“Después de todo, ¿qué son un cuadrado y un círculo? Son meras palabras, y las palabras pueden moldearse hasta disfrazar las ideas”: Joseph Goebbels.
Hoy por hoy, en el umbral de la sociedad del conocimiento, los principios y las técnicas de la propaganda configurados por Joseph Goebbels, y exitosamente comprobados por Adolf Hitler, siguen vigentes. Su ejecución constante en el entorno político y su desmesurada aplicación en la sociedad de mercado han generado el anglicismo híbrido “marketing político” que se caracteriza por el ejercicio superlativo y despiadado de los principios de Goebbels. El primero de esos principios es la ley de la simplicidad: “A fin de conseguir la mayor efectividad, el mensaje debe ser lo más sencillo posible para que todos y cada uno de los individuos sean capaces de comprenderlo, sin exigirles demasiado esfuerzo. Debe ser breve y claro, elaborado con frases sencillas y enunciaciones primarias. Conviene, por lo tanto, reducirlo a slogans y símbolos”. Los ejemplos más próximos los tenemos en los slogans de este y el pasado gobiernos municipales: “Juntos por un futuro mejor” y “Creciendo contigo”, respectivamente. La influencia de la propaganda se expande en la cultura de masas y el discurso político se reduce a mensajes simples y breves que serán transmitidos repetidamente hasta que los ciudadanos lo asimilen y lo integren a su percepción de la realidad. La ley de la simplicidad se ejecuta consuetudinariamente y el ejemplo más claro y reciente, es la difusión mediática de “las acciones de gobierno” emprendidas en San Francisco con motivo del I Informe rendido por Jaime Verdín. En el ya conocido como “Informe del Tríptico”, el alcalde pretendió minimizar la escasez de obra, la falta de atención en áreas clave y la carencia de introducción de servicios, diciendo que en “su gobierno se ha avanzado”, declarando que “lo realizado en esta administración” será necesario repetirlo hasta que todos los ciudadanos lo entiendan: “Yo no quiero ser un alcalde de cemento. Durante este primer año hemos buscado el desarrollo integral de la población, apostándole no sólo a la obra material, sino a la educación, la cultura, el deporte, a los programas sociales, así como a mejorar la atención en las oficinas públicas”. Ahí mismo, el alcalde recurrió a la engañifa de la autocrítica, pidiendo propuestas a sus críticos. ¿Qué caso tiene hacer propuestas a un alcalde sordo e insensible, si de todos modos va a seguir en las mismas, es decir, manteniendo en sus puestos a quienes han demostrado no estar a la altura de los desafíos actuales, como es el director de Seguridad Pública o el de Servicios Municipales o el de Obras Públicas –señalado por sus propios compañeros de trabajo como un reverendo inepto–, por sólo citar algunos? El alcalde se equivoca si cree que con “la inyección” de recursos va a superar las deficiencias. Y lo anterior confirma lo que hemos venido diciendo: preocupado por su imagen, Jaime Verdín acude a la ejecución de la ley de la simplicidad, la cual atenta contra la conciencia colectiva, ofende a la inteligencia de todos aquellos que se percatan de este vulgar manipuleo de la opinión pública. Pero afortunadamente, aún se cumplen los principios de la ley de la causa y efecto, y ahora como siempre y desde entonces, la fabricación de falsos consensos, como una acción nefasta, desencadena una reacción en el raciocinio y se articula el mecanismo de la disidencia. Resulta paradójico que en plena posmodernidad, las tecnologías de información y comunicación consideradas como el vehículo que conduciría a la democratización del conocimiento, sean el medio idóneo para actualizar aquellos principios elementales de la propaganda, creados para distorsionar la percepción y esclavizar la voluntad de la multitud. Esos son los resortes que impulsan a Verdín a desgranar declaraciones que contradicen su propia actuación como funcionario público tanto hoy, como en el pasado en su papel de diputado federal en 2006-2009 y de regidor en 1992-1994. Va un ejemplo, cuando con motivo del vigésimo aniversario del IFE, dijo: “yo sí creo en los avances de la democracia; sin embargo, de las grandes deudas o pendientes que aún se tienen en materia electoral, es trabajar en eliminar la compra de votos, actividad que hay quienes mantienen vigente”. No se mordió la lengua el barbado alcalde, quien durante su campaña hacia la presidencia municipal se valió de los programas de los tres niveles de gobierno para promoverse como el “mejor candidato”. Encarrerado, se dio tiempo para soltar esta barbaridad: “mientras no se dé la posible desaparición del IFE, no significará otra cosa sino que las condiciones aún no están dadas en la madurez totalmente política, como de que faltan aspectos por ser resueltos, porque de nada sirve el que simplemente se haga como que ya está visto el problema”. No cabe duda, el alcalde podría ser sujeto de interés científico porque es un magnífico ejemplo de una de las cuestiones más misteriosas de la política, a saber, por qué los representantes públicos que se miran al espejo de la responsabilidad pública no son capaces de reconocerse a sí mismos. Casos hay a montones, pero llama la atención el del primer panista del municipio, hombre de poca talla física, personal y política, pero afectado de gigantismo en lo que a ego se refiere. Pues bien, a pesar de su enorme yo, cuando se le coloca frente al espejo, el alcalde no se tienta la cara sino que señala al reflejo, a ese hombre que intenta por todos los medios ocultar escándalos como el del enorme agujero que dejara su antecesor Antonio Salvador “El Güero” García en las finanzas públicas, y que hoy tratan de tapar con cuantiosos préstamos (hablan de cien millones de pesos como si hablaran de kilos de papas) que, finalmente, serán pagados a costa del contribuyente. Pero, como vivimos en la tierra de nadie y muy lejos del amparo de la ley, en el ambiente social se respiran sentimientos encontrados, las paradojas sociales eluden las normas y las ansias justicieras proliferan ante el vacío de autoridad. Dicen los teóricos del Derecho que la esencia de las leyes reside en su observancia general y obligatoria, que nadie está por encima de la ley y que nada queda fuera de su ámbito, y que por eso, la paz social sólo existe bajo el amparo de las leyes. Sin embargo, en estos días es claro que “la convivencia pacífica y el funcionamiento armónico de la sociedad” ya no forman parte de nuestra cotidianeidad. Y entonces, surge un vacío de autoridad que se expande gracias a la impunidad; y ante las injusticias y la impotencia, brota el germen justiciero, que es el fruto híbrido de la venganza y la justicia. Y esto último ya se está dando en nuestro municipio, puesto que la irritación social empieza a desbordar los diques que la autoridad tenía implantados desde hace décadas. Esos diques empiezan a debilitarse ante la llegada avasalladora de la comisión en exceso de delitos que hace algunos años parecían inconcebibles: incestos, violaciones de niñas y niños menores de doce o diez años, pandillerismo, trata de personas, homicidios dolosos, adicciones a drogas “duras”, suicidios, violencia intrafamiliar, violencia sicológica por parte de quienes ejercen un puesto de autoridad, prostitución, etc. Un gobernante deja de tener estatura moral en el mismo momento en que desatiende las atribuciones que le dieron origen; es decir, cuando la vida, los bienes y la seguridad de los gobernados dejan de ser prioritarios, germina el híbrido de la venganza y la justicia; y como paradoja social, las ansias justicieras proliferan en el vacío de autoridad. En esas estamos.
(Basado en Laura M. López Murillo, argenpress, 28/IX/10 y 6/X/10; Iñaki Lekuona, gara, 3/X/10; a.m., septiembre 28 y octubre 12 y 15, 2010; El Heraldo de León, 28/IX/10).
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