Como una tradición muy arraigada, fomentada e impulsada tanto por los gobiernos autoritarios, como por los gobiernos humanistas, el “Año de Hidalgo” ha de celebrarse en este municipio con todas las de la ley, como debe ser, sin medias tintas, y con las uñas bien agarradas a todo lo que huela a billete, a cuenta bancaria o a transacción. Después de dos años de nulidad de parte de quien conduce las riendas de San Francisco –es un decir–, la tradición llegará a su destino. En este reino del caos, donde el cambio es una ilusión, todo el estercolero pasa de una administración a otra y, la única novedad, son los nombres que estarán en los diferentes puestos como funcionarios públicos en la administración por venir.
El “Año de Hidalgo” es el último en que los funcionarios salientes del municipio elevan las manos al cielo, con una única consigna: “Chingue su máuser el que deje algo”, y, otra vez, como en un carrusel, la familia feliz festeja: ¡El rey ha muerto, Viva el rey! Práctica ritual de los dueños del poder de este municipio, herencias que pasan de generación en generación: que se vaya el actual príncipe, que venga el nuevo amo, tan rapaz y ambicioso como todos. Una tradición que ha sido institucionalizada a fuerza de ser repetida una y otra vez. ¿Cuentas claras? No hombre, las distintas administraciones se cubren las espaldas unas a otras, aquí nadie es delincuente, todos los que se van son seres angelicales que, aunque dejen las finanzas temblando, serán respetados por honestos y brillantes, con obras infladas donde ni el valor, mucho menos el costo es lo que importa. En San Francisco quedarán inconclusos muchos proyectos, después de dos años perdidos en los que abundaron los planes, las promesas, los discursos y los berrinches; es decir, esta administración ha sido pura saliva y bilis; sin embargo, las cifras son alegres y cuadran.
En este “Año de Hidalgo”, de manera soterrada, para no hacer olas, ya se balconean dentro de sus respectivas facciones, los suspirantes a ocupar el máximo puesto burocrático en el municipio; donde por la gracia de los caciques en San Francisco, podrán ocupar ese anhelado puesto. En pocos meses más, se anunciará la nueva buena: ¡Que comience la farsa electoral! ¡Que la ciudadanía exprese libremente su deseo de llevar al mejor hombre o mujer a ocupar el puesto de la ilusión! Y así será, el reloj marcará la hora en que el nuevo príncipe cargará con la responsabilidad de llevar a cuestas el progreso de este caótico municipio, sumido en el desorden, el ambulantaje, la inseguridad, el analfabetismo funcional, la explotación infantil en los centros de trabajo, el hacinamiento en un alto porcentaje de las viviendas, el clandestinaje de bebidas alcohólicas, prostitución, laboratorios procesadores de drogas, tráfico de menores y el desempleo, los pésimos servicios, así como el rezago en el campo.
Tarea titánica la de componer este municipio, y más aún, con la plaga endémica consistente en tanta rata metida a político, simples burócratas que por tráfico de influencias llegaron al puesto que ocupan. Esta mediocre administración sólo generó una nueva camada de gente vividora.
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