“Y así estaba, recogido, los nervios
finos por saber, cuando su puerta se abrió de golpe. Él se incorporó, tieso y
veraz.
“–¡Silencio! ¿Qué quieren de mí?
“Un tiro en la cabeza le hizo caer
suavemente, como un desvanecer de piel y huesos… Desnudo ya, descolgado de su aventura,
le llevaron hasta el filo del corredor, alto, alto, alto y de allí le aventaron
contra el patio” (La hoguera bárbara, Alfredo Pareja Diez-Canseco, 1944).
Hace cien años, el 12 de enero de
1912, la vida de Eloy Alfaro, prócer del Ecuador moderno, llegó a su fin. En la
abyección y el ultraje digitado por los liberales de levita y conservadores
chupacirios que hoy continúan acechando, como buitres de la historia, la
revolución ciudadana del presidente bolivariano Rafael Correa.
Alfaro nació en Montecristi, pueblo
caliente ubicado en la combativa provincia de Manabí, cuna del
"liberalismo machetero". Desde los 24 años, en la fragua militar
contra los gobiernos conservadores llegó a general en jefe de la revolución
liberal (1895), siendo elegido dos veces presidente de la república
(1896-1901/1907-11).
Las derrotas del Viejo Luchador fueron
amargas cuanto fructíferos sus muchos exilios en Panamá, donde fue acogido por
el líder liberal Belisario Porras y en Nicaragua por el presidente José Santos
Zelaya, quien le confirió el grado de general.
Melodía que Alfaro conocía por los
relatos de las luchas independentistas que de niño le contaban su madre, y de
joven Francisco Calderón, viejo cubano vinculado al primer grito emancipador de
América Latina (Quito, 1809). Calderón había emigrado a la ciudad ecuatoriana
de Cuenca y fue padre del capitán Abdón Calderón, muerto a los 18 años a causa
de las heridas recibidas en la batalla de Pichincha (1822).
Según el historiador cubano Regino
Sánchez Landrián, sería en Panamá donde Alfaro amplió sus horizontes. Allí
entabló amistad con el colombiano Vargas Vila, el dominicano Máximo Gómez, José
María Merchán, Antonio Maceo y otros ilustres patriotas antillanos y jefes
mambises que se hallaban exiliados en el istmo cuando en la manigua cubana
concluyeron las primeras acciones bélicas contra España, a finales de 1870.
En octubre de 1890 se entrevistó en
Buenos Aires con el director del diario La Nación, Bartolomé Mitre, quien
enterado de su inminente partida a Estados Unidos le entregó una suma
importante para su corresponsal en Nueva York, José Martí. Alfaro andaba sin un
peso, pero el dinero llegó intacto a manos del destinatario. En carta al
ideólogo alfarista José Peralta le confiesa: "Recuerdo que la fortuna premió
mis desdichas cuando conocí a Martí en aquel frío octubre por encomienda del
señor Bartolomé Mitre".
En Vida y muerte de Eloy Alfaro, el
biógrafo Roberto Andrade asegura que fue en Lima donde Máximo Gómez y Eloy
Alfaro sostuvieron varias entrevistas, acordando la solidaridad y fraternidad
cuando nada predecía el triunfo político de ambos. Alfaro cumplió, y así lo
expresa Maceo, El Titán de Bronce, en carta fechada en Pinar del Río el 12 de
junio de 1896:
"Por la prensa española he sabido
que usted, en cumplimiento de lo que un día me ofreció, ha trazado en pro de la
causa cubana. Reciba, por tan señalada prueba de amistad y de consecuencia, mis
más expresivas gracias y las de este ejército." En efecto, no bien Alfaro
alcanzó el poder, se dirigió a la reina de España y le solicitó la
independencia de Cuba.
En ese mismo año de 1896, el gobierno
alfarista convocó a un Congreso Nacional Americano, que debía reunirse en
México para discutir la doctrina Monroe. Encuentro que fue boicoteado por el
Departamento de Estado. Apoyándose en una circular de Miguel Covarrubias
(encargado de negocios mexicano en Washington), el historiador ecuatoriano Juan
Paz y Miño recuerda que para el secretario Richard Olney “…el Ecuador no tenía
el prestigio bastante para acometer ni para llevar a cabo una empresa de la
importancia que debía tener un Congreso americano”.
El guión de los enemigos de América
Latina no ha variado. En 1900, durante la agresión y boicot de Alemania y
Francia a los puertos de Venezuela por deudas impagas, el periódico británico
Herald atribuía a “un diplomático europeo” lo siguiente:
“Hay muchas razones para creer que
Cipriano Castro ha entrado en una conspiración con los presidentes del Ecuador
y Nicaragua y los jefes revolucionarios de Colombia, animados por el propósito
de unir cuatro países en una sola confederación… el presidente Castro ha estado
fraguando aquel plan y que ha dado poderosos y frecuentes auxilios a los
revolucionarios de Colombia, con absoluto menosprecio de todo principio de
neutralidad, y aún de decencia…”
No satisfechos, quienes asesinaron a
Alfaro en el penal García Moreno de Quito (donde el prócer se hallaba preso
junto con sus lugartenientes), descuartizaron su cadáver.
¡Mueran los masones! ¡Mueran los
herejes! ¡Viva la religión! Arrastrados por las calles céntricas, los pedazos
del Viejo Luchador y el resto de las víctimas fueron quemados en el parque El
Ejido.
Pareja Diez-Canseco evoca: “En la
punta de una bayoneta, la barba de don Eloy viajaba iluminada por las llamas”.
(Texto de José Steinsleger, La Jornada, 18/I/12).
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