domingo, 1 de enero de 2012

EDITORIAL: Ayotzinapa, otra vez


Angel Aguirre Rivero, gobernador de Guerrero y el gobierno federal se vistieron de gloria. A las 12 horas del 12 de diciembre estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa organizaron un bloqueo en la salida de la autopista de Chilpancingo a Acapulco. Pedían una audiencia con el gobernador. La policía lo rompió a balazos. El saldo provisional es de dos muchachos muertos, Gabriel Echeverría de Jesús, de 20 años, y Jorge Alexis Herrera, de 21, varios heridos graves, otros más desaparecidos y, al menos, 50 detenidos.
Los jóvenes estudiantes campesijavascript:void(0)nos de Ayotzinapa exigían la solución a un pliego petitorio que presentan cada año. Sus demandas son relativamente sencillas de resolver. Por pedir una entrevista con el mandatario Ángel Aguirre Rivero para solucionar estas demandas los balacearon, golpearon, persiguieron, asesinaron, hirieron, detuvieron y torturaron. El gobernador Ángel Aguirre y el gobierno federal pueden sentirse orgullosos.
No puede llamarse enfrentamiento cuando una turba lanza pedradas contra policías –federales, estatales o municipales– y éstos responden con las balas de su poderoso armamento para arrebatar la vida a dos muchachos. Eso se llama asesinato.
Y hay agravantes: Los testimonios gráficos y videográficos acreditan que policías y al menos un sujeto de civil disparan con armas largas a la multitud que se dispersa y uno de los jóvenes es abatido a balazos por la espalda.
Ese no es el monopolio de la fuerza del Estado, como ya comienza a recitarse desde las atalayas del poder, ni se justifica aun en el caso ser guerrilleros, como la perfidia oficial sugiere también. Eso es cobardía.
Y como certeramente lo definió el poeta de la patria, el inmenso liberal Guillermo Prieto, los valientes no asesinan.
En Guerrero hay nueve escuelas normales públicas. Ayotzinapa es la única rural. Fue fundada hace 83 años. Allí comenzaron sus estudios de normalismo Lucio Cabañas, Genaro Vázquez y Othón Salazar. La matrícula escolar es de cerca de 500 alumnos, todos de extracción humilde. Son hijos de campesinos pobres de la Montaña, Sierra y Costa Chica de Guerrero, y de comunidades rurales de Chiapas, Puebla, Morelos, Veracruz y Sonora.
Las normas rurales son una de las pocas vías de movilidad social al alcance de los jóvenes en el mundo campesino. En ellas se tiene acceso a educación, hospedaje, alimentación y, posteriormente, con suerte, trabajo calificado. Los niveles de escolaridad y de vida existentes en estas escuelas son muy precarios. La contradicción entre escasez de medios materiales y pujanza juvenil y espíritu de superación provoca que dentro de estas instituciones prosperen las actitudes y posiciones políticas radicales. Las expectativas de ascenso social no son solamente un hecho individual, sino que involucran a las familias de los estudiantes y con frecuencia, a sus poblados de origen. El destino que tengan los muchachos con sus estudios afecta la vida de sus comunidades. Lo que sucede con sus escuelas no es un hecho ajeno a ellas.
(Basado en Luis Hernández Navarro, La Jornada, 13/XII/11; Álvaro Delgado, proceso.com, 12/XII/11).

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