OPINIÓN: Paradojas
de un impuesto
Esta guerra entre liberales en el
corazón mismo del liberalismo no hace sino acentuar el contrastado viaje de la
tasa Tobin. Desde su nacimiento hasta hoy, la idea ha atravesado fronteras muy
dispares y generado consensos fuera de lo común. La inventó un liberal, la
defendió la izquierda y ahora es un tema prioritario de la derecha. El primer
paso fundador ya es una paradoja. En 1972, en el curso de una conferencia en la
Universidad de Princeton, el economista liberal James Tobin puso sobre la mesa
la idea de un gravamen sobre las transacciones financieras. Tobin buscaba
“arrojar granos de arena en el engranaje de la finanza internacional” y frenar
así el incremento de la especulación a corto plazo. El porcentaje de la tasa
adelantada por Tobin oscilaba entre el 0.05% y el 0.2%. El economista
norteamericano recibió el Nobel de Economía en 1981, pero su idea nunca fue
verdaderamente llevada a la práctica. El único país que la aplicó fue Suecia.
Entre 1984 y 1990, Suecia instauró un gravamen de 0.5% sobre las transacciones
realizadas en el mercado de acciones, pero el principio fue abandonado en 1990
a raíz de la fuga de capitales que provocó. Esta experiencia alimentó los
argumentos de los enemigos del gravamen, para quienes toda intención de aplicar
un impuesto a las transacciones se traduciría por el efecto contrario.
En diciembre de 1997, el periodista
Ignacio Ramonet publicó un editorial en Le
Monde Diplomatique donde abogó por la creación de un impuesto a las
ganancias como “una exigencia democrática mínima”. En ese texto, titulado “Desarmemos
a los mercados”, Ramonet le dio al impuesto Tobin un campo de aplicación más
amplio y terminó planteando la creación, a escala planetaria, de la ONG Acción
para una tasa Tobin de ayuda a los ciudadanos, Attac. De ese editorial nació Attac un año más tarde.
Los antiglobalizadores de Attac y sus
seguidores ampliaron el concepto del gravamen Tobin. Lo más curioso de este
combate por la recuperación de fondos sacados de los bolsillos de quienes roban
todo y no pagan nada radica en que el mismísimo Tobin se distanció de Attac y
sus partidarios.
A través de los años, el gravamen
Tobin pasó por un montón de etapas, las unas más contradictorias que las otras.
Los socialistas europeos lo promovieron durante las campañas electorales para
luego esconder el gravamen en el desempleo y el olvido cuando llegaron al
poder. El impuesto Tobin funcionó como un captador de electores sin jamás
morder el bolsillo de los liberales. Prueba de que las buenas ideas de la
izquierda pueden servir a la derecha, en 2006 el presidente conservador Jacques
Chirac instauró un impuesto sobre los billetes de avión que luego adoptaron 27
países. Con ese dinero se aumentaron los fondos destinados a la ayuda al
desarrollo. Pasaron cuatro años más y otra vez la derecha hizo suyo un principio
de sus adversarios ideológicos. En 2008, la quiebra del banco norteamericano
Lehman Brothers desató la crisis de las “subprimes” y con ella la necesidad de
regular el turbio e impune mundo de la finanza internacional. En ese contexto,
el gravamen Tobin apareció como un instrumento ideal.
Con el FMI en contra, Washington y los
mercados opuestos, el gravamen Tobin no tenía muchas posibilidades de pasar de
la idea a la realidad. Pero la crisis griega y sus estragos dieron vuelta la
balanza a su favor: la Comisión Europea propuso la aplicación de un impuesto
sobre las transacciones financieras aplicable a partir de 2014. Siempre tan
generosa y humana, la comisión destinó esos fondos no a alimentar la ayuda al
desarrollo sino su propio presupuesto.
(Texto de Eduardo
Febbro, página 12, 10/I/12).
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