domingo, 2 de enero de 2011

NACIONAL: Ríos revueltos

Desorden institucional. Entre el pasmo, la corrupción y el desorden institucional, mal funcionan en momentos de crisis los sistemas gubernamentales de protección civil. No puede ser de otra manera si los cargos directivos de esas oficinas son entregados en los diferentes niveles de gobierno a personajes habilitados por motivos partidistas o grupales y si los correspondientes presupuestos –en los planos federal y estatales– son manejados con ánimo de lucro particular, una especie de botín cuyas cuentas suelen diluirse entre urgencias que tapan irregularidades y desviaciones.

La capacidad de prevenir, reaccionar y dar posterior atención a los damnificados por desgracias naturales está condicionada por la triste realidad política nacional: politiquerías, celos partidistas, corrupción voraz, impreparación y una enorme vocación simuladora. Un sistema político enfermo sólo puede ofrecer a la sociedad dosis de su propia patología para aparentar que se atienden y combaten los infortunios circunstanciales. La naturaleza desquicia y lesiona, pero la estructura institucional de defensa de la sociedad apenas logra hacer como que hace, con los políticos gobernantes constituidos en buscadores obsesivos de testimonios mediáticos de efímera eficacia.

En Oaxaca se vive un largo y criminal abandono. Ulises Ruiz ha destinado buena parte de los fondos públicos a aventuras electorales y a las cuentas particulares de sus amigos, aliados y familiares, restando ese dinero colectivo a la atención de las necesidades sociales. A él, como a Fidel Herrera en Veracruz, el río revuelto de las desgracias súbitas les ayuda a eludir controles sobre el pasado mal administrado e incluso les provee de recursos frescos y una especie de restitución del poder maltrecho. Felipe Calderón, por su parte, visita lugares dañados por inundaciones que recibirán promesas y palabras dichas ante cámaras y micrófonos aunque las cosas sigan casi iguales apenas el viajero se retire.

Trife hace candidato a AMLO. De extraña manera, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación ha convertido a López Obrador en candidato presuntivo a la Presidencia de la República. La involuntaria designación proviene de un acto negativo, específicamente la censura a material de propaganda que los partidos del Trabajo y Convergencia han decidido realizar con AMLO como personaje central, pero podrá acabar siendo positivo para el tabasqueño, a quien sus adversarios parecieran obstinados en promover con base en torpezas como la cometida el 29 de septiembre, cuando el máximo órgano resolutivo en materia de comicios decidió castigar con el silencio obligado en ciertos espots a alguien que hasta ahora había sido solamente un ciudadano en desventajosa búsqueda de conseguir más delante una candidatura que el mencionado tribunal ha preferido dar por asignada para así comenzar a cerrarle el paso desde ahora, cuando procesalmente ni precandidato formal es.

El arranque de purismo mediático de la maltrecha corte politiquera presidida por María del Carmen Alanís contrasta con la circundante realidad abusiva que a ojos y oídos de todo mundo practica el priísta Enrique Peña Nieto, quien inunda los espacios electrónicos con material pagado por el estado de México para promover no solamente presuntos logros administrativos sino, sobre todo, la presencia, propuestas y aspiraciones de quien desde ahora es considerado el candidato presidencial de Televisa, aunque no solamente de esta empresa que por su fuerte influencia es usada como designación insignia, sino de un conjunto de medios de comunicación que mediante rigurosa factura realizan diariamente una evidente campaña de promoción que ni ve ni oye el mencionado tribunal censor.

De Monterrey a Monterror. Cada día Felipe Calderón deja más en claro que es un peligro para las próximas elecciones. Ha cercenado de manera sistemática libertades, garantías y legalidad, recluyendo a los ciudadanos en el calabozo del miedo activo y la amenaza latente, haciendo inviable el ejercicio cívico y comicial a causa del narcotráfico dominante y de la reacción policiaco-militar igualmente restrictiva e inhibitoria, envenenando intencionalmente el espectro de la diversidad mediante las alianzas partidistas pervertidas, retorciendo mecanismos judiciales para castigar a adversarios y promover personajes afines (incluso pertenecientes al orden familiar, como sucede en Michoacán) y advirtiendo desde ahora, con toda oportunidad, para que nadie se llame a engaño, que hará cuanto sea necesario para no dejar el poder o, cuando menos, para no dejarlo en manos de quien él no quiera.

Felipe sin pudor, que revive el lema central de la división social mexicana, el que adjudicaba a López Obrador ser un peligro para México, y lo enarbola para dar el banderazo de arranque de una nueva guerra sucia de propaganda contra el tabasqueño que ha resistido una criminal campaña de difamación y se reconstruye desde abajo, a pesar de todos los obstáculos que le han puesto. Felipe en guerra contra quienes piensan distinto a él y, en particular, contra quienes en legítimo ejercicio de sus derechos decidieron apoyar al candidato oficial de un partido legal, López Obrador, y en ese mismo esquema de libertad de elección podrían volver a apoyarlo. AMLO, según el licenciado HSCHC (haiga sido como haiga sido), “le gusta a sus fanáticos, le gusta a un extremo súper radical, le gusta a esta especie de feligresía, pero no le gusta al mexicano común que trabaja, lleva a sus niños a la escuela y quiere vivir en paz y tranquilidad. En la medida que corrija eso va a poder sacar a relucir los talentos que como cualquier persona tiene, y ojalá le vaya bien”. ¡El jefe formal del aparato político mexicano descalificando a los millones de personas que votaron y tal vez volverían a votar por ese candidato, y estableciendo normas de conducta y correctivos para ese presunto aspirante! Y, en la misma entrevista con Salvador Camarena, en W Radio, el caldero hablando de fuegos: “Se sembró una campaña de odio clasista, revanchista. El despertar en México eso de los ricos, los privilegiados, generó un odio que polarizó mucho”.

Pero, así como los escándalos declarativos de Calderón ayudaron a tapar los escándalos relacionados con la ganga otorgada a Televisa y Nextel mediante la vergonzosa y delictiva licitación 21, la respuesta de López Obrador coincidió con el proceso de cambio de nomenclatura norteña: de Monterrey a Monterror. Los habitantes de la capital de Nuevo León y su zona conurbada han ido viviendo el tránsito de la violencia “entre ellos”, los narcotraficantes, al ataque intencional a personas inocentes. Siembra de miedo entre la población no involucrada en “la guerra” contra el narcotráfico. Una granada contra gente que descansaba o paseaba en la plaza principal de Guadalupe, en días pasados. Balas en la plaza Morelos, siempre concurrida, de Monterrey. Se va cumpliendo el libreto Hillary que tomaba los ataques con coche bomba como muestra del paso del narcotráfico a fases distintas, no sólo con visos de insurgencia, sino de terrorismo. Dolorosa realidad cotidiana en una entidad cuyo microgobernador, Rodrigo Medina, sólo atina a seguir haciendo grilla con gel a favor de Peña Nieto pero que tiene abandonada la entidad mientras sus adversarios impulsan la idea de que habrá de caer el priísta huidizo; la guerra contra el narcotráfico, en su fase de terrorismo, colocada por algunos como presunta palanca de cambios políticos forzados en un Nuevo León siempre apetecido por el panismo-calderonismo.

Asquito. Cuando menos en materia de escándalos ha de sentirse satisfecho el acólito de la catedral de Guadalajara que en sus ratos libres se hace pasar por gobernador del estado de Jalisco. En abril de 2008, cuando repartía macrolimosnas para la construcción de un santuario de los mártires cristeros (90 millones de pesos) y para un banco diocesano de alimentos (15 millones), dijo frente a su preceptor religioso, el cardenal Juan Sandoval Íñiguez, para responder a las críticas que suscitaban esos donativos a lo eclesiástico: “a mí, lo que algunos poquitos dicen ¡me vale madre! ¡Así de fácil! (…) Éste es un cheque, no me importa, me cae; don Juan: absuélvame desde allá; además, estamos haciendo un buen desmadre, don Juan. ¿Sí o no? ¡Digan lo que quieran –perdón, señor cardenal–, chinguen a su madre!”

Otra vez frente a su tótem púrpura igualmente deslenguado, en la “universidad católica” de Jalisco, la del Valle de Atemajac (Univa), el mismo Emilio González Márquez dijo hace pocas semanas que los matrimonios entre personas del mismo sexo le producían “asquito”. El uso atenuante del diminutivo tuvo consonancia enigmática con la preventiva o acaso promisoria construcción escogida por el panista a quien con frecuencia sus adversarios le pintan pancartas con la leyenda: “Emilio, puñal/te coge el cardenal”. Dijo Emilio en esa segunda Cumbre Iberoamericana de la Familia que él concibe el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer: “¿Qué quieren?, uno es a la antigüita. A lo otro, como dicen, todavía no le he perdido el asquito”. Todavía no. (Por cierto, en la misma reunión, el jefe Sandoval llamó a pelear contra los modernos ejes del mal: “El amor libre, la anticoncepción, el aborto... el matrimonio ya lo quieren exprés. Y lo que tarda un año, dos o tres para prepararse lo quieren desbaratar en diez minutos. Ahora tenemos el matrimonio entre personas del mismo sexo y hasta la autorización para que adopten. ¿Qué tenemos que hacer? Pues cerrar el camino a todas esas avenidas del mal...”).

(Basado en Julio Hernández López, La Jornada, septiembre 29 y 30, octubre 7 y 12, 2010).

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