lunes, 30 de enero de 2012


OPINIÓN: Paradojas de un impuesto

Esta guerra entre liberales en el corazón mismo del liberalismo no hace sino acentuar el contrastado viaje de la tasa Tobin. Desde su nacimiento hasta hoy, la idea ha atravesado fronteras muy dispares y generado consensos fuera de lo común. La inventó un liberal, la defendió la izquierda y ahora es un tema prioritario de la derecha. El primer paso fundador ya es una paradoja. En 1972, en el curso de una conferencia en la Universidad de Princeton, el economista liberal James Tobin puso sobre la mesa la idea de un gravamen sobre las transacciones financieras. Tobin buscaba “arrojar granos de arena en el engranaje de la finanza internacional” y frenar así el incremento de la especulación a corto plazo. El porcentaje de la tasa adelantada por Tobin oscilaba entre el 0.05% y el 0.2%. El economista norteamericano recibió el Nobel de Economía en 1981, pero su idea nunca fue verdaderamente llevada a la práctica. El único país que la aplicó fue Suecia. Entre 1984 y 1990, Suecia instauró un gravamen de 0.5% sobre las transacciones realizadas en el mercado de acciones, pero el principio fue abandonado en 1990 a raíz de la fuga de capitales que provocó. Esta experiencia alimentó los argumentos de los enemigos del gravamen, para quienes toda intención de aplicar un impuesto a las transacciones se traduciría por el efecto contrario.
En diciembre de 1997, el periodista Ignacio Ramonet publicó un editorial en Le Monde Diplomatique donde abogó por la creación de un impuesto a las ganancias como “una exigencia democrática mínima”. En ese texto, titulado “Desarmemos a los mercados”, Ramonet le dio al impuesto Tobin un campo de aplicación más amplio y terminó planteando la creación, a escala planetaria, de la ONG Acción para una tasa Tobin de ayuda a los ciudadanos, Attac. De ese editorial nació Attac un año más tarde.
Los antiglobalizadores de Attac y sus seguidores ampliaron el concepto del gravamen Tobin. Lo más curioso de este combate por la recuperación de fondos sacados de los bolsillos de quienes roban todo y no pagan nada radica en que el mismísimo Tobin se distanció de Attac y sus partidarios.
A través de los años, el gravamen Tobin pasó por un montón de etapas, las unas más contradictorias que las otras. Los socialistas europeos lo promovieron durante las campañas electorales para luego esconder el gravamen en el desempleo y el olvido cuando llegaron al poder. El impuesto Tobin funcionó como un captador de electores sin jamás morder el bolsillo de los liberales. Prueba de que las buenas ideas de la izquierda pueden servir a la derecha, en 2006 el presidente conservador Jacques Chirac instauró un impuesto sobre los billetes de avión que luego adoptaron 27 países. Con ese dinero se aumentaron los fondos destinados a la ayuda al desarrollo. Pasaron cuatro años más y otra vez la derecha hizo suyo un principio de sus adversarios ideológicos. En 2008, la quiebra del banco norteamericano Lehman Brothers desató la crisis de las “subprimes” y con ella la necesidad de regular el turbio e impune mundo de la finanza internacional. En ese contexto, el gravamen Tobin apareció como un instrumento ideal.
Con el FMI en contra, Washington y los mercados opuestos, el gravamen Tobin no tenía muchas posibilidades de pasar de la idea a la realidad. Pero la crisis griega y sus estragos dieron vuelta la balanza a su favor: la Comisión Europea propuso la aplicación de un impuesto sobre las transacciones financieras aplicable a partir de 2014. Siempre tan generosa y humana, la comisión destinó esos fondos no a alimentar la ayuda al desarrollo sino su propio presupuesto.
(Texto de Eduardo Febbro, página 12, 10/I/12).



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