jueves, 24 de mayo de 2012

EDITORIAL: Encarnizamiento y deshumanización






El 28 de marzo pasado, la Cámara de Diputados aprobó, por mayoría, la Ley Federal de Justicia para Adolescentes que establece nuevos procedimientos para procesar a los menores infractores de entre 12 y 18 años; reduce de 18 a 14 años la edad mínima para que un individuo pueda ser imputado por la comisión de un delito y establece un nuevo régimen de sanciones para los adolescentes que violen la ley: sustituye el sistema de consejos tutelares para menores y decreta la prisión preventiva para los casos de ilícitos federales –homicidio, terrorismo, delitos contra la salud, violación, secuestro, asalto en carreteras, robo calificado y acopio de armas, entre otros–, si bien establece otras formas de reclusión, como la prisión domiciliaria y el internamiento por hora.
Es innegable que la delincuencia juvenil constituye un problema de gran peligrosidad social en el México contemporáneo, y que el Estado debe contar con instrumentos jurídicos adecuados para hacer frente a ese flagelo. Pero la referida ley pasa por alto que la existencia de menores infractores es consecuencia de un orden social caracterizado por la pobreza, los rezagos sociales, el desempleo y las carencias en materia de educación, salud, vivienda y cultura para la población en general, y para los jóvenes en particular. En un entorno semejante, con la consecuente falta de horizontes de desarrollo personal más allá de la economía informal, la emigración y la delincuencia, es inevitable que ese sector de la población sea particularmente propenso a ser reclutado por las agrupaciones delictivas, y resulta desolador que las mismas instituciones que han sido incapaces de proveer alternativas de supervivencia no tengan más respuesta a dicha problemática que la criminalización, la persecución y el castigo.
Es por demás criminal la estipulación legal de otorgar a los menores infractores un trato judicial idéntico al de los adultos en los casos de delitos federales: dicha disposición pasa por alto las diferencias que existen entre unos y otros en materia de derechos políticos, niveles de responsabilidad y potencial de rehabilitación, e implica una claudicación por parte del Estado de su obligación a procurar la reinserción social de los adolescentes que violan la ley.
En el contexto de una sociedad que considera sospechosos por principio a los jóvenes, sobre todo a los de escasos recursos, y con el telón de fondo de la injusta circunstancia que enfrenta ese grupo poblacional a consecuencia de la política económica vigente, la aprobación de la referida ley equivale, en la medida en que no vaya acompañada de mecanismos para prevenir la delincuencia juvenil, a un encarnizamiento del Estado en contra de ese sector de la población.
Dicha circunstancia pone en perspectiva, el proceso de deshumanización por el que atraviesan la justicia, la ley y las instituciones del Estado en nuestro país.
(Editorial de La Jornada, 30/III/12).

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