En
el marco de su gira por Jordania, Israel y los territorios palestinos, el
secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, fue recibido el pasado 2 de febrero
en la franja de Gaza en medio de protestas: el vehículo que lo transportaba fue
blanco de piedras y zapatos, y grupos de manifestantes le reclamaron su
negativa a reunirse con familiares de presos palestinos en Israel y denunciaron
su actitud sesgada a favor del gobierno de Tel Aviv. Horas antes, el propio Ban
había rechazado celebrar un encuentro oficial con las autoridades palestinas de
Gaza, pertenecientes al grupo islámico Hamas, postura que fue criticada por
esa facción como muestra del doble rasero con que se tratan las causas
justas del pueblo palestino.
La
negativa del secretario general de la ONU a mantener reuniones con grupos y
autoridades palestinas democráticamente electas es el más reciente botón de
muestra de la mezquindad y la doble moral con que se ha venido desempeñando ese
organismo en el conflicto más importante de Medio Oriente: al regateo
sistemático de su Consejo de Seguridad –con Washington a la cabeza– para que el
pueblo palestino pueda constituir un Estado soberano, como demandan las
resoluciones 242 y 338 del propio organismo multinacional, se ha sumado la
mezquindad de su Asamblea General, que en septiembre pasado se abstuvo de votar
el reconocimiento de Palestina como miembro permanente de la ONU, a pesar de que
esa posibilidad contaba con apoyo mayoritario dentro del organismo.
La
ONU, en los hechos, no ha hecho nada por impedir la política de devastación,
saqueo y masacres que el Estado hebreo practica en los territorios palestinos
ocupados, y ni siquiera para sancionar las agresiones cometidas por Tel Aviv
contra terceros países en el marco de ese conflicto, como el ataque, en aguas
internacionales, a la Flotilla de la Libertad, que buscaba llevar ayuda
humanitaria a Gaza, en junio de 2010.
Semejante
actitud ha generado no sólo desesperanza y frustración en el pueblo palestino,
despojado de su territorio, privado de la posibilidad de constituirse en un
Estado nacional y masacrado recurrentemente por Israel, sino también un
profundo y justificado escepticismo hacia el organismo internacional encabezado
por Ban Ki-moon y hacia la comunidad internacional en su conjunto.
(Editorial
de La Jornada, 3/II/12).
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