“Es
desconcertante saber que el mafioso mientras dispara y mata, invoca a Dios”,
dice el historiador, político y estudioso de las mafias italianas, Isaia Sales,
en su libro Los curas y la mafia. La cita viene a colación por el certero
comentario del obispo de Saltillo, Raúl Vera, quien dijo que Felipe “Calderón
acudirá a misa –oficiada por Ratzinger en la Expo Bicentenario– con una cola de
60 mil muertos”. En esa misa, el principal responsable de los ríos de sangre y
odio que corren por los poblados de casi todo el país, rezó y comulgó para
“recibir el cuerpo de Cristo”.
Calderón,
con sus manos manchadas de sangre (literalmente hablando), se postró ante el
Papa y pidió por la “paz” cuando es él quien mantiene esta guerra teniendo como
estrategia al Ejército en las calles.
Previo
a la llegada del Papa a Guanajuato, el obispo Vera López declaró: “A mí me da
vergüenza que tengamos al frente de México a una persona que se confiesa
públicamente católica y que está llevando una estrategia con ausencia de
procuración de justicia”.
Sacerdotes
católicos como Raúl Vera o el padre Alejandro Solalinde que pregonan y accionan
en beneficio de los más necesitados, como los desplazados, los migrantes, los
huérfanos de la guerra, los hambrientos, los desempleados, los abandonados del
gobierno, son pocos, pues es bien sabido que la Iglesia católica forma hoy
parte de esta complicidad para la expansión del crimen organizado. ¿Acaso
podría el crimen organizado penetrar en las estructuras del municipio, de la
sociedad con tanta fuerza sin la connivencia de las autoridades, pero también
sin el silencio cómplice de la Iglesia?
La
Iglesia, con su silencio, ha sido cómplice del crimen organizado; la Iglesia,
con la aceptación de las dádivas del crimen organizado, para la construcción de
un templo, por ejemplo, es cómplice y lleva a sus fieles a aceptar el actuar
del crimen organizado.
El
escritor y político italiano Isaia Sales sostiene que la Iglesia ha sido “dura
con el pecado, tolerante con el pecador”, y como muestra de ello en México está
el obispo Emilio Carlos Berlié que, encargado de la diócesis de Baja
California, sirvió de vínculo para que los hermanos Arellano Félix pudieran
hablar con el entonces nuncio apostólico Girolamo Prigione y entrevistarse con
personeros del gobierno de Carlos Salinas.
Las
palabras del político italiano parecieran haberse concretado con el dicho de
Benedicto XVI en su trayecto a México: “La Iglesia debe desenmascarar la
idolatría del dinero, que esclaviza a los hombres; desenmascarar el mal y las
falsas promesas; desenmascarar la mentira y estafa que están detrás de la
droga”. En otras palabras, sólo condena el pecado, mientras miembros de la
Iglesia católica son “tolerantes con el pecador”; es decir, con el mafioso, el
narcotraficante, el que construye el templo, como lo hizo Joaquín El Chapo
Guzmán cerca de Badiraguato, Sinaloa, quien edificó una iglesia para que su
madre y sus amigas tuvieran un espacio donde hacer sus oraciones.
Por
ética y por obligación, la Iglesia no puede seguir en el silencio ante el
narcotráfico ni el actuar de Calderón, ya que su poder de influenza y
persuasión entre las masas hace indispensable que se pronuncie contra “el
pecado y el pecador”. Benedicto XVI es, sin duda, “duro con el pecado pero
benévolo con el pecador”, en este caso Felipe Calderón.
Pero,
al final, ¿cuáles son las cuentas sobre los beneficios espirituales que generó
la visita de Ratzinger? Ni siquiera se generó la derrama económica que
esperaban los comerciantes hoteleros y restauranteros. ¡Vaya, ni las estampitas
lograron agotarse!
(Texto
de Jesusa Cervantes, proceso.com,
24/III/12).
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