El
pacto faústico de China con la globalización –salarios por el suelo, descomunal
crecimiento exportador– está tocando su límite en un año clave político. En
medio de la crisis global y con la sucesión del presidente Hu Jintao a la
vista, dos modelos se disputan el futuro de cara al Congreso General del
Partido Comunista en noviembre. En el gigantesco municipio de Chonqing, el
populista Bo Xilai encabeza un nuevo estatismo para lidiar con la creciente
desigualdad de un país nominalmente comunista. En la usina exportadora china,
Guagndong, el secretario general del PC, Wang Jiang, propone un modelo liberal
de profundización de la apertura económica y mayor independencia de los
poderes.
Bo
Xilai es la cabeza visible de una “Nueva Izquierda” que reivindica la mística
igualitaria del maoísmo y tiene su vidriera política en Chonqing, uno de los
cuatro municipios autónomos del país (junto a Beijing, Shanghai y Tianjin). Con
una población de más de 28 millones de habitantes, equivalente a la de
Venezuela –casi tres veces la de Bolivia, casi 10 la de Uruguay–, Chonqing es
un microcosmos de China. En clara alusión a Adam Smith y la célebre mano
invisible del mercado, el modelo que impulsa Bo Xilai ha sido apodado la “tercera
mano” (Di san zhi shou) por la intervención del Estado en la marcha de la
economía y la distribución de sus beneficios. Un racimo de empresas estatales y
un esquema de subsidios para atraer la inversión extranjera han resultado en un
asombroso crecimiento anual del 16% que está financiando un ambicioso programa
social en vivienda, salud y educación.
A
esta “tercera mano” Bo Xilai le ha sumado dos campañas que le han ganado
popularidad no sólo en Chonqing sino en el resto de China. Con más de tres mil
arrestos que incluyeron a jueces y miembros del Partido Comunista, Bo Xilai
desmembró la poderosa mafia local y asestó un duro golpe a la corrupción
partidaria. En un intento de dejar en claro su impronta ideológica, Bo Xilai
acompañó estas políticas con un llamado
a la movilización social
de la mano de consignas y canciones maoístas revolucionarias (“chang
hong”: canciones rojas) que desempolvó el traumático fantasma de la Revolución
Cultural de los ’60.
En
los antípodas se encuentra el modelo de Guangdong. La provincia, que concentra
una tercera parte de las exportaciones chinas, fue el trampolín inicial de la
reforma procapitalista de Deng Xiaoping en los ’80. Según sus adalides, el
modelo Guangdong es un intento de estimular el crecimiento de una incipiente
sociedad civil impulsando elecciones locales más libres y una mayor
participación social. En materia económica, privilegia la eficiencia sobre la
equidad: hacer la torta antes que distribuirla. Pero en un claro eco del debate
público que ha generado la rampante desigualdad en China, el secretario general
de la provincia, Wan Yang, introdujo como objetivo de un plan de cinco años
lanzado en enero de 2011 la consecución de la “felicidad” (“xingfu Guangdong”):
este “xingfu”, vagamente definido, sería el resultado de la política social.
En
un importante debate sobre los dos modelos llevado a cabo en Beijing y
publicado en diciembre por el Asia Centre y el Consejo Europeo de Relaciones
Exteriores (ECFR), la mayoría de los funcionarios y académicos coincidieron en
que China se encuentra en una encrucijada y que la legitimidad misma de la
Revolución y el Partido Comunista están en juego. El debate planteó la
existencia de dos países. La costa este, de Shanghai a Guangdong, punta de
avanzada de la apertura de los ’80, tiene esas imágenes de hiperdesarrollo
capitalista que asombran a todo el mundo. El interior del país, históricamente
más pobre, ha sido el foco de atención desde que el Partido Comunista lanzó en
2000 un ambicioso programa de crecimiento, bautizado “Xibu Da Kaifa” (Gran
Desarrollo del Oeste). Chonqing forma parte de este segundo proyecto. Pero los
dos modelos en pugna representan las dos grandes materias pendientes de la
Revolución: el déficit social y el déficit institucional.
Junto
al crecimiento económico espectacular de las últimas décadas, la desigualdad
dio un salto tal que el coeficiente Gini es muy superior hoy al de Estados
Unidos. Hay un abismo entre el festival luminoso que encienden las grandes
ciudades y sus rascacielos por la noche y las aldeas rurales sin luz eléctrica.
El mismo abismo se percibe entre la vida de los 200 millones de trabajadores
migrantes, en su mayoría campesinos, verdadera columna vertebral del milagro
chino, y los residentes permanentes urbanos. Mientras que los primeros son una
nueva subclase que a cambio de trabajo en las grandes urbes pierde el acceso a
la salud, la educación y la vivienda, solo garantizado para las personas que
tienen “Hukou” (permiso de residencia permanente), los segundos son los grandes
beneficiarios de la apertura y conforman una nueva clase media consumista. En
el campo del estado de derecho y la democracia la deuda es todavía más
pronunciada. Si atacar la pobreza forma parte de la razón de ser del partido
Comunista, el campo de los derechos humanos nunca estuvo entre sus prioridades
y es un tema de eterna tensión
con Occidente. Nadie plantea
una democracia multipartidista, pero
el proyecto Guangdong es un intento de promover las ONG y una mayor
independencia del sistema judicial para formar una sociedad civil y lograr un
equilibrio de poderes entre una terna conformada por el Partido Comunista, el
mercado y la sociedad civil. En la China post Mao Zedong –post Deng Xiaoping–
las definiciones se alcanzan por consenso entre los nueve miembros del Comité
Central del Partido Comunista y un grupo selecto de veteranos que abarca a ex
primer ministros y figuras políticas relevantes. “En total serán unas 20
personas que deciden la conformación del nuevo secretariado general y las
líneas maestras de la política a seguir”. La sucesión de la dupla del
presidente Hu Jintao y el primer ministro Wen Jiabao ya ha sido resuelta de
forma salomónica. El actual vicepresidente Xi Jinping ocupará la presidencia
mientras que el actual viceprimer ministro Li Keqiang será el primer ministro:
el primero más pro Chonqing, el segundo más pro Guangdong.
La
clave está en la conformación del nuevo secretariado general. En el esquema de
mayor institucionalidad política de la revolución, una regla no escrita
establece que los miembros del comité central se retiran a los 70 años. Esto
implica que, además de Hu Jintao y Wen Jiabao, cinco de los actuales nueve
miembros serán sustituidos. Uno de los enigmas es si el ambicioso Bo Xilai
accederá al secretariado general. Si no lo hace, estará descartado por su edad
como secretario general en el futuro. Si lo logra, todavía está en carrera y
todo depende de lo que pase después. A favor de Bo Xilai está que el tema
social es una prioridad del Partido Comunista. En contra, su estilo populista e
impredecible y su reivindicación de Mao Zedong, un padre de la patria que nadie
quiere resucitar.
(Texto
de Marcelo Justo, página 12,
22/I/12).
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