Aun
cuando los conductores de televisión hicieron su mejor esfuerzo por transmitir
emoción al auditorio, lo cierto es que Benedicto XVI no levantó el entusiasmo
que su antecesor, Juan Pablo II. Las causas pueden ser varias. Desde luego hay
que tomar en cuenta las personalidades. Juan Pablo era carismático. Además,
visitó una zona con mayor población, el Distrito Federal. No puede descontarse
un factor: el catolicismo está perdiendo fieles f rente a la competencia –también existe el mercado de las
almas– de otras religiones, en particular la evangélica. Esto plantea algunas
interrogantes: ¿por qué retrocede el número de católicos? Puede proponerse un
centenar de respuestas y todavía habría más. Tendríamos que comenzar por el
decepcionante comportamiento de los jerarcas católicos. Ahí está el caso del
obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, trenzado en un nada caritativo litigio por
la herencia de una de las señoras de la dinastía Azcárraga. (Por cierto, lo
tuvieron bien guardado durante esos días; no se le vio, es impresentable.) O
los mal disimulados y al final de cuenta bochornosos oficios del cardenal
Norberto Rivera para anular los matrimonios de Marta Sahagún y Vicente Fox, a
fin de que pudieran contraer nupcias por la Iglesia. Los sainetes del cardenal
Sandoval, de Guadalajara. En fin, la cuenta es larga. Menciòn aparte son los
hombres de la Iglesia católica que muestran en los hechos la fidelidad a su
vocación: el obispo Raúl Vera y el sacerdote Miguel Concha. En ellos quisiera
aunar a todos los buenos sacerdotes, que son muchos, afortunadamente.
(Texto
de Enrique Galván Ochoa, La Jornada,
26/III/12).
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