Los crímenes en los distintos gobiernos han sido impulsados por una determinada mística del soldado cristiano que ha sido coherentemente mantenida por los distintos líderes de la Iglesia católica. La concepción de la presencia de “Dios en el soldado”, ha estado presente en la concepción de los militares mexicanos como “soldados del evangelio”. Sus conceptos al respecto son sobrecogedores y permiten en cierta manera comprender la “furia mística” de los militares que hoy mantienen una “guerra” en contra del “crimen organizado”. Los vicarios castrenses, siguiendo el ejemplo de aquellos que sirvieron a las distintas dictaduras militares en los setenta y ochenta en Latinoamérica, martillean constantemente a la soldadesca: “El cristiano toma en sus manos –como hombre que vive su conciencia sacerdotal– el don de la vida natural y la ofrece a Dios destruyéndose o inmolándose en reconocimiento de la infinita majestad de Dios y en prueba de su entrega definitiva al Ideal. Esto nos lleva a la ofrenda en aras de un Ideal cuya raíz es Dios; al servir a la Patria hasta morir por ella… El amor a la Patria es sagrado… Cristo amó a su Patria, sojuzgada entonces por Roma. Dignificó y santificó de este modo el valor de la Patria. El amor a la Patria, que debe ser generoso y leal en cualquier hombre, debe serlo doblemente en el cristiano. Si morir por la Patria es dulce para cualquier hombre de bien, más dulce lo es para el cristiano que contempla el universo a la luz de la fe, y a la luz de la fe considera el Ideal de la Patria. Este amor a la Patria debe darse en grado eminente y heroico en quienes integran las Fuerzas Armadas de una Nación”. La letanía es larga y apabullante hacia los militares: “La vocación militar está signada por el riesgo permanente. Riesgo que la Fortaleza espiritual dinamiza y nutre. En las Fuerzas Armadas debe darse una clara y decidida vocación a la muerte como ideal inherente a su más entrañable Ideal Militar, condición ‘sine qua non’ para vivir el sentido heroico de la vida y para realizarse con el plasma que plasma héroes”. Allí está presente la Iglesia con su Teología de la Muerte para sostener espiritualmente a los caballeros de la muerte. Su mística de la muerte pretenden internarla en los laberintos de la mente del soldado: “El héroe está hecho de renuncias personales, de grandeza de alma, de fe integral, ajena a toda servidumbre espuria. El héroe está situado inmediatamente después que el santo –sin olvidar que todo santo es héroe– así sea héroe con el heroísmo de la humildad y del silencio”. Luego viene la estremecedora conclusión: “No es necesaria la efusión de sangre para ser héroe. Basta vivir el terrible cotidiano, sin dejar de cultivar la perspectiva de una senda que exija la efusión de sangre”. Esta Teología de la Muerte, ha servido para mantener el espíritu de los militares que sólo mediante el actual genocidio creen poder volver atrás la historia para revivir los supuestos idílicos tiempos de la perfecta unión entre la cruz y la espada. La Teología de la Muerte desarrollada por los vicarios castrenses, tiene la intención de “formar espiritualmente y doctrinariamente a los cadetes y soldados”, con la idea de darle sentido a lo profano, es decir, a las masacres, torturas, violaciones y desapariciones.
A lo anterior se debe que el gobierno federal deje a los altos jerarcas católicos hacer lo que les venga en gana. Calderón necesita de su apoyo, para seguir con su “guerra”. Nadie en la presente administración federal hace cumplir las leyes cuando conspicuos dirigentes de la Iglesia católica vulneran, una y otra vez, la normatividad del Estado laico mexicano. En los últimos años varios obispos, arzobispos y cardenales se han dado a la tarea de propagandizar que la legislación que establece una estricta separación Estado-Iglesia(s) –de la que ellos no hablan en plural porque acorde con su actitud de negar la pluralidad religiosa del país prefieren referirse a “la Iglesia” (la representada por ellos)–, es persecutoria de lo que entienden por libertad religiosa. Para la cúpula católica más conservadora, y sus allegados ideológicos, libertad religiosa significa que el Estado facilite las tareas de la Iglesia católica, y que adopte como políticas públicas las enseñanzas éticas de esa institución. Como se hallan ante una sociedad crecientemente plural, los clérigos demandan ayuda del aparato estatal para mantener en el redil a los remisos ciudadanos y ciudadanas que optan por normar sus vidas con principios y prácticas mal vistas por los obispos que, en su mayoría, son buenos para convivir en los círculos del poder, pero muy incapaces de vérselas con la sociedad civil y sus entresijos. Las vociferaciones, descalificaciones y autoritarismos de los purpurados que tuercen los hechos para, según ellos, señalar lo ominoso de un “laicismo beligerante”, tienen como respuesta de los funcionarios de hacer valer las leyes el silencio y malabarismos interpretativos para dejar de actuar de acuerdo con lo marcado por la legislación. Un personaje clave del conservadurismo católico en nuestro estado es el arzobispo Martín Rábago, quien, falsea y tergiversa la realidad cuando habla “del derecho a la libertad de enseñanza, derecho que tiene como sujeto a los padres de familia en orden a decidir la educación que prefieren para sus hijos, aun dentro de la escuela pública”. También señala que “un Estado democrático debe poner a disposición de los ciudadanos los medios necesarios para el ejercicio de sus creencias religiosas” (gaudium, no. 367). Es decir, la jerarquía católica quiere más herramientas para un mejor control de la sociedad, su deseo es profundizar su Teología de la Muerte.
(Basado en: Rubén Dri, página 12, 28/XII10; Carlos Martínez García, La Jornada, 12/I/11).
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