En el caso del Comandante Jorge Briceño, conocido como “Mono Jojoy”, se vuelve a repetir esta situación, con el agravante de que hasta ha quedado entre paréntesis la posibilidad de que los insurgentes atacados y asesinados hayan podido caer “combatiendo” en el sentido literal de la palabra. Y decimos esto porque el enemigo que enfrentan las FARC y el ELN, que es el mismo que soportan iraquíes, afganos, palestinos y otros rebeldes de este planeta, es un enemigo cobarde, rastrero, miserable, y sobre todo, bestial. Para “resolver” este tipo de confrontaciones, no apela al cuerpo a cuerpo. Ahora, este enemigo emplea toda la tecnología militar que le suministran sus protectores de Washington, y en este caso puntual, el ejército de Santos utilizó en su operación “Sodoma”, nada menos que 30 aviones y cerca de 27 helicópteros artillados que bombardearon, ametrallaron, y masacraron todo lo que encontraron a su paso, sean seres vivos, o la propia naturaleza que los protegía, en aquella distante zona del Meta, en La Macarena. Si después de tan descomunal y sorpresivo ataque alguien tuvo la suerte de no morir, no tardó en hacerlo debido al tiro de gracia que le dispararon los cobardes uniformados del cuerpo de infantería.
El imperio se regodea anunciando que “las FARC están derrotadas” y que lo único que les queda es rendirse, entregar las armas y, de rodillas aceptar el castigo que se merecen por haber desafiado al poder establecido. Es precisamente en este punto en que no coincidimos con Juan Manuel Santos, presidente de Colombia por la gracia de Obama y todo su tinglado del Pentágono imperial armamentista. Las FARC y el ELN no se lanzaron al monte hace medio siglo por puro gusto, sino porque la situación que vivía el pueblo colombiano en esos años, era de total pauperización y miseria estructural. Como bien recuerdan los escritos del Comandante Marulanda: “cuando decidimos alzarnos en armas, lo que más nos justificaba a hacerlo era ver a los hijos del campesinado morirse por montones por culpa del hambre, mientras sus padres sufrían la impotencia y el dolor de no poder evitarlo”.
¿Alguien cree que esta situación de pobreza y exclusión no sigue provocando estragos en la Colombia actual? ¿Alguien piensa que la explosiva situación social que genera continuas huelgas obreras y estudiantiles, marchas indígenas y protestas de todo tipo a lo ancho y largo del territorio colombiano, son un invento de la insurgencia, o simplemente la realidad de un país en el que diez familias se apoderan del 90% de lo que produce el grueso de la población? Pero además, ¿alguien supone que una insurgencia como la que se desarrolla en Colombia desde hace cinco décadas, podría haber subsistido si amplios sectores de ese pueblo (obreros, estudiantes, campesinos) no le sirvieran de semillero para seguir generando respuestas dignas a tanto odio y muerte desplegado por los respectivos gobiernos liberales y conservadores?
Se equivocan Santos y sus secuaces cuando creen que la dolorosa muerte del Comandante Briceño y de sus compañeras y compañeros asesinados va a paralizar la lucha de la insurgencia. Aprietan los dientes por la rabia que produce el hecho de que los mejores hijos del pueblo tengan que pagar con sus vidas sus ansias de libertad, pero enseguida surge la digna respuesta de continuar la pelea en que se empeñaron sus antecesores.
El Comandante Jorge Briceño nació de madre y padre guerrilleros, vivió prácticamente toda su vida alzado en armas, y en ese andar, se emparentó con Marulanda, con Jacobo Arenas, con Alfonso Cano, con Simón Trinidad, con Sonia, con Raúl Reyes, y al igual que Camilo Torres, el Cura Manuel Pérez, el Comandante Gabino y otros insurgentes como ellos, abandonaron todas las comodidades que da la vida “normal”, precisamente para que millones de pobres de toda pobreza puedan alcanzar alguna vez la normalidad de tener comida, techo y tierra para ellos y su descendencia.
Ni Briceño, ni Lucero Palmera, ni los que están enterrados en vida en las cárceles-tumba colombianas o en las mazmorras yanquis a los que fueron extraditados, son terroristas, ni seres demoníacos o malévolos (como gustan tipificarlos los medios enganchados a la represión), son patriotas latinoamericanos que algún día serán homenajeados como corresponde. Como lo fueron otros “terroristas” como ellos, llamados Tupac Amaru, Bartolina Sisa, Manuela Sáenz, Martí, Bolívar, Sandino, Mandela, Farabundo Martí, Sendic, Ernesto Guevara, Camilo Cienfuegos, Inti Peredo, Filiberto Ojeda, Miguel Enríquez… En ese momento, quizás no tan lejano, sus ejemplos de entrega y sacrificio, estarán por encima de toda la ponzoña vertida contra ellos por quienes practican hoy el Terrorismo de Estado o masacran a nuestros pueblos.
(Texto de Carlos Aznárez, rebelión, 25/IX/10).
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