Si
bien el fin de la sociedad centrada en el trabajo pagado tiene que ser
empíricamente verificado, conceptualmente lo que me parece fuera de duda es que
en la trayectoria humana que arranca en la antropogénesis y está ahora en el
umbral de una nueva época, el trabajo es central. Éste está pasando por una
transformación radical que modifica su carácter mismo, por lo que
resulta evidente la importancia de reflexionar sobre el significado de la encrucijada
civilizatoria y antropológica que vivimos.
Dice
György Márkus (sistematizando a Marx) que lo que “ante todo distingue al hombre
del animal es su específica actividad vital, el trabajo, que constituye
su más propia esencia”. Trabajo es “ante todo una actividad que se
orienta a la satisfacción de necesidades no directamente sino sólo a través de
mediaciones. Estas mediaciones son, sobre todo, medios de trabajo (o de
producción) producidos por el propio ser humano, son herramientas
que “el hombre sitúa entre sí mismo y el objeto de su necesidad y hace
actuar como criterio de su actividad”. Mientras en los animales los medios
de producción (garras, dentadura, cuernos, etcétera) son parte de su organismo
y son producto de la evolución biológica, en el ser humano los medios de
producción son externos1. Esto lo ha expresado de manera gráfica
Desmond Morris, a partir de la situación del simio que vivía en los árboles y
comía frutas y se vio obligado a bajar al nivel del suelo por cambios
climáticos:
“La
evolución podría haber favorecido el camino de desarrollar un matador más
típico, parecido a gatos y perros, una especie de gato-simio, por el
proceso de alargar los dientes y uñas para convertirlos en armas en forma de
colmillos y garras. Pero esto los habría puesto en competencia directa con los
altamente especializados gatos y perros matadores y hubiese sido desastroso
para los primates involucrados. En su lugar, un nuevo enfoque fue adoptado:
desarrollar armas artificiales en lugar de naturales, y funcionó2.
Pero
el trabajo es una actividad no sólo mediada sino también consciente y
este rasgo también distingue al ser humano del animal. Dice Marx:
“Concebimos
el trabajo bajo una forma en la cual pertenece exclusivamente al hombre.
Una araña ejecuta operaciones que recuerdan las del tejedor, y una abeja
avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un
maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil
de la mejor abeja es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza
antes de construirla en la cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge
un resultado que antes del comienzo de aquél ya existía en la imaginación del
obrero, o sea idealmente. El obrero no sólo efectúa un cambio de
forma de lo natural; en lo natural, al mismo tiempo efectiviza su propio
objetivo, objetivo que él sabe que determina como una ley, el modo y
manera de su accionar y al que tiene que subordinar su voluntad.” (Karl
Marx, El Capital, Tomo I, Vol. I, p. 216, edición Siglo XXI.)
Por
tanto, el trabajo es actividad mediada conciente. Además, el trabajo no
sólo transforma la naturaleza exterior, sino que altera también la naturaleza
del hombre mismo que se apropia de nuevas potencialidades esenciales,
propiedades, capacidades y necesidades humanas (Márkus, op. cit. pp.
22-23). En síntesis, el trabajo se manifiesta como proceso de auto-creación
del hombre en la historia (Ibíd. p. 31). Esta actividad mediada
conciente de auto-creación humana, ha llegado a una etapa de transformación
radical que, como dice Rifkin, puede llevar a la humanidad a una edad de oro o
a la descomposición social. Elemento central en dicha historia es la evolución
de las herramientas, de las fuerzas productivas: desde las primeras
herramientas de mano, pasando por arcos y flechas y el molino hidráulico, hasta
la fábrica totalmente automatizada. Salto fundamental, la revolución
industrial consistió centralmente en el desarrollo de maquinaria. Marx
distingue: el mecanismo motor, el mecanismo de transmi sión y la máquina-herramienta.
Ubica la esencia de la revolución industrial en la última:
“La
máquina-herramienta es un mecanismo que ejecuta con sus herramientas las
mismas operaciones que antes efectuaba el obrero con herramientas análogas.
El número de herramientas con que opera simultáneamente una máquina-herramienta,
se ha liberado desde un principio de las barreras orgánicas que restringen la
herramienta de un obrero” (El Capital, Tomo I, Vol. II, Siglo XXI, pp.
454-455).
De
la maquinaria de los siglos XVIII y XIX, fruto de la revolución
científico-técnica, se llega en la segunda mitad del XX a los complejos
autónomos de producción:
(Como
resultado del) desarrollo impetuoso de la ciencia y la técnica los instrumentos
de trabajo superan los límites de las máquinas mecánicas y asumen funciones
que los convierten, en principio, en complejos autónomos de producción; el
aspecto subjetivo de la producción, invariable durante siglos, se modifica:
desaparecen progresivamente las funciones de la producción directa realizadas
por la fuerza de trabajo simple; la técnica va suplantando al hombre en las
funciones directas de ejecución, de manutención, de manipulación y, finalmente,
de regulación. Nuevas fuerzas productivas sociales penetran en el proceso
directo de producción; la principal es la ciencia y sus aplicaciones técnicas.
La originalidad que lo define como revolución científico-técnica, está
en que modifica radicalmente el lugar ocupado por el hombre. Elimina
completamente la actividad del hombre en la producción directa y la traslada a
las etapas preproductivas: a la preparación tecnológica, a la investigación, a
la ciencia, a la preparación del hombre. Asegura el triunfo del principio
automático en el más amplio sentido del término.” (Radovan Richta et
al., La civilización en la encrucijada, Artiach, Madrid, 1972, pp. 35-38.)
La
actividad humana de hoy (en principio) sería: 1) diseñar robots; 2) programar
los robots pre-existentes para que fabriquen los recién diseñados; 3) programar
los nuevos robots para que fabriquen los bienes o provean los servicios
planeados; y 4) vigilar, a través de monitores, que los procesos productivos
marchen adecuadamente e intervenir sólo cuando resulta necesario; 5) la
investigación y el desarrollo tecnológico. Como dicen Radovan Richta y
coautores, “una vez que el hombre cesa de producir las cosas que las cosas
mismas pueden producir en su lugar, se abre ante él la posibilidad de
consagrarse a una actividad creadora que movilice todas sus fuerzas, que tienda
a la investigación de vías nuevas, a la expansión de sus capacidades. La
difusión general de este tipo de actividad humana marcará de hecho la
superación del trabajo”.
Partiendo
de lo precedente y de la discusión sobre evolución humana de mi tesis doctoral,
podemos postular las siguientes etapas en la evolución del trabajo humano desde
su génesis: a) uso eventual de herramientas naturales (simios); b) uso
sistemático de herramientas no fabricadas (simios bípedos); c) fabricación
semi-conciente de herramientas, en la cual el pro ducto no está plenamente
moldeado (antes de hacerlo) en la mente del productor (Homo habilis); d)
fabricación plenamente conciente de herramientas de piedra (Homo erectus);
e) fabricación de herramientas de metal (Homo sapiens); f) maquinaria
(siglo XVIII); g) sistemas autónomos de producción (2ª mitad del Siglo XX). La
gráfica muestra la evolución de las ventas de robots electrónicos en el mundo,
indicador de la última etapa.
1 György
Márkus, Marxismo y ‘antropología’, Grijalbo (1973/1985), pp. 18-19.
2
Desmond Morris, The Naked Ape. A Zoologist’s Study of the Human Animal,
Delta Publishing, Nueva York, 1967/1999, p. 21. Hay edición en español titulada El mono desnudo
(Random House Mondadori).
(Texto
de Julio Boltvinik, La Jornada,
9/IX/11).
No hay comentarios:
Publicar un comentario