El
asombroso éxito de Brasil en la primera década del siglo XXI se suele atribuir
en forma hiperreduccionista al rubro geoeconómico y deja de lado la toma de
decisiones de gran trascendencia geopolítica que colocaron al gigante
sudamericano en los primeros sitiales del planeta.
En
forma relevante el dos veces canciller Celso Amorim –en la fase de Itamar
Franco (etapa de unipolaridad estadunidense), de 1993 a 1995, y en la “era
Lula”, de 2003-2011– revela en un luminoso ensayo en America’s Quarterly (“Reflejos sobre el crecimiento global de
Brasil”, primavera de 2011) la “imaginación” de su país, que entendió la
dinámica del nuevo orden mundial en su travesía de la caduca unipolaridad a la
incipiente multipolaridad y a cuya lectura se adelantó un año antes el equipo
de Lula (“El éxito de Brasil y el fracaso del México neoliberal panista”; Contralínea, Radar Geopolítico, 22/V/11).
No
es igual la toma de decisiones por la misma persona en dos fases distintas de
la geopolítica global. Mientras Brasil se arriesgó temerariamente en 2003 al
pronunciarse contra la invasión de Estados Unidos a Irak, el “México neoliberal
panista” profundizaba su relación bilateral con la otrora superpotencia
unipolar: aquí se comenzó a escribir el diferente destino de los dos países de
Latinoamérica.
El
“México neoliberal panista” ahondaba su relación sadomasoquista con Estados
Unidos –una potencia en decadencia–, en tanto Brasil abría creativas relaciones
multipolares conectándose con países africanos (básicamente de habla
portuguesa), árabes e islámicos no árabes para conformar el “BIT” (alianza
virtual de intereses nucleares entre Brasil, Irán y Turquía). Peor aún: el
“México neoliberal panista” cerraba sus “mercados”, mientras Brasil los abría
con sentido geopolítico.
Tres
meses después de la invasión de Irak, Brasil lanzó sus vectores geoeconómicos
en el Foro IBSA (precursor de los BRICS), ya no se diga su ruptura mercantil en
la cumbre de la OMC de Cancún, ocho meses más tarde, cuando se alía al “sur
subdesarrollado” (China e India) frente al proteccionismo alimentario y de
servicios de Estados Unidos y la Unión Europea.
Desde
2004, el TLCAN había sido desacreditado por el NBER (National Bureau of Economic Research), el máximo think tank en economía de Estados
Unidos: “El TLCAN y México: menos que un desempeño estelar” (enero de 2004).
Los
muy creativos mandatarios de Sudamérica en su generalidad entendieron
correctamente el cambio de los tiempos de la unipolaridad a la incipiente
multipolaridad; cabe destacar sus audaces iniciativas: el Alba (14/XII/04),
Unasur (18/XII/04) y el reciente papel geoestratégico de la Celac.
México
se encuentra ausente de las grandes jugadas de los mandatarios de Sudamérica en
sus variantes del Alba y Unasur. Peor aún: se arroja insensatamente a los
brazos del militarismo de Estados
Unidos, llevándolo a la incrustación del “México neoliberal”, en la fase
calderonista, al desquiciante Plan México: un clon del Plan Colombia que fue
rebautizado Plan Mérida cuando ya había fracasado el proyecto geoeconómico
foxiano del hilarante cuan delirante Plan Puebla-Panamá.
La
crisis financiera global (15/XI/08) golpeó a Brasil y a México. Lo que para los
centralbanquistas mexicanos fue un “catarrito”, en Brasil lo tomaron muy en
serio y salieron de su marasmo, mientras el calderonismo exhibía una de las
mayores depresiones económicas del mundo, con alrededor de 7% de crecimiento
económico negativo.
Brasil
salió pronto de su crisis debido a dos consideraciones: 1) la existencia de una
banca nacional, tanto comercial como de desarrollo, que permitió refinanciar
sus grandes proyectos; y 2) su complementariedad geoeconómica bidireccional con
China, el gran triunfador de la globalización económica.
No
es asunto de personas, sino de toma política de decisiones en los momentos
trascendentales que marcan el destino de las naciones.
Brasil
con Lula se atrevió un año antes del derrumbe del orden unipolar a jugar en
forma temeraria la carta multipolar.
El
“México neoliberal panista” no pudo, o no quiso, y hoy se sume en el Titanic
unipolar arrumbado en la catatonia y sin creatividad. El próximo presidente
requiere de un golpe de timón que contemple la pertenencia ineludible de México
a la multipolaridad, sin dañar la bilateralidad geopolítica y geoeconómica de
las trascendentales relaciones con Estados Unidos, hoy en decadencia.
Para
ello deberá enterarse de que la unipolaridad cesó y hoy nos encontramos en el
incipiente nuevo orden multipolar, donde México conserva tres cartas de primer
orden geoestratégico: el bono demográfico (su población juvenil), el petróleo y
la plata.
(Texto
de Alfredo Jalife-Rahme, La Jornada,
18/I/12).
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