Un
día después de la masacre ocurrida en un colegio judío de Toulouse, Francia
–donde un individuo no identificado mató a tiros a un profesor de la
institución y a tres alumnas–, el ministro del Interior de ese país, Claude
Guéant, dijo que hay indicios de que el asesino videograbó el crimen con una
cámara que llevaba pegada al cuerpo, y lo describió como “alguien que es muy
frío, muy decidido, con gestos precisos, y por lo tanto muy cruel”. Por su
parte, en entrevista televisiva, el canciller francés, Alain Juppé, secundó la
versión formulada la víspera por el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu
–de que “no se puede descartar la posibilidad de que (el crimen) haya sido
motivado por un antisemitismo violento y asesino”–, al afirmar: “el antisemitismo
existe en Francia; hemos luchado (contra eso) por años”.
Más
que a una expresión de odio antijudío, la cadena de crímenes violentos
registrados últimamente en el suroeste francés se presenta como una expresión
de las miserias características de la ultraderecha francesa, la cual ha hecho
capital político azuzando a la población contra los inmigrantes pobres y las
minorías étnicas (judíos, magrebíes, subsaharianos, antillanos,
latinoamericanos, gitanos, entre otros) de esa sociedad.
Mohamed
Merah, el autor de la masacre, sólo cumplió con una de sus promesas: morir con
las armas en la mano. Al cabo de un sitio de 32 horas, cayó abatido de un
balazo en la cabeza cuando saltó por la ventana del baño del departamento donde
se había refugiado. El joven de 24 años resistió solo durante más de un día el
cerco del RAID, el cuerpo de elite de la policía francesa. Mohamed Merah había
prometido entregarse tres veces, pero no lo hizo.
Mohamed
Merah dejó un tendal de muertos, muchas incógnitas y una madeja de argumentos muy
útiles para los sectores más duros de la derecha. La irrupción de Mohamed Merah
legitimó los temas prioritarios de la derecha: la seguridad, la inmigración, el
lugar del Islam en Francia. Apenas muerto, Nicolas Sarkozy anunció un paquete
de medidas represivas. “En adelante, cualquier persona que consulte de forma
regular portales de Internet que hagan apología del terrorismo o que llamen al
odio o a la venganza, será castigada penalmente. Cualquier persona que viaje al
extranjero para adoctrinarse con ideologías que conducen al terrorismo, será
castigada penalmente. La propagación y la apología de ideologías extremistas
serán reprimidas mediante un delito que figura en el Código Penal y con los
medios con que ya cuenta la lucha antiterrorista”, dijo el presidente. Quedan,
en el medio del drama, una polémica y un misterio. La polémica: ¿cómo es
posible que los servicios secretos, que lo tenían bajo vigilancia, no lo
arrestaran antes de que multiplicara los asesinatos? El misterio: ¿quién era
realmente Mohamed Merah? ¿Cómo hizo un joven ladronzuelo de 24 años para
convertirse de la noche a la mañana en un serial
killer confesional que actúa en nombre de Al Qaeda con una crueldad que ni
sus presuntos maestros han sido capaces de alcanzar? Con una ayuda social de
700 dólares, ¿cómo hizo para pagarse los autos, las armas, los departamentos?
La
prensa francesa y los relatos oficiales lo describen como un hombre con 100
rostros. Los primeros retratos de Mohamed Merah evocan un tipo medio
“musculoso”, con una “cicatriz” o un “tatuaje”, de mirada “glacial”. Christian
Etelin, el abogado que lo defendió de los numerosos delitos que cometió cuando
era menor, ofrece otra descripción: “cara de ángel”, de una belleza
“fascinante”, “suave”, de “voz dulce”. En lo que atañe a la religión y la
política, su abogado dice que Mohamed Merah había “levantado una muralla y
nunca abordaba el tema”. Sobre su recorrido como jihadista también hay más de
una versión: estuvo entrenándose en Pakistán y Afganistán con los talibán para
pelear contra las tropas de la OTAN, viajó a Israel, a Palestina, a Siria, a
Irak, a Jordania. Misterio sobre misterio. Los servicios secretos mantienen su
versión inicial: Merah era “un lobo solitario” que presentaba un “perfil de
autorradicalización salafista atípico”, independiente de cualquier
“organización estructurada conocida”, según François Molins, fiscal de París.
Sin embargo, el hombre pasó a través de las redes de los servicios de
inteligencia de Francia, pero figuraba en la lista negra de denegación de vuelo
que maneja el FBI, creada después de los atentados de septiembre de 2001. La
policía federal norteamericana le seguía la huella a partir de informes
enviados desde Afganistán. En 2010, Merah fue arrestado en la región afgana de
Kandahar y entregado a los soldados norteamericanos, que lo expulsaron a
Francia. Ahora bien, según el vespertino Le Monde, las fuerzas de la OTAN no
confirmaron su expulsión. Merah decía actuar en nombre de Al Qaeda, pero
Washington asegura que el joven francés de origen argelino nunca estuvo en
contacto con los altos mandos de Al Qaeda.
Nadie
ha podido aportar una respuesta a otra pregunta: ¿cómo pasó de la nada a la
acción descabellada? No se han encontrado
cartas, ni cuadernos íntimos
ni mensajes en Internet donde Mohamed Merah haya manifestado
la más lejana idea. Parece no tener relato propio. Sólo hay un montón de
relatos oficiales y un extraño hilo conductor que cada medio de prensa completa
a su manera. Jihadista pero no tanto, malo pero también “ángel”, pobre pero con
armas y autos, delincuente pero viajero internacional. Una información se
superpone a la otra sin que surja una imagen nítida para saber quién fue ese
hombre que puso su revólver sobre la cabeza de niños y disparó.
(Basado
en Editorial de La Jornada,
21/III/12; Eduardo Febbro, página 12,
23/III/12).
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