domingo, 9 de octubre de 2011

REFLEXIÓN: Ideología global

La ideología tiene en la actualidad mayor gravitación en la política imperial que en el pasado. El mantenimiento del orden global requiere suscitar la adhesión de importantes sectores de la población. Este apoyo no se consigue solamente con el temor o la resignación que generan las agresiones del Pentágono.

La ideología imperial contemporánea recurre a ejercicios de persuasión, para combinar la coerción con el consenso, en los términos concebidos por Gramsci. El revolucionario italiano, retrató cómo la dominación burguesa exige mezclar el uso de la fuerza con modalidades de consenso. Destacó que la sujeción de los oprimidos requiere formas de consentimiento hacia los poderosos, logradas por intermedio de la cultura y el liderazgo moral.

Gramsci subrayó que el uso exclusivo de la violencia sólo permite una supremacía coercitiva, que no asegura la reproducción de la opresión clasista. Señaló que únicamente el predominio ideológico permite consolidar formas de hegemonía más perdurables. Ese sostén se logra suscitando entre los oprimidos, la aceptación de los valores postulados por los opresores. Esa atadura se construye generalizando identificaciones imaginarias y reforzando los mitos de pertenencia a una comunidad compartida, en un cuadro de mayor incorporación política de sectores populares al sistema vigente1.

Mientras estas formas de hegemonía operaron tradicionalmente en marcos exclusivamente nacionales, la dominación contemporánea exige impactos de orden global. Funciona a través del americanismo como una ideología de todo el imperialismo colectivo y no sólo como transmisión de las creencias de cada burguesía a su respectiva población. Es propagado por una potencia dominante que ejerce la coacción y difunde los valores que sostienen al orden vigente. Estados Unidos apuntala ambos pilares al manejar el mayor aparato bélico de la historia, propagando principios capitalistas compartidos por todas las clases dominantes.

En este plano se verifica una diferencia importante con los liderazgos precedentes. La combinación de primacía militar e ideológica norteamericana no es equivalente a las preeminencias anteriores de las ciudades italianas, el reino de Holanda o el colonialismo británico2.

Aunque cada período histórico incluyó la supremacía ideológica de alguna potencia, el americanismo tiene un alcance global que no tuvieron sus antecesores. Genera imitaciones y complicidades que nunca logró el precedente inglés. La ideología imperial de Estados Unidos contiene un componente inédito. Es repetida en el exterior, como una biblia del capital y es propagada en el interior, como un himno a la igualdad de oportunidades. En el mundo, oculta su defensa de la explotación y en la metrópoli, mistifica una tradición de ascenso social que se forjó con la esclavitud de los negros y el genocidio de los indios.

Esta doble función explica la gravitación alcanzada por esa ideología entre las clases dominantes. ¿Pero cuál es su grado de efectividad actual entre los pueblos? La exaltación del beneficio y la competencia, que tanto entusiasma a las elites capitalistas, no es espontáneamente compartida por el grueso de la población. La credibilidad de estos principios está directamente afectada por la violencia que rodea a la acción imperial.

El americanismo no se reduce a magnificar las virtudes de la libre empresa. También propaga la utilización de las armas para garantizar esas ventajas. Por esta razón, la extensión de su penetración entre las capas populares depende de los éxitos o fracasos de una política que se impone mediante chocantes brutalidades. Para contrarrestar la indignación que generan los vandalismos imperiales hay que ocultar la información y se requiere manipular la opinión pública. Pero la viabilidad de esas digitaciones varía en cada circunstancia.

Ciertamente las mayorías populares están influidas por las creencias dominantes, pero sólo consienten esos mitos cuando parecen compatibles con mejoras sociales y económicas. Para que esas ideas se extiendan al conjunto de la población, el costo de las aventuras imperiales debe resultar imperceptible (o tolerable) para esas mayorías.

El menor impacto que tienen hasta ahora entre la población norteamericana las agresiones contra Irak o Afganistán (en comparación a Vietnam), es un ejemplo de esta variedad de efectos. La ideología que justificó ambas invasiones compartió las mismas incoherencias y se basó en los mismos argumentos pueriles de inminente peligro para la supervivencia de los estadounidenses. Pero las condiciones en que operaron esas creencias han sido distintas.

En los años 70, la crisis del sistema político, la rebeldía social, las demandas democráticas y el impacto de las luchas antiimperialistas desnudaban con mayor facilidad las inconsistencias de la propaganda imperialista. Además, el carácter profesionalizado del ejército permite en la actualidad guerrear sin la conscripción obligatoria, que sublevaba a la juventud.

La ideología solo condiciona, por lo tanto, en forma genérica un conjunto de actitudes, que cambian en función de las circunstancias políticas. En Estados Unidos estas condiciones influyen directamente sobre una ciudadanía débil, que tiene escasa participación en la vida pública. Esa población sólo sostiene las aventuras en el exterior que no afectan su nivel de vida y sensación de seguridad.

Tensiones e inoperancias. Las creencias imperiales dominantes transmitidas por los medios de comunicación tienen un impacto enorme. Estos dispositivos de propagación desbordan ampliamente la influencia que ejercía en el pasado el ámbito escolar, religioso o familiar. Moldea hasta niveles impensables el razonamiento de la población.

Pero esta penetración no es ilimitada. La cohesión que aportan las ideologías a los grupos dominantes no se proyecta con la misma intensidad a los sectores populares. El carácter contradictorio de estas creencias dificulta, además, su interiorización, como un sentido común. Las creencias que los dominadores imponen al conjunto de la sociedad coexisten con otras culturas y están socavadas por sus propias incoherencias. Los mitos imperialistas operan como cualquier otra modalidad del pensamiento dominante. Influyen sobre toda la sociedad, pero tienen una penetración diferenciada entre sus propulsores, aprobadores y simples receptores3.

En las últimas décadas el americanismo ha contado con las mismas ventajas y los mismos contratiempos que rodean al neoliberalismo. Ambas doctrinas han logrado un importante nivel de consentimiento en las coyunturas de estabilidad y padecen fuertes dislocaciones en los momentos de crisis. Las dos variantes afrontan el descreimiento cuando sus incongruencias emergen a la superficie. Un sistema de competencia que socorre a los bancos pierde tanta credibilidad como una intervención humanitaria que perpetra masacres. Las dos modalidades del pensamiento dominante están corroídas por las inconsistencias que impone el funcionamiento turbulento del capitalismo contemporáneo.

La ideología imperial transmite creencias indispensables para la reproducción del régimen vigente. Es un error suponer que la gravitación de esas ideas ha decrecido por el impacto de otros procesos condicionantes de la vida social. La expansión de la técnica, el reinado de la información, la declinación de las pasiones políticas o el aumento del descreimiento cínico, no reducen el peso de la ideología. Sin las creencias neoliberales, el capital no podría introducir privatizaciones y sin el americanismo, el imperialismo no podría sostener sus agresiones militares.

Las ideologías cumplen un papel central. Operan como creencias, cosmovisiones y prácticas colectivas, que las clases capitalistas necesitan desenvolver para ejercer su dominación. Son pensamientos representativos de los intereses dominantes, que se transmiten a través de creencias ilusorias y falsas conciencias de la realidad. Legitiman poderes, eternizan un propósito opresor y bloquean la aparición de alternativas.

Pero las ideologías están sujetas también a múltiples contradicciones por la variedad de funciones que cumplen y por la multiplicidad de planos en que deben actuar. Interpelan a sujetos que comparten variados ámbitos de pertenencia (familia, sindicato, nación, religión), que están regidos por creencias diferenciadas y se encuentran sometidos a los conflictos entre las distintas subjetividades en juego4.

Estas tensiones corroen directamente la ideología imperial. La protección de la familia choca con el alistamiento de los seres queridos, los principios religiosos de convivencia confrontan con la adhesión a la brutalidad de la guerra, la defensa de la patria contradice el apoyo a una aventura en el exterior.

El americanismo está socavado por su propio desenvolvimiento, pero la comprensión de estas contradicciones requiere reconocer su gravitación. Esta singularidad sólo es perceptible si se notan sus especificidades en comparación al imperialismo clásico y si se capta que constituye una forma de pensamiento ligada al poder estadounidense. El registro de ambos aspectos exige tomar distancia con la ortodoxia y el globalismo.

1 Gramsci Antonio, Notas sobre Maquiavelo, el estado y la política moderna, Nueva Visión, Buenos Aires, 1972.

2 La analogía es planteada por: Arrighi Giovanni. El largo siglo XX. Akal, 1999 (cap 1 y 3).

3 Esta tesis desarrolla Callinicos Alex, Making history, Polity Press. London, 1989, (cap 4). El enfoque opuesto en: Abercrombie Nicholas, Hill Stephen, Turner Bryan S. La tesis de la ideología dominante, siglo XXI, Madrid, 1987.

4 Esta multiplicidad de tensiones es analizada por: Jameson Fredric, “El posmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío”, Ensayos sobre el posmodernismo, Imago Mundi 1991. Eagleton Terry. Ideología, Paidós Barcelona, 1997. Therborn, Goran, La ideología del poder y el poder de la ideología. Siglo XXI, Madrid, 1987.

(Texto de Claudio Katz, rebelión, 26/VIII/11).

No hay comentarios:

Publicar un comentario