lunes, 30 de enero de 2012



NACIONAL: Esperando a Max, ¿o es sólo a Miramón?

Con una brillante jornada, histórica y a la vez visionaria, el pasado 14 de diciembre los diputados lograron llevar al país nuevamente al siglo XIX, del cual nunca debió salir, a decir de algunos de los hombres y mujeres más importantes de este país, incluidos Felipe Calderón, su flamante secretario de Gobernación, algunos ilustres empresarios y, desde luego, los máximos dignatarios de la segunda más antigua institución que existe en esta región del mundo, conocida como Occidente.
Fue así que ese día memorable de 2011 los diputados federales, luego de discutir por cerca de siete horas, dieron este importantísimo paso, que otorga a los mexicanos nuevamente el derecho de expresar libremente, en las calles y plazas de este país, su devoción a los claros preceptos del cristianismo, dando así cumplimiento a la promesa que recibiera el propio Papa, de una comisión unipersonal, aparentemente formada por un culto representante de quienes hoy gobiernan nuestro país (en una clara reminiscencia de lo que sucedió hace unos 150 años, cuando otra comisión de patriotas ofreció el trono de México a un distinguido príncipe de la casa de Habsburgo), para restituir este derecho de todos los mexicanos de ser conducidos por el único camino posible a la felicidad, el cual les había sido arrebatado cobardemente desde aquellos años por un grupo de facciosos, intolerantes y amargados, que en un albazo sacrílego habían logrado establecer el Estado laico, defendiéndolo luego de manera incomprensible en contra de las mayorías silenciosas de los mexicanos creyentes y de buenas familias, cometiendo todo tipo de hechos violentos, que culminaron de manera cobarde y vergonzosa con el asesinato del emperador que representaba las únicas posibilidades de progreso para nuestra nación en aquel tiempo.
De esta manera los principios sagrados por los que han luchado tantos hombres y mujeres, quienes orgullosos de su fe nos permitirán ahora recibir con la frente en alto al mismo Papa, el enviado de dios, que en marzo visitará nuestro país con su mensaje de amor, para instruirnos sobre la importancia de otorgar nuestro voto a quien en su inmensa sabiduría él nos indique, para dirigir los destinos de nuestro país por el camino del bien, la devoción y la fe, que tanta falta nos hace en estos días de caos y de violencia, promovida por los delincuentes y los enemigos del orden y las buenas costumbres.
Ahora vendrán los tiempos en los que las personas decentes podremos expresar con júbilo nuestra fe y nuestros compromisos, imponiendo nuestras ideas y principios a quienes se oponen y se han opuesto a nosotros, no sólo en aspectos de la conciencia, sino también para apoyar otras causas relacionadas con la conducción del país y con la buenas costumbres.
El paso siguiente será lograr que algunas otras leyes sean derogadas por inútiles y contrarias a la realidad en todos los campos de la vida política y social, desde la educación y la cultura que reciben nuestros hijos, y en especial los hijos de quienes no tienen recursos para pagar colegiaturas y se ven obligados a recurrir a las escuelas públicas, hasta los relacionados con el derecho a la vida y la proscripción del libertinaje.
Las nuevas libertades logradas con la derogación del anacrónico artículo 24 nos permitirán, en el futuro, no sólo aislar a quienes profesan religiones, creencias y maneras de pensar diferentes a las nuestras, sino hacerles ver que son minoría y que por ello deben sujetarse a la voluntad mayoritaria de nuestro pueblo, comprendiendo que es sólo por nuestra tolerancia que les permitimos coexistir con nosotros. Pero, aun no cantemos victoria, las modificaciones a la Constitución, aprobadas por los diputados, habrán de enfrentar duras críticas de nuestros enemigos, antes de su confirmación en la Cámara de Senadores, por ello es necesario estar alertas desde ahora, para impedir que nuestros enemigos detengan este noble proceso que ha sido posible, gracias al apoyo de gobernadores, funcionarios y legisladores comprometidos con el actual proceso de modernización que ha tenido el país durante los últimos 11 años, como nunca se habían dado en la historia moderna de México.
(Texto de Enrique Calderón Alzati, La Jornada, 31/XII/11).



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