miércoles, 16 de febrero de 2011

NACIONAL: Percepción ciudadana

Apantalla la lucidez del inquilino de Los Pinos. Con un solo toque de micrófono todo lo resuelve, da en el clavo y transmite serenidad a los mexicanos, a quienes pide que no se aceleren, que no exageren, porque los problemas del país (que algunos creen que lo ahogan) no son reales sino, simple y sencillamente, de percepción. Deslumbrante hallazgo, sin duda. De haberlo sabido, cuántas angustias se hubieran ahorrado los habitantes de esta nación, cuántos muertos permanecerían vivos, cuántos pobres ocuparían los empleos que supuestamente se perdieron por miles y millones más no fueron generados, cuántos puntos del producto interno bruto no hubieran terminado en la basura si la creencia popular no insistiera en que la crisis alcanzó proporciones descomunales, cuántas otras cosas, en fin, se hubieran ahorrado.

Que la corrupción alcanza niveles históricos es una mera percepción; que el narco hace y deshace a discreción, que es alarmante la inseguridad, que la llamada “estrategia” gubernamental de plano no sirve, que ya son más de 30 mil muertos y que los gringos a Calderón le toman el pelo todos los días, lo mismo; que la caída económica fue la más drástica en ocho décadas, que el desarrollo brilla por su ausencia, que la pobreza va en caballo de hacienda y que la supuesta “recuperación” no alcanza para tapar el cráter de 2009, igual, y así por el estilo en el tema que se aborde. Todo es percepción de quienes, carentes de la brillantez del inquilino de Los Pinos, no tienen la menor idea de lo que en realidad acontece en México, por mucho que obligada y cotidianamente deban cargar con este tremendo paquete que, dicho sea de paso, en el México feliz y vigoroso de la residencia oficial ni de lejos existe.

Cotidianamente los mexicanos perciben que el horno no está para bollos; de hecho no tienen para gas ni para bollos, pero el inquilino de Los Pinos agarra el micrófono y los tranquiliza de inmediato, con esa psicología aplicada que lo caracteriza (se respeta sintaxis): “de acuerdo con los datos económicos y entonces se vislumbraba una luz al final del túnel, los datos económicos hoy nos demuestran que, efectivamente, México ha salido del periodo recesivo y tiene datos en materia económica que confirman que no sólo se ve la luz, sino que ya salimos, digamos, de esa parte del túnel, a pesar de que en la percepción de los consumidores y agentes económicos seguimos viviendo en una crisis que para algunos es prácticamente imposible salir de ella” (pieza oratoria de colección en la Cumbre de Negocios México 2010, 25 de octubre).

La mayoría de los mexicanos percibe que se los está llevando el carajo, pero no es así. Como bien dijo el susodicho ante los empresarios reunidos en la capital mexiquense, eso es mera percepción, porque lo realmente sólido es aquello de la luz, el túnel, los datos y todas esas cosas que los jodidos de plano no alcanza a ver por ser extremadamente negativos y masoquistas, por aferrarse a esa deplorable condición de vida que mantienen, y con una actitud así, pues ni para cuándo saldrán del hoyo.

Como se constata, la mayoría de los mexicanos percibe que el inquilino de Los Pinos no tiene la menor idea de lo que pasa en el país; percibe que lo que él llama “crecimiento” no es otra que el raquitismo que registra la economía nacional desde hace tres décadas; percibe que el autodenominado gobierno no tiene pies ni cabeza; percibe que lo que urge no es un psicólogo de micrófono, sino un gobernante que resuelva los problemas nacionales, no que los justifique y percibe, en fin, que sin un cambio de fondo el país va directo al precipicio.

El que tampoco percibe bien las cosas es el afamado doctor “catarrito”, el mismísimo Agustín Carstens –hoy en funciones de gobernador del Banco de México–, para quien 2011 no será un año del todo grato, pues según sus cálculos, la economía mexicana “avanzará” 3.2 por ciento en 2011, lo que hace percibir que el calderonato confirmará su logro: el peor resultado económico desde tiempos de Miguel de la Madrid, con una tasa promedio anual de “crecimiento” de 1.24 por ciento en un quinquenio.

(Texto de Carlos Fernández-Vega, La Jornada, 29/X/10).

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