En su discurso con motivo del quinto año de gobierno, Felipe Calderón afirmó que en materia de inseguridad ya hemos rebasado las fases “predatoria” y “parasitaria”, en las que existen claras líneas divisorias entre las autoridades y los delincuentes, para evolucionar hasta la “fase simbiótica, donde simplemente ya no hay diferencia entre el Estado y sus instituciones y los criminales. En este contexto, los criminales se apoderan de las instituciones policiacas y ministeriales, actúan a través de la policía y se diversifican hacia la extorsión, el secuestro y el cobro de piso para quedarse con las rentas de la sociedad”.
Los acontecimientos de los últimos días confirman esta evaluación. La ola de asesinatos, asaltos, secuestros y acusaciones penales contra activistas y defensores de derechos humanos, incluyendo a Nepomuceno Moreno, Alejandro Solalinde, Norma Andrade, Trinidad de la Cruz, etc., revela una vez más que la violencia y el acoso no solamente lo ejercen los “malos” en la calle, sino también las instituciones gubernamentales.
Epigmenio Ibarra ha señalado con toda claridad la responsabilidad de Caldefrón por el actual clima intimidatorio: “Cada vez que usted (Calderón) sale en la televisión... incitando al linchamiento de sus críticos pone una diana en el pecho de uno de estos luchadores sociales. Cada vez que se atreve usted a sugerir... que quien se opone a la guerra está por la negociación con los criminales, o de plano trabaja para ellos, firma una sentencia de muerte...Ya jugó a sembrar el encono y la discordia en 2006; ahora, literalmente, juega con fuego” (Texto completo en: http://bit.ly/vZYNbN).
Hay que recordar que Felipe Calderón asumió la titularidad del Poder Ejecutivo, en medio de la mayor crisis política ocurrida en México en los últimos decenios. Semanas antes, Calderón había dicho que probablemente será recordado por los más de 50 mil muertos caídos durante su administración (horroriza pensar cuál pueda ser la cifra al final del sexenio), y que eso será una injusticia. Calderón se equivoca. Además de las víctimas de su guerra personal, será recordado, en primer término, por su ilegitimidad política de origen. Será recordado como el presidente de facto que, al haberse negado al recuento de votos o a la anulación de la elección, no nos pudo demostrar a millones de mexicanos que ganó en buena lid las elecciones presidenciales de 2006. Será también recordado como alguien que prometió ser el presidente del empleo y deja un país hundido en el desempleo y la falta de oportunidades educativas para los jóvenes. Siete millones de ninis y doce millones de pobres adicionales. Será recordado como el hombre que tranzó con los peores intereses sindicales y corporativos de la República para hacerse de la Presidencia. Será recordado como el presidente que, al igual que Fox, se negó a enfrentar la corrupción económica y política que el PAN dijo combatir desde su fundación, el mismo que comprometió seriamente nuestra soberanía con políticas entreguistas hacia el exterior. Será recordado, por quienes tienen memoria y sentido de la historia, como el enterrador, en los hechos, del Estado laico que fue durante un siglo y medio piedra angular del Estado mexicano. Son esas algunas de las prendas que nos deja en la memoria.
Quizá el único aspecto del sexenio que puede considerarse positivo es el equilibrio macroeconómico, pero eso sólo halaga a los tecnócratas y a lo más conservador del sector empresarial, sin que se haya traducido en un incremento del bienestar común. Tal es el balance tentativo de un deplorable accidente histórico: el calderonato.
(Basado en Héctor Vasconcelos, La Jornada, 11/XII/11; John M. Ackerman, La Jornada, 12/XII/11).
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