domingo, 1 de enero de 2012

EDITORIAL: Pacto para imponer un megaajuste

Un hombre feliz, 26 contentos y poco más de 23 millones de personas olvidadas y 330 millones amordazadas. Con ese cuadro concluyó la cumbre de la Unión Europea celebrada los días 8 y 9 de diciembre en Bruselas, cuyo objetivo consistió en adoptar el pacto fiscal promovido por Francia y Alemania, mediante el cual se endurece la disciplina presupuestaria y se acentúa la coordinación entre los 17 países de la Zona Euro. Sólo Gran Bretaña, los 23 millones de desempleados que tiene la Unión y sus 330 millones de habitantes quedaron fuera del consenso.
El Reino Unido se apartó del acuerdo al tiempo que los dirigentes de la Unión no incluyeron ni una sola línea sobre la gente que están llamados a gobernar: ni una palabra sobre el desempleo, ni una idea para reactivar el crecimiento ni menos aún un plan dirigido a la extrema pobreza que gana sectores cada vez más amplios de la sociedad europea. El pacto aprobado por los 26 es un texto de tecnócratas para tecnócratas, cuyo contenido parece especialmente diseñado para contentar a los bancos y principalmente al nuevo rey de Europa, el BCE, Banco Central Europeo. Gran Bretaña se negó a apoyar la revisión de los tratados europeos porque no consiguió que sus socios le acordaran el derecho de veto que le hubiese permitido interferir en la legislación financiera de Europa. En concreto, para conservar el carácter salvaje de su sistema financiero y no plegarse a las reformas de los mercados financieros que están en curso dentro de Europa el Reino Unido sacrificó la Unión.
Casi todo queda en manos de la Comisión de Bruselas y del Consejo Europeo. El Parlamento Europeo de Estrasburgo –formado por los Jefes de Estado o de Gobierno de los Estados de la Unión, más su propio Presidente y el Presidente de la Comisión Europea– pasa a tener un papel mucho menor y, con ello, se pierde el principio de control público sobre las decisiones. Estas se tomarán entre tecnócratas y bancos sin que la opinión pública tenga el más lejano derecho a intervenir o interceder con los mecanismos legítimos de la democracia. La cumbre de Bruselas salvó el euro pero enterró mucho de los principios con los que soñaron los padres fundadores de la construcción europea. Una vez más, la elite tecnócrata y financiera avanzó sobre el territorio de la gestión política. 330 millones de europeos se quedaron sin voz.
(Texto de Eduardo Febbro, página 12, 10/XII/11).

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