Días
pasados cometí un “error imperdonable”: criticar acerbamente a la secretaria de
Estado Hillary Clinton cuando ante el quinto asesinato de un científico iraní
se limitó a encogerse de hombros y decir que aquello era resultado de las
provocaciones de Teherán al negarse a suspender su programa nuclear. Dije
entonces, y lo repito ahora, que la Clinton es “el eslabón perdido entre las
aves carroñeras y la especie humana”, recordando su carcajada cuando le
comunicaron el linchamiento de Khadafi. Pero mi “error” fue postear esa opinión
en Facebook: pocas horas después se me prohibió el acceso a mi cuenta y tomar
contacto con más de mis siete mil seguidores. Lo que vino después es una
historia kafkiana, aún inconclusa, para tratar de recuperar el acceso a mi cuenta.
Toda clase de triquiñuelas y obstáculos fueron puestos en este empeño y, hasta
el jueves 19 de enero, casi tres días después del incidente, no había podido
volver a utilizar mi cuenta. Para colmo, jamás pude tomar contacto con persona
alguna de Facebook y todas las preguntas que podían hacer eran estereotipadas y
obtenía, de un robot, respuestas igualmente estúpidas y estereotipadas. Ninguna
respondía a la pregunta crucial: ¿por qué me habían bloqueado el acceso a mi
cuenta de Facebook? La conclusión de todo esto es algo que ya sabía y que lo
vengo diciendo desde hace largos años, en contraposición a encumbrados
sociólogos y analistas que dicen tonterías tales como “la red es el universo de
la libertad, no hay centro, no hay control, es democracia en grado
superlativo”. Estos teóricos de la resignación y el desaliento parecen
ignorar que la web está súper controlada –no que va a estar sino que lo está ya, de hecho–
y las infames iniciativas legislativas estadounidenses como la SOPA y la PIPA
no son sino tentativas de legalizar lo que ya están haciendo. Como también lo
vengo diciendo hace años, nada hay más peligroso que un imperio en decadencia:
se tornan más brutales, inmorales, inescrupulosos. Ahora, ante el surgimiento
de una peligrosa ola mundial anticapitalista en Europa y mismo en EE.UU. (con
el movimiento de los Ocupen Wall Street) que se agrega a lo que viene
ocurriendo en América latina desde hace una década, los drones y los asesinatos
selectivos de líderes resultan insuficientes.
Deben
cortar la comunicación “desde abajo” y “entre los de abajo” porque saben muy
bien que un prerrequisito para la organización de la resistencia ante –y la
ofensiva contra– la burguesía imperial y sus secuaces en la periferia es
precisamente la posibilidad de establecer comunicaciones e intercambiar
informaciones entre los oprimidos y las víctimas del sistema. Saben muy bien
que eso es esencial para frustrar esta oleada insurgente, mucho más grave y de
mayores repercusiones que las que tuvo en su momento el Mayo Francés. Por eso
están apretando todos los torniquetes. Por eso debemos redoblar la lucha para
democratizar no sólo el Estado y las empresas sino también las comunicaciones,
la prensa y, más que nada, la web. No por nada uno de los generales del
ejército estadounidense declaró en una audiencia del Congreso que “hoy la lucha
antisubversiva se libra en los medios”, uno de los cuales, tal vez el más
importante, es la Internet. De ahí tantos controles.
(Texto
de Atilio A. Boron, página 12,
20/I/12).
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