Arde la frontera sur: Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Chiapas con Belice y Guatemala; más allá están por arder Honduras, El Salvador y Nicaragua, y de otra forma –más sofisticada– Costa Rica y Panamá.
Arde básicamente como responsabilidad de los gobiernos federales mexicanos, por su problema interno y –¡oh pecado!– por olvidarse de esos países tan entrañables que no pueden sustraerse de nuestros dolores. Hemos contaminado a Centroamérica que, de plácido y bucólico paisaje, se ha convertido en una extensión del campo de batalla mexicano; sus instituciones, mucho más débiles que las nuestras, están de antemano derrotadas. Véase la desesperación del gobierno guatemalteco.
El dolorosísimo drama que se les echa encima corresponde a una lógica de expansión de mercados: los del crimen, cuestión a la que nosotros no escapamos por más que las autoridades no lo acepten. La demanda de drogas tipo mariguana, cocaína y opiáceos en Estados Unidos está estabilizada; van ahora por drogas de diseño, de las preparadas ilegalmente en laboratorios en su territorio, aunque en algunos casos con insumos extranjeros. En esta lógica, México es aún un mercado apetitoso y Centroamérica, casi virgen.
Esta contaminación a Centroamérica tiene un efecto de rebote hacia acá, pues cárteles mexicanos hace rato que organizan y ejecutan actos criminales con mano de obra centroamericana que nos viene principalmente en la forma de tráfico de personas, narcotráfico, contrabando de armas y bienes en general. De aquí, compensatoriamente, les exportamos emblemáticamente miles de coches robados. Ahora esa cuestión se ha convertido en un problema de política exterior, pues el gobierno de Calderón es acosado por demandas de explicaciones por cientos de muertes, secuestros, robos y demás atropellos.
Voces de alerta no han faltado, las han dado organizaciones académicas, ONG nacionales y extranjeras, prensa de todos orígenes y colores, etc.; deben señalarse entre esas voces a los gobiernos centroamericanos y particularmente a la prensa guatemalteca, tan virulentamente antimexicana. Sin embargo, nunca se había dado con la crudeza de hoy la figura de David contra Goliat. Así nos veían ellos, pero ahora ese Goliat al que se temía, despreciaba y admiraba simultáneamente, se ha convertido en un Polifemo ebrio, herido, sangrante, agonizante para poder ejercer la gobernanza debida.
Y aquí viene el pelo que faltaba en nuestra sopa: los intereses de Estados Unidos en Centroamérica son enormes. Entonces surge para ellos la importancia de controlar esa frontera sur. Conclusión: al no hacerlo Guatemala, Belice y México, lo harán ellos con los métodos, medios y consecuencias imaginables. Seguro, no levantarán otro inútil muro físico, pero sí pueden hacerlo, dada su eterna presencia en la zona, política y militar, con bases en El Salvador, Honduras –la más importante, dados sus recursos de detección y control aéreos– y en Costa Rica, además de múltiples en el Caribe inmediato.
Centroamérica no enfrenta sino un futuro sombrío, como México un empeoramiento del delito organizado, que a partir de ya se está reorganizando en sus tácticas comerciales para ampliar redes de mercadeo nacionales y hacia el istmo. Es decir, para el país se vislumbra un empeoramiento clarísimo en su peligrosidad política, social, económica y hasta militar.
(Texto de Jorge Carrillo Olea, La Jornada, 31/XII/10).
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