INTERNACIONAL: Irán en AL: el enojo de
Washington
La
gira que el presidente iraní, Mahmud Ajmadineyad, realizó por cuatro naciones
latinoamericanas –Venezuela, Nicaragua, Cuba y Ecuador– constituye un abierto
desafío de los gobiernos anfitriones a la advertencia emitida el pasado 6 de
enero por Washington, por conducto de la vocera del Departamento de Estado,
Victtoria Nuland, en el sentido de que las naciones de la región deben
“abstenerse de profundizar sus vínculos” con la república islámica.
Significati-vamente, en vísperas del periplo de Ahmadinejad, el gobierno
estadunidense declaró persona no grata a la cónsul general de Venezuela en
Miami, Livia Acosta Noguera, y ordenó su inmediata expulsión del país. En un
reportaje de la cadena Univisión, que fue recibido con escepticismo por la
mayor parte de la opinión pública del país vecino, la diplomática venezolana
había sido señalada recientemente por su supuesta participación en un complot
iraní para cometer atentados en Washington.
La
animadversión de la Casa Blanca y de sus aliados regionales –particularmente
los gobiernos colombiano y mexicano– contra Teherán no está relacionada con el
tema de los derechos humanos, cuya situación es tan criticable en Irán como en
Estados Unidos, Colombia y México; tampoco parece haber sustancia en los
alegatos de que la nación persa promueve acciones terroristas; la razón real
del enojo es la determinación de la república islámica de ejercer su
independencia en todas las áreas, incluido el desarrollo de tecnología nuclear
que podría tener derivaciones militares. Aun si fuera cierta la acusación de
que los gobernantes iraníes pretenden fabricar bombas atómicas, tal actitud, si
bien lamentable y alarmante desde la perspectiva de la proliferación nuclear,
sería la consecuencia natural del agresivo injerencismo militar estadunidense
en Medio Oriente y de la doble moral de Occidente ante el proceso armamentista
que llevó a Israel a hacerse de un arsenal nuclear sin que nadie en Estados
Unidos o Europa hiciera nada por detenerlo.
El
acercamiento entre Irán y diversos gobiernos latinoamericanos de signo
progresista y latinoamericanista resulta lógico y positivo. Lo anterior es
particularmente cierto en el caso de Venezuela, por las obvias similitudes
entre ambos países: exportadores de petróleo, empeñados en impulsar tecnologías
propias y, sobre todo, acosados por un poder imperial que no se resigna a la
pérdida histórica de dos naciones sobre las cuales, de una u otra forma,
ejercía un control político evidente.
Han
fracasado hasta ahora los intentos de diversos funcionarios de Washington y de
algunos de sus aliados continentales por fabricar un supuesto “eje del mal”
entre Teherán y Caracas, supuestamente dedicado a promover el terrorismo en la
región y a emplearla como trampolín para una escalada contra Estados Unidos.
Sin embargo, lo que hay entre las repúblicas islámica y bolivariana está a la
vista: acuerdos y programas de cooperación en materia petrolera, tecnológica y
militar, todos legítimos. Lo mismo puede decirse de las relaciones de Irán con
Cuba, Nicaragua y Ecuador: se trata de vínculos de colaboración entre estados soberanos
que en nada afectan la seguridad del gobierno de Washington.
(Editorial de La Jornada, 9/I/12).
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