Algunos
prefieren llamar “secreta” a la literatura que por diversas razones no alcanza
la gloria de la popularidad. Secretas sí, para el gran público, pero no para
esos lectores voraces que suelen ser los colegas escritores. Así, hay obras
cuyo destino parece ser el de nutrir literaturas y crear linajes, arriesgando
nuevas formas de narrar y pensar, aun a costa de su propia posteridad. Son
literaturas “madres”. A diferencia de los padres literarios, las “literaturas
madres” son abiertas, pródigas, inconclusas. Sus descendientes, los
escritores-lectores que tuvieron el privilegio de acceder a esa obra “secreta”
se alimentarán de su genialidad, con la convicción que habría sido negligencia no imitar esa
senda. Las palabras no son mías, sino del escritor Jorge Luis
Borges, pronunciadas frente a la tumba de su colega Macedonio Fernández hace
sesenta años, en febrero de 1952.
Escritor
fuera de serie,
Macedonio Fernández nació en Buenos Aires en 1874. Estudió abogacía, simpatizó
con las ideas revolucionarias del fin del siglo XIX, y en 1897 fundó con otros
intelectuales una colonia anarquista en la selva paraguaya que terminó poco
después de comenzar. Por entonces creía en la capacidad del socialismo para
responder “muy satisfactoriamente a la pregunta económica del problema social”,
aunque advertía también que el “drama del mundo” contiene “muchas otras
interrogaciones”. En 1901 se casó con Elena de Obieta, con quien tuvo cuatro
hijos. En 1905 inició una correspondencia con el filósofo y psicólogo
estadunidense William James, hermano del escritor Henry James, relación
epistolar que se mantuvo hasta la muerte de James en 1910. En ese año fue
nombrado fiscal en el Juzgado Letrado de Posadas, en el noreste del país, donde
también fue director de la biblioteca y conoció al escritor Horacio Quiroga. Se
cuenta que lo despidieron porque nunca condenó a nadie.
Trabajó
como abogado hasta que la muerte de su esposa, en 1920, provocó una ruptura
radical en la vida de Macedonio. Los niños pasaron al cuidado de familiares
mientras él abandonó para siempre su profesión y se dedicó a escribir como un
loco, viviendo en modestas pensiones. Sus únicas propiedades eran una sartén,
un calentador, una pava para el mate, una guitarra y una fotografía de William
James.
Desde
esas pensiones oscuras Macedonio se convirtió en el referente de la vanguardia
intelectual rioplatense de los años veinte, con jóvenes promesas como Jorge
Luis Borges, Leopoldo Marechal o Raúl Scalabrini Ortiz.
En
un mundo de apariencias y escalafones, de premios y homenajes, Macedonio eligió
la austeridad, el aislamiento y el desdén de lo mundano. Aunque no dejó de
interesarse por su tiempo. En 1927 se postuló a la Presidencia. Inventó su
propia candidatura como un golpe de humor, a fin evidenciar las debilidades del
escenario político argentino. En los años treinta apoyó a su amigo Scalabrini
Ortiz en sus postulados de un “nacionalismo popular anticolonialista”. Por la
misma época le escribió a Alfonso Reyes declarándole su interés por su carrera
de “artista y de obrero de la iberoamericana identidad”.
La
pasión de este nómade urbano fue el pensar; mejor dicho el pensarescribiendo. Y
escribió como ninguno antes que él. Inventó artefactos literarios de todo tipo
para expresar el caoscosmos. Cultivó el arte
de los brindis, de los saludos, de los prólogos, de los comienzos. Y de hecho
se convirtió en maestro de la vanguardia, del humor, del ultraísmo, de lo real
maravilloso. Su obra es, pues, madre de literaturas. Hay trazos de Macedonio en
Ricardo Piglia y en Gabriel García Márquez, en Clarice Lispector y en Italo
Calvino (Si una noche de
invierno un viajero parece inspirada en El museo de la novela la eterna), en el
absurdo que derrocha María Elena Walsh, y en la historieta argentina, desde Fontanarrosa
hasta Quino. La macedónica frase “Buenos días Mundo, siempre fenomeneando” (de Cuadernos de todo y nada)
parece salida de la boca de Mafalda... cincuenta años antes que Quino le diera
vida. Y Jorge Luis Borges, más que dilecto heredero, admitió frente a su tumba
“Yo, por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y
devoto plagio.” Macedonio narra esta relación con su particular estilo en su
autobiografía escrita para la revista Sur
(ver Macedonio Mix).
En
un texto de 1948 Ramón Gómez de la Serna escribió acerca del mundillo
intelectual rioplatense:
Entre
esa mezcla que tiene todos los matices, hay un literato singular, el que más
admiro yo, porque ha reunido la arquitectura del pensamiento y la lengua
española a la arquitectura criolla: Macedonio Fernández, que lleva sesenta años
sin ser visto, cuando es el precursor de todos.
Pero
no solamente fue venerado hasta el plagio. También fue ninguneado. Manuel
Mujica Láinez lo trató de “loco y mamarracho, sólo digno de ser escuchado”, y
Adolfo Bioy Casares confesó en 1976 su perplejidad ante los escritos de
Macedonio, cuya fama consideraba un invento de Borges.
El museo de la novela la eterna se publicó en 1967, quince años
después de su muerte. Escrita en tres momentos de su vida, a los treinta,
continuada a los cincuenta y a los setenta y seis. Correcciones, críticas,
borradores: ese es su argumento, el hilo desesperadamente difícil de encontrar.
Macedonio es el teórico de la novela, la novela buena y la novela mala, el que
desarma los géneros tradicionales apenas ingresado el siglo XX: zurcidos,
remiendos, comienzos y retrocesos, recomendaciones... es la novela ilegible de
Macedonio: “He logrado en toda mi obra escrita ocho o diez momentos en que,
creo, dos o tres renglones conmueven la estabilidad, la unidad de alguien.” Su
argumento es el lenguaje. La novela de Macedonio es el desmontaje de la novela.
“Filósofo
de un país sin filosofía”, Macedonio Fernández se propuso abrazar la muerte del
yo como forma superior de la vida. Casi un imposible para un argentino. Y, sin
embargo, parece haberlo conseguido. Su obra permaneció invisible durante
décadas, camuflada en la trama de las literaturas que lo sucedieron.
Murió
el 10 de febrero de 1952, a los setenta y ocho años.
(Texto de Esther Andradi, La Jornada, 26/II/12).
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