Hace
no mucho, los niños de México expresaban sus expectativas a futuro en términos
parecidos a los que emplean los niños en cualquier país del mundo: “Quiero ser
ingeniero”, “quiero ser maestra”, “quiero ser bióloga”, “quiero ser cantante”,
“quiero ser piloto aviador”, “quiero ser director de cine”. Hoy, en la franja
norte del país, de acuerdo con una consulta realizada por el IFE, los niños
tienen, en su mayoría, aspiraciones distintas: quieren seguir vivos, quieren
mantener la cabeza pegada al cuello y el cuello a los hombros, quieren que no
maten a sus familiares y quieren que cesen las balaceras en las calles.
Como
el resto de la población, los menores ofrecen respuestas contrastadas cuando se
les pregunta por la manera de resolver los problemas: “Hablando con los Zetas”
o “pidiéndoles ayuda”, contestan algunos, mientras otros piensan que es
preferible apelar a la policía, al Ejército o a la Marina o, más llanamente,
matar a quienes generan la violencia. En ciertas respuestas hay temor a las
corporaciones públicas: “los policías son los que hacen los problemas” y “te
quitan el dinero”.
–Yo
de grande quiero ser narco –decía un niño juarense de cuatro años en un
testimonio ya censurado en Youtube.
–¿Para
qué quieres ser narco?
–Para
matar.
–¿Y
para qué quieres matar?
–Para
ser rico.
Ahora,
después de un cuarto de siglo de saqueo nacional, destrucción sistemática del
tejido social, saqueo y pillaje realizados tanto desde los distinos niveles de
gobierno como desde las grandes empresas depredadoras, todos en una connivencia
cínica e hipócrita con la delincuencia, matar o que no los maten son los
horizontes deseables para una generación de menores, especialmente en la franja
fronteriza del norte. A eso ha sido conducido el país por la oligarquía
cavernícola y sus sucesivos gerentes en turno, Washington y los socios menores
y desechables, eso que los funcionarios llaman “delincuencia organizada”, como
si ellos mismos no lo fueran.
En
buena parte de los niños de México la visión del país es la de un campo de
batalla, y no es de extrañar que no pocos de ellos se conviertan en
delincuentes antes incluso del momento en que legalmente dejan de ser niños.
Son producto de su tiempo y de su circunstancia. Otros han visto el asesinato
de sus familiares sin tener la edad necesaria para firmar un acta de defunción
en calidad de testigos. Y otros son desalojados de este mundo por error
–confusión o mala puntería– o por una maldad que ya se salió de cauce, antes de
dar la talla para un ataúd de adulto.
Hasta
los hijos de los altos funcionarios viven la inseguridad asfixiante de la
guerra. La infancia y la adolescencia les son robadas por blindajes y enjambres
de guaruras que les hacen imposible la normalidad cotidiana y tal vez los
lleven a concluir que el país en el que viven los odia y desea matarlos.
Es
urgente deshacerse de la lógica de la supervivencia del más apto –el individualismo,
como filosofía de vida–, instaurada sin tapujos durante las dos últimas
presidencias priistas, y continuada en el transcurso de la docena trágica del
panismo gobernante; del enriquecimiento grupal como verdadera razón de ser del
ejercicio del poder público, y de esa concepción del Estado, impuesta por
Calderón, como una máquina de perseguir, encarcelar, desaparecer, torturar y
matar. Para hacer frente a la delincuencia y a la violencia el país debe
incrementar su población escolar y reducir su población carcelaria, e inaugurar
más clínicas y universidades que “centros de comando” que no sirven para
maldita la cosa, como no sea para perder soberanía –porque están infestados de
asesores estadunidenses– y para enriquecer a un puñado de proveedores y a unos
cuantos funcionarios.
La
consulta del IFE refiere, además, aspiraciones de jóvenes de entre 13 y 15
años: “Que los políticos ya no se asocien con el narco; que haya más igualdad,
más seguridad social, que no haya más violaciones ni desempleo; que no haya
pobreza y que se cambie el presidente; que los policías no se dejen sobornar y
que no haya discriminación”. Es tiempo de hacerles caso.
(Texto
de Pedro Miguel, La Jornada,
20/III/12).
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