Es una lástima que apenas hace unos
cuantos días llegara a mis manos el libro de Manú Dornbierer a propósito del
bicentenario de la Independencia de México, en el que se abordan diferentes
temas de actualidad nacional. Por fortuna la generosidad de Manú compensó el
retraso que, además, como portada, exhibe el óleo de William Ellis, 1848, en
que se ve a las tropas estadunidenses desfilar en el Zócalo de la ciudad de
México, y en que la bandera de las barras y las estrellas ondea en el asta
principal del palacio de los Virreyes (el cuadro original pertenece a una
colección privada).
¿Por qué esta presentación tan fuerte
para la mayoría distraída de nuestros compatriotas? Es que aquí se concentra la
primera flecha envenenada de Manú. La segunda está en el recuerdo que hace la
autora de la carta de Robert Lansing (1924), secretario de Estado de Woodrow Wilson,
en que sugiere a los estadunidenses no empeñarse en imponer por la guerra como
presidente a un ciudadano de ese país, “porque tendría un costo muy elevado y
destruiría muchas propiedades extranjeras”. A Estados Unidos le convendría
tener paciencia y seguir otro camino:
“…México es un país
extraordinariamente fácil de dominar, porque basta con controlar a un solo
hombre: el presidente… Debemos abrirles a los jóvenes mexicanos ambiciosos las
puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo
de vida americano, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de Estados
Unidos. México necesitará de administradores competentes. Con el tiempo, esos
jóvenes llegarán a ocupar puestos importantes y eventualmente se adueñarán de
la Presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare
un tiro, harán lo que queremos. Y lo harán mejor y más radicalmente que
nosotros”. Manú concluye que éstos son los presidentes neoliberales de México:
Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe
Calderón.
Como ya se habrá adivinado, este libro
es un “homenaje” al revés, irónico radicalmente, a las “festividades” del
bicentenario que hoy, a diferencia del homenaje porfiriano, parecería concebido
para denigrar los 200 años, por dos razones: la primera es que hoy no habría
demasiado que festejar y exhibir en México como actos de independencia; la otra
es que más bien llegan a la memoria actos y decisiones recientes que
comprometen gravemente y aun niegan la independencia de México. Manú Dornbierer
es muy aguda al reunir y señalar los numerosas motivos que sitúan a nuestros
actuales gobernantes en el polo opuesto de los mexicanos que hicieron la
independencia.
Manú se refiere al “plan México”, a la
guerra de las drogas, al neoliberalismo, a este “bicentenario sin obras”, al
petróleo, a la pérdida de soberanía alimentaria y a tantos otros hechos que
material y espiritualmente ponen en serias dudas la legitimidad del gobierno
mexicano para llamarnos país independiente.
Desde luego, Manú Dornbierer nos
recuerda que Dick Cheney, vicepresidente de George W. Bush, fue el verdadero
inventor de la “guerra de las drogas”, cuando terminó la guerra fría y se
encontró el nuevo gobierno con un excedente impresionante de capital ya
innecesario para un eventual enfrentamiento con la Unión Soviética. La “guerra
de las drogas” logró la criminalización de los productores y traficantes “en
todos los países, menos en Estados Unidos”. También logra “proteger contra
viento y marea a sus usuarios de drogas (el mayor mercado del mundo), aumentar
el consumo local antes del tránsito y venderles a estos países colosales
cantidades de armas y… unirlos al carro del inmenso negocio”.
También, muy pertinentemente, nos dice
que el TLCAN “ha hecho más daño a México que el colonialismo español… Cada vez
más países del orbe se independizan políticamente a través de sus
instituciones… que gradualmente sustituirán a la OEA dominada por Estados
Unidos”.
Manú Dornbierer sintetiza muchas
páginas para decirnos, con economía y eficacia, que en las filas de los
actuales gobernantes mexicanos hay infinidad de gestos destinados simplemente a
ocultar y disimular, que resultan el polo opuesto de la autenticidad de los
inspiradores y creadores de la independencia del país, y que su moral está por
los suelos si la comparamos con la de quienes independizaron a México en
distintas etapas de su historia.
En otro momento dice Manú
(transcribiendo a J. D. Longstreet, quien escribió un artículo titulado The
coming invasion of México) “que el gobierno mexicano es incapaz de obtener algo
que se parezca al orden, porque los que tienen el verdadero mando del país son
los que quieren matar y seguirán creciendo a menos que entren tropas de Estados
Unidos a restaurar el orden y la seguridad…”, etcétera.
Todo esto parecería exagerado en
primera instancia, pero no lo es tanto si penetramos seriamente en la
mentalidad y perspectiva de los actuales gobernantes de México y de muchos
gobernados. En definitiva no hay que ir tan lejos de la situación efectiva que
vivimos con el actual (y los recientes) equipo de gobierno mexicano, sobre todo
si consideramos el sentimiento general de los compatriotas respecto a los
mismos.
Entre las distintas cuestiones que
trata en sus escritos, Manú alude a la ausencia de ideas para la conmemoración
del bicentenario. Ideas que no brotaron de la ciudadanía porque no había mucho
que festejar; tampoco de los círculos de gobierno porque a ellos no les
interesaba ni les interesa la independencia, la distancia con la gran potencia
vecina, sino apenas la disposición de unos y otros para hacer negocios, esa sí
desbocada. Tal es el criterio principal de Calderón y de su equipo de gobierno
y también, por lo que sabemos, la irrefrenable voracidad del PRI para los negocios.
(Texto de Víctor Flores Olea, La Jornada, 12/III/12).
No hay comentarios:
Publicar un comentario