Alguien
había matado a cuatro judíos en Toulouse; tres de ellos, niños que acudían al
colegio. A partir de aquel momento, la ciudad francesa se convirtió en el
centro informativo del mundo. Los medios de comunicación trasmitían, casi en
directo, los detalles de la tragedia.
Toda
Francia lanzó un alarido y se sumergió en el duelo; la Unión Europea condenó de
inmediato lo ocurrido por boca de su representante diplomática. Pero Catherine
Asthon cometió un disparate: al repudiar la muerte de menores inocentes incluyó
a los niños de Gaza. ¡Intolerable!
El
ministro de Defensa israelí precisó que “sus soldados actúan en Gaza con gran
precisión para proteger a los niños inocentes”; el ultraderechista ministro de
Exteriores aseguró que “Israel es el país más moral del mundo”; el primer
ministro afirmó enérgico que “la masacre de Toulouse no admite comparación con
las acciones quirúrgicas que practica su Ejército”.
Netanyahu
tenía razón; las diferencias entre ambas tragedias son abismales. Quien disparó
en Toulouse pudo ser visualizado por las cámaras; quienes disparan contra los
niños palestinos son guerreros fantasmales imposibles de detectar. Salah
Shehadeh dormía en su humilde vivienda cuando fue alcanzada por un misil
israelí; el matrimonio y sus cinco hijos quedaron carbonizados pero nadie
podría identificar la mano que activó el propulsor. Huda jugueteaba con otros
niños en las peligrosas playas de Gaza; un proyectil disparado a distancia mató
al padre de la niña. La Marina israelí negó cualquier responsabilidad; sólo los
datos registrados en la carcasa del misil dejaron al descubierto la ruindad de
quienes habían atacado una playa repleta de gente.
Quien
disparó contra los niños judíos fue catalogado de criminal; los pilotos que
disparan contra los niños gazatíes pertenecen al cuerpo de élite más admirado
del Ejército sionista. El pistolero de Toulouse atacó a varios escolares; la
aviación israelí atacó el hospital infantil de Gaza sin reparar en los muchos
niños que estaban siendo atendidos en él. Ambas actuaciones son criminales,
pero el presunto Mohamed Merah mató a tres niños y la operación “Plomo Fundido”
contra Gaza a cuatrocientos.
La
tragedia de Toulouse mereció atención absoluta y repulsa mundial. Los crímenes
contra la población civil árabe no merecen la más breve reseña ni la más tenue
condena. Peor aún, despiertan vergonzosas vanidades. Durante muchos meses los mirage franceses han sembrado de muerte
los pueblos y aldeas libias; lo que iba a ser una medida cautelar se convirtió
en una carnicería contra la población civil.
¿Dónde
estaba la compungida sociedad francesa cuando sus fuerzas aéreas mataban niños
libios por carretadas? Guardaron un silencio que tenía mucho de complicidad y
de complacencia; admiraban con regodeado chauvinismo la pericia de sus pilotos
y la eficacia de sus aviones.
Efectivamente,
hay demasiadas diferencias entre los niños judíos y los árabes. Para el sionismo
y sus encubridores internacionales, los niños palestinos no merecen mucha más
consideración que los gusanos.
(Texto
de Jesús Valencia, gara, 26/III/12).
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