jueves, 24 de mayo de 2012

EDITORIAL: Francia: barbarie, xenofobia y elecciones







Un día después de la masacre ocurrida en un colegio judío de Toulouse, Francia –donde un individuo no identificado mató a tiros a un profesor de la institución y a tres alumnas–, el ministro del Interior de ese país, Claude Guéant, dijo que hay indicios de que el asesino videograbó el crimen con una cámara que llevaba pegada al cuerpo, y lo describió como “alguien que es muy frío, muy decidido, con gestos precisos, y por lo tanto muy cruel”. Por su parte, en entrevista televisiva, el canciller francés, Alain Juppé, secundó la versión formulada la víspera por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu –de que “no se puede descartar la posibilidad de que (el crimen) haya sido motivado por un antisemitismo violento y asesino”–, al afirmar: “el antisemitismo existe en Francia; hemos luchado (contra eso) por años”.
Más que a una expresión de odio antijudío, la cadena de crímenes violentos registrados últimamente en el suroeste francés se presenta como una expresión de las miserias características de la ultraderecha francesa, la cual ha hecho capital político azuzando a la población contra los inmigrantes pobres y las minorías étnicas (judíos, magrebíes, subsaharianos, antillanos, latinoamericanos, gitanos, entre otros) de esa sociedad.
Mohamed Merah, el autor de la masacre, sólo cumplió con una de sus promesas: morir con las armas en la mano. Al cabo de un sitio de 32 horas, cayó abatido de un balazo en la cabeza cuando saltó por la ventana del baño del departamento donde se había refugiado. El joven de 24 años resistió solo durante más de un día el cerco del RAID, el cuerpo de elite de la policía francesa. Mohamed Merah había prometido entregarse tres veces, pero no lo hizo.
Mohamed Merah dejó un tendal de muertos, muchas incógnitas y una madeja de argumentos muy útiles para los sectores más duros de la derecha. La irrupción de Mohamed Merah legitimó los temas prioritarios de la derecha: la seguridad, la inmigración, el lugar del Islam en Francia. Apenas muerto, Nicolas Sarkozy anunció un paquete de medidas represivas. “En adelante, cualquier persona que consulte de forma regular portales de Internet que hagan apología del terrorismo o que llamen al odio o a la venganza, será castigada penalmente. Cualquier persona que viaje al extranjero para adoctrinarse con ideologías que conducen al terrorismo, será castigada penalmente. La propagación y la apología de ideologías extremistas serán reprimidas mediante un delito que figura en el Código Penal y con los medios con que ya cuenta la lucha antiterrorista”, dijo el presidente. Quedan, en el medio del drama, una polémica y un misterio. La polémica: ¿cómo es posible que los servicios secretos, que lo tenían bajo vigilancia, no lo arrestaran antes de que multiplicara los asesinatos? El misterio: ¿quién era realmente Mohamed Merah? ¿Cómo hizo un joven ladronzuelo de 24 años para convertirse de la noche a la mañana en un serial killer confesional que actúa en nombre de Al Qaeda con una crueldad que ni sus presuntos maestros han sido capaces de alcanzar? Con una ayuda social de 700 dólares, ¿cómo hizo para pagarse los autos, las armas, los departamentos?
La prensa francesa y los relatos oficiales lo describen como un hombre con 100 rostros. Los primeros retratos de Mohamed Merah evocan un tipo medio “musculoso”, con una “cicatriz” o un “tatuaje”, de mirada “glacial”. Christian Etelin, el abogado que lo defendió de los numerosos delitos que cometió cuando era menor, ofrece otra descripción: “cara de ángel”, de una belleza “fascinante”, “suave”, de “voz dulce”. En lo que atañe a la religión y la política, su abogado dice que Mohamed Merah había “levantado una muralla y nunca abordaba el tema”. Sobre su recorrido como jihadista también hay más de una versión: estuvo entrenándose en Pakistán y Afganistán con los talibán para pelear contra las tropas de la OTAN, viajó a Israel, a Palestina, a Siria, a Irak, a Jordania. Misterio sobre misterio. Los servicios secretos mantienen su versión inicial: Merah era “un lobo solitario” que presentaba un “perfil de autorradicalización salafista atípico”, independiente de cualquier “organización estructurada conocida”, según François Molins, fiscal de París. Sin embargo, el hombre pasó a través de las redes de los servicios de inteligencia de Francia, pero figuraba en la lista negra de denegación de vuelo que maneja el FBI, creada después de los atentados de septiembre de 2001. La policía federal norteamericana le seguía la huella a partir de informes enviados desde Afganistán. En 2010, Merah fue arrestado en la región afgana de Kandahar y entregado a los soldados norteamericanos, que lo expulsaron a Francia. Ahora bien, según el vespertino Le Monde, las fuerzas de la OTAN no confirmaron su expulsión. Merah decía actuar en nombre de Al Qaeda, pero Washington asegura que el joven francés de origen argelino nunca estuvo en contacto con los altos mandos de Al Qaeda.
Nadie ha podido aportar una respuesta a otra pregunta: ¿cómo pasó de la nada a la acción descabellada? No  se han  encontrado  cartas, ni cuadernos  íntimos ni  mensajes en  Internet donde Mohamed Merah haya manifestado la más lejana idea. Parece no tener relato propio. Sólo hay un montón de relatos oficiales y un extraño hilo conductor que cada medio de prensa completa a su manera. Jihadista pero no tanto, malo pero también “ángel”, pobre pero con armas y autos, delincuente pero viajero internacional. Una información se superpone a la otra sin que surja una imagen nítida para saber quién fue ese hombre que puso su revólver sobre la cabeza de niños y disparó.
(Basado en Editorial de La Jornada, 21/III/12; Eduardo Febbro, página 12, 23/III/12).



No hay comentarios:

Publicar un comentario