación es la de aferrarse a las mismas y a la eliminación de sus adversarios, por las buenas o por las malas. Jaime Verdín y sus amigos, sólo piensan en cómo seguir amamantando de la teta del presupuesto público. Para ello, recurren a la vieja práctica del clientelismo político, el cual, en esencia, consiste en el intercambio de favores a cambio de una respuesta política, momentánea o dilatada en el tiempo.
Otorgar favores, subsidios, recomendaciones y otras formas de capital simbólico, dinero, privilegios, servicios, ventajas, el empleo amañado del erario municipal en una u otra dirección, otorgamiento de puestos públicos o simplemente la inclusión en una nominilla “bajo el agua” para cobrar sin trabajar, y un largo etcétera. La obtención del voto a cambio de dádivas es sobre todo un acto de corrupción política, es esencialmente un acto de compra-venta, una transacción claramente mercantil, en la que ni siquiera media el conocimiento mutuo de las partes contratantes. Es frecuente que se emplee la palabra solidaridad para distribuir bienes y servicios a cambio del favoritismo político de quienes los reciben, lo cual constituye una de las formas más perversas del clientelismo político, y de las que de modo más dañino contribuyen a perpetuarlo en el hábito ciudadano. En San Francisco, por ejemplo, es un hecho que los sectores que se beneficiarán con “obras” y “servicios”, serán aquellos en los que Jaime Verdín obtuvo una votación copiosa en la elección de 2006. Citamos sólo algunas de las secciones en las que el PAN captó el doble de votos o más que el PRI: a) Sección 2446, La Muralla del Cadillal, PAN: 62%, PRI: 20%; b) Sec-ción 2448, Colonia Cuauhtémoc, en promedio, PAN: 64%, PRI: 22.7%; c) Sección 2455, El Reparo, PAN: 85%, PRI: 5%; d) Sección 2470, Colonia Renovación, en promedio, PAN: 61.3%, PRI: 28.3%; e) Sección 2482, San Roque de Montes, en promedio, PAN: 62.7%, PRI: 27.7%; f) Sección 2500, El Nacimiento, en promedio, PAN: 76.5%, PRI: 16.5%. Algunas de las principales causas y factores de la persistencia de la sub-cultura clientelar, la cual se refleja en una elección, son: 1) modelos económicos reproductores de la pobreza, el crecimiento de los sectores empobrecidos y de sus necesidades apremiantes no satisfechas; 2) la corrupción de los políticos y en general de la clases dominantes, a las cuales conviene la persistencia de la subcultura clientelar y la función de control político que esta ejerce; 3) las ambiciones políticas y la avidez de los políticos por permanecer en funciones públicas; 4) la ignorancia de muchos sectores pobres acerca de sus derechos, de los mecanismos de funcionamiento de la estructura política de sus respectivas sociedades, del vínculo entre esas prácticas y el sistema socioeconómico vigente, que resulta las más de las veces, asimétrico, excluyente de las grandes mayorías ciudadanas. Si bien el clientelismo cohesiona a la clientela, desordena y desestructura la sociedad al trabajar favoreciendo unas personas por encima de otras, lo que además de ser injusto, conduce a la división de la ciudadanía, al roce y enfrentamiento, y es, por tanto, contrario al desarrollo de una sana cultura ciudadana y la unidad y solidaridad entre la gente. En otras palabras, el clientelismo reproduce el individualismo y el egoísmo que genera la sociedad capitalista. Clientelismo político y corrupción van de la mano, porque el clientelismo corrompe y la corrupción crea condiciones para un mayor desarrollo del clientelismo. Clientelismo y pobreza van de la mano, porque el clientelismo se ceba en la pobreza y la reproduce, desvía los cauces de la movilidad social, haciéndola depender no de las aptitudes naturales y del esfuerzo de los ciudadanos, sino de los favores clientelares. Desde el punto de vista estrictamente económico, el clientelismo político puede ser visto como un mecanismo especial de distribución del producto social, que al no corresponderse con resultados económicos tangibles a cambio (referidos a la producción de bienes y servicios), es disfuncional al desarrollo, por ello es que se trata de una estrategia perversa. La perversidad del clientelismo estriba especialmente en que el ciudadano afectado por la práctica clientelar llega incluso a ver a quien la ejerce desde su poder sociopolítico y económico como a alguien que le está haciendo a él un gran favor, que lo ayuda “con algo” a paliar sus necesidades apremiantes, cuando en realidad lo que está haciendo es contribuyendo expresamente a mantenerlo en su miseria. Quienes se apropian del derecho ciudadano mediante las prácticas clientelares se sienten en el derecho de ser los que deben decidir por éste, es un derecho ilegítimo, pero adquirido. El clientelismo tiene importantes consecuencias éticas porque su práctica continuada y sistemática va alejando al ciudadano de sus deberes para con la sociedad, pues no se siente responsable de lo que se hace en la política, dejando todo en manos de quienes son dueños de la clientela. El clientelismo aleja al ciudadano del civismo. Conduce, por tanto, a la despersonalización política del ciudadano, al sustituir su voluntad política, su derecho participativo, su criterio personal, por la voluntad de quien lo practica en provecho partidista e individual. El clientelismo político, al mercantilizar la política y hacerla por cauces espurios, obstaculiza y llega a suprimir el libre intercambio de ideas, las iniciativas políticas y los deseos de cambio, vaciando el ejercicio de la política de contenido ideológico y ético. Todo lo anterior constituye parte del sombrío panorama en que se debate nuestro municipio: por eso es que hay muchos ciudadanos cansados de tanto cinismo, de tanta desvergüenza, de tanta vulgaridad política. Cada día hay pruebas contundentes y claras de la mala gestión administrativa del gobierno presidido por Jaime Verdín: los Mayolos Luna, los Rodolfos Aguirre, los Rosiles Paloblanco, los Pascuales Sánchez y los Chagoya, dan cuenta del pobre nivel en que nos encontramos. (Basado en: Víctor Flores Olea, La Jornada, 20/XII/10; Darío L. Machado Rodríguez, rebelión, 22/XII/10; Victoria Mendoza, gara, 22/XII/10).
No hay comentarios:
Publicar un comentario