domingo, 11 de marzo de 2012

EDITORIAL: Nazar Haro: impunidad proverbial




La guerra sucia desatada por los regímenes de Luis Echeverría y José López Portillo contra movimientos de oposición, tanto armados como pacíficos, tuvo un ejecutor principalísimo en Miguel Nazar Haro, ex jefe de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y fundador de la tristemente célebre Brigada Blanca, el ex policía fallecido la noche del pasado 26 de enero en su domicilio a consecuencia de un “coma depresivo”.
Nazar Haro fue señalado como torturador, ligado a asesinatos políticos y vinculado a episodios de desapariciones forzadas, como la de Jesús Piedra Ibarra –ocurrida en Monterrey en la década de los 70–. Representó una de las caras más visibles y emblemáticas de la bárbara e ilegal estrategia represiva que se cebó, en aquellos años, en contra de integrantes de grupos armados, pero también de opositores pacíficos, sindicalistas, estudiantes, activistas sociales, intelectuales y académicos, e incluso de ciudadanos que no tenían filiación ni militancia política.
Como en muchos otros ámbitos de su quehacer político, la pasada administración federal tuvo la oportunidad de marcar un punto de inflexión respecto de sus antecesoras mediante la investigación y sanción de los crímenes cometidos por el ex director de la DFS, y tal perspectiva pareció cobrar forma con la creación, en 2001, de la desaparecida Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado. Sin embargo, más allá de una incriminación en la desaparición de seis miembros de la Brigada Campesina de Los Lacandones –cargo del que fue absuelto en septiembre de 2006–, y de un fugaz paso en 2004 por el penal de Topo Chico, en Monterrey –que se saldó con el beneficio de la prisión domiciliaria para el inculpado–, Nazar logró evadir sistemáticamente la acción de la justicia y permaneció impune hasta el día de su muerte, al igual que ha ocurrido con otros protagonistas de la guerra sucia, como el policía Luis de la Barreda Moreno, el general Francisco Quiroz Hermosillo y el ex presidente José López Portillo.
La muerte de Nazar Haro, lejos de traer alivio a los deudos de las víctimas de la guerra sucia y a la sociedad en su conjunto, constituye un factor de agravio adicional y una instancia de la impunidad proverbial que ha caracterizado a la mayoría de los responsables por atropellos contra los derechos humanos, por las desapariciones, los asesinatos y las torturas cometidos en una de las etapas más oscuras y bárbaras de la historia nacional.
(Editorial de La Jornada, 28/I/12).


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