Atenas
en llamas. Llamas de rabia. ¡Qué horror! ¡Qué gusto!
No
me gusta la violencia. No creo que se gane mucho quemando bancos y rompiendo
vitrinas. Sin embargo, siento un gran placer cuando veo la reacción en Atenas y
las otras ciudades de Grecia ante la aceptación por el parlamento griego de las
medidas impuestas por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Si
no se hubiera dado una explosión de rabia, me habría sentido a la deriva en un
mar de depresión.
El
gusto es el gusto de ver al gusano tantas veces pisado voltearse a rugir. El
gusto de ver a aquellos que han sido abofeteados mil veces devolver el golpe.
¿Cómo podemos pedir a la gente que acepte dócilmente los recortes feroces en su
nivel de vida que implican las medidas de austeridad? ¿Queremos que expresen su
acuerdo cuando se elimina el potencial creativo de tanta gente joven, atrapando
sus talentos en una vida de desempleo? Todo eso solamente para que los bancos
tengan su ganancia, para hacer a los ricos más ricos. Todo eso para mantener un
sistema capitalista que pasó desde hace mucho su fecha de caducidad y que ahora
ofrece nada más destrucción al mundo. Si los griegos aceptaban mansamente estas
medidas, sería multiplicar depresión por depresión, la depresión de un sistema
fracasado multiplicada por la depresión de la dignidad perdida.
La
violencia de la reacción en Grecia es un grito que se lanza al mundo. ¿Cuánto
tiempo nos vamos a quedar sentados viendo al mundo desgarrado por esos
bárbaros, los ricos, los bancos? ¿Cuánto tiempo nos vamos a quedar parados
observando la intensificación de las injusticias, la destrucción de lo que
queda de los servicios de bienestar, la reducción de la educación a un
aprendizaje acrítico y sin sentido, la privatización de las aguas del mundo, la
eliminación de las comunidades y el desgarramiento de la tierra para el
beneficio de las compañías mineras?
Este
asalto que es tan agudo en Grecia se está llevando a cabo en el mundo entero.
Por todos lados el dinero está subordinando la vida humana y no humana a su lógica,
la lógica de la ganancia. Esto no es nuevo, pero la intensidad y la amplitud
del ataque es nueva, y nueva también la conciencia generalizada de que la
dinámica actual es la dinámica de la muerte, que es muy posible que todos
estamos encaminados hacia el aniquilamiento de la vida humana en este planeta.
Cuando los comentaristas eruditos explican los detalles de las últimas
negociaciones sobre el futuro de la eurozona, olvidan mencionar que lo que se
está negociando tan ligeramente es el futuro de la humanidad.
Todos
somos griegos. Todos somos sujetos que vemos cómo nuestra subjetividad está
siendo aplastada por la aplanadora de una historia determinada por el
movimiento de los mercados de dinero. Millones de italianos se manifestaron una
y otra vez contra Berlusconi, pero fueron los mercados de dinero los que lo
derrumbaron. Lo mismo en Grecia: protesta tras protesta contra Papandreou, pero
finalmente fueron los mercados de dinero los que lo despidieron. En ambos
casos
fueron leales y comprobados sirvientes del dinero que fueron designados para
tomar el lugar de los políticos caídos, sin el más mínimo simulacro de una
consulta popular. Ésta no es siquiera una historia hecha por los ricos y
poderosos, aunque de seguro se benefician de ella; es la historia hecha por una
dinámica que nadie controla.
Las
llamas en Atenas son llamas de rabia y nos alegran. Sin embargo, la rabia es
peligrosa. Si se personaliza o si se voltea contra grupos particulares (los
alemanes en este caso), se puede muy fácilmente convertir en algo puramente
destructivo. No es una coincidencia que el primer líder de la clase política en
protestar contra la última ola de medidas de austeridad en Grecia fue un líder
del Laos, el partido de la extrema derecha. La rabia se puede tan fácilmente
volver una rabia nacionalista, incluso fascista, una rabia que no aporta nada a
la creación de un mundo mejor. Es importante entonces tener claro que nuestra
rabia no es una rabia contra los alemanes, ni incluso contra Merkel o Sarkozy,
o Calderón. Estos políticos son nada más los símbolos arrogantes y miserables
del objeto real de nuestra rabia, el dominio del dinero, la subordinación de
toda vida a la lógica de la ganancia.
Amor
y rabia, rabia y amor. El amor ha sido un tema importante de las luchas que han
redefinido el significado de la política en el último año (ver los artículos
recientes de Luis Hernández Navarro, Ángel Luis Lara, entre otros). El amor ha
sido un tema constante de los movimientos Ocupa, un sentimiento profundo
incluso en el corazón de los choques violentos en muchas partes del mundo. Pero
el amor camina de la mano con la rabia, la rabia de ¿cómo se atreven a robarnos
la vida, cómo se atrevan tratarnos como objetos? La rabia de un mundo diferente
creando su camino a empujones a través de la obscenidad del mundo que nos
rodea. Tal vez.
Esta
irrupción de un mundo distinto no es solamente cuestión de rabia, aunque la
rabia es parte de ella. Necesariamente implica la construcción paciente de otra
forma de hacer las cosas, la creación de diferentes formas de cohesión social y
de apoyo mutuo. Detrás del espectáculo de los bancos en llamas se enuentra un
proceso más profundo en Grecia, un movimiento más silencioso, de la gente que
se niega a pagar el transporte público, los recibos de luz, las casetas en las
autopistas, las deudas bancarias; un movimiento nacido de la necesidad y de la
convicción de la gente organizando su vida de otra forma, creando comunidades
de apoyo mutuo y cocinas populares, ocupando edificios y terrenos vacíos,
creando jardines comunitarios, regresando al campo, dando la espalda a los
políticos (que ya no se atreven a mostrarse en las calles) para crear formas de
democracia directa para tomar decisiones sociales. Todavía insuficiente,
todavía experimental, pero crucial. Detrás de las llamas espectaculares está la
búsqueda y la creación de otra forma de vivir que determinará el futuro de
Grecia y del mundo. Todos somos griegos.
(Texto
de John Holloway, La Jornada,
29/II/12).
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