En
la cumbre continental que se inauguró el 14 de abril en Cartagena de Indias, Colombia,
fue evidente la divergencia entre los temas que pretenden priorizar Estados
Unidos y Canadá y los que la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos
quiso poner sobre la mesa.
Para Barack Obama no debe discutirse
la estrategia contra el narcotráfico impuesta por Washington a las naciones del
hemisferio hace cerca de cuatro décadas, a pesar del evidente, costosísimo y
doloroso fracaso en que se ha traducido: cientos de miles de muertes, fortalecimiento
de las organizaciones delictivas, incremento de las adicciones, descomposición
institucional y debilitamiento de las estructuras estatales. En este punto,
hasta gobernantes surgidos de las derechas, como el anfitrión Juan Manuel
Santos y el guatemalteco Otto Pérez Molina, coinciden en la necesidad de
revisar una política que se fundamenta en la persecución policial y militar de
los grupos criminales y que ignora la complejidad de componentes sociales,
económicos e históricos del fenómeno delictivo y, en particular, del tráfico de
drogas.
Obama
insistió en centrar el encuentro en asuntos económicos y, particularmente, en
la búsqueda de un incremento de las exportaciones de su país hacia las naciones
latinoamericanas; en segundo plano quedan el combate a la pobreza, la
cooperación tecnológica y el diseño de medidas para enfrentar catástrofes. Por
dictado estadunidense quedaron fuera de la agenda el ya referido tema del
combate al narcotráfico, la inclusión de Cuba en esas reuniones hemisféricas y
la reivindicación histórica de Argentina sobre las islas Malvinas.
Resulta
claro que el gobierno estadunidense no tiene la menor disposición a abordar, en
cónclaves como el que tiene lugar en Cartagena de Indias, los temas que
resultan cruciales para América Latina, y que las cumbres americanas no
responden a los intereses de la región, sino que constituyen un mecanismo más
para aplicar las presiones neocolonialistas de Washington hacia el sur del río
Bravo.
Lamentablemente,
Felipe Calderón, ha plegado la representación de México a los intereses y
prioridades estadunidenses. Es sabido que es uno de los pocos gobernantes
regionales que aún defienden la estrategia contra las drogas impuesta por la
Casa Blanca a la región desde tiempos de Richard Nixon, lo que resulta
coincidente con la postura de Obama de no someter a discusión y revisión esa
estrategia. Por lo demás, a su llegada a Cartagena, en un encuentro con
empresarios, Calderón se erigió en defensor del credo neoliberal, arremetió
contra el fortalecimiento del sector estatal que caracteriza los proyectos
gubernamentales en curso en buena parte de Sudamérica –justamente en momentos
en que se libra una confrontación entre el gobierno soberano de Argentina y la
trasnacional Repsol–, y reiteró su fe en la liberalización comercial como
panacea para las trabas al desarrollo y a la prosperidad.
(Editorial
de La Jornada, 15/IV/12).
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