domingo, 1 de enero de 2012

NACIONAL: La insoportable levedad del gel

En cuatro minutos que estuvo fuera de su hábitat, Enrique Peña Nieto se mostró con nitidez como un baldío político incapaz de mencionar tres obras literarias que hubieran influido marcadamente en su vida, y cometió tales errores y actuó de tan deplorable manera que hizo preguntarse a muchos si un personaje con tal incultura e incapacidad escénica puede aspirar a gobernar un país con tantos problemas y tan harto de frivolidad e incompetencia como es México.
Waterloo intelectual de un personaje largamente acusado de ser un producto de la mercadotecnia, en especial de las artes de inflado sobre pedido que practican las televisoras dominantes, en particular la dirigida por Emilio Azcárraga Jean. De lo estético a lo patético: el figurín de telenovela, el político que, según se ve, dedica más tiempo a la parte externa que a la interna de su testa, exhibió dolorosamente los efectos nocivos de la adoración intensiva del gel. El esculpido copete como exhibición inversamente proporcional a la profundidad y cultivo de lo que está bajo él. La sospecha confirmada de que a Los Pinos puede llegar una versión en tres colores de Ninel Conde o la reformulación capilarmente ventajosa de los famosos traspiés del embotado Vicente Fox. Horas oscuras para el mexiquense que pobló como pocos el espacio libérrimo de Twitter bajo la etiqueta #LibreriaPeñaNieto (de donde se tomó el título de esta columna) que, sin embargo, por la noche fue retirada de esa lista de tópicos importantes, en circunstancias que a muchos pareció censura, pues era evidente la gran cantidad de mensajes depositados en ese casillero, aunque especialistas aseguraron que tales referencias destacadas se definen por el crecimiento del asunto en cita y no por el número de menciones en sí.
Vacilante, atrapado sin salida, emboscado en la inmensidad libresca, Peña Nieto se fue enredando más y más (en http://bit.ly/uBk3D6 puede verse), asiéndose sin esperanza a los pocos recursos de defensa a su desmemoriado alcance: la pronunciación torpe que hizo entender que hablaba de leer telenovelas cuando decía desde novelas; la Biblia que nomás leyó poquito, a pesar de ser egresado de la opusdeísta Universidad Panamericana; la pifia vicentina respecto a Krauze y Fuentes; el bochorno cuando pedía que le ayudaran a recordar el título de un libro sobre las mentiras de Krauze y alguien sugirió Pinocho; la desvalida búsqueda de precisión al preguntar ¿Tomás, Tomasini?, en angustiada consulta al público burlón para saber el nombre del autor de algún libro que él decía leer; la confesión abierta de que no hay libros que lo hayan marcado en su vida y de que no registra los títulos de los libros que por lo dicho le dan lo mismo en cuanto a contenido y autores (¡Oh, no sabía que se llamaba directorio telefónico!, podría ser una equivocación llevada al absurdo). Y así pretende gobernar a México, aunque ha de reconocerse que su propensión al olvido no es nueva: años atrás no había recordado la causa de la muerte de su primera esposa al ser entrevistado por el periodista de una cadena para hispanohablantes en Estados Unidos, Jorge Ramos.
(Texto de Julio Hernández López, La Jornada, 5/XII/11).

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