El 21 de septiembre, en un discurso pronunciado ante la Asamblea General de la ONU, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, afirmó que no existe atajo para la solución del conflicto palestino-israelí, que la paz no llegará mediante declaraciones y resoluciones en la ONU, y que son los israelíes y los palestinos, no nosotros, los que deben llegar a un acuerdo en los temas que los dividen. Tales declaraciones se suman a la decisión, anunciada en días previos por el gobierno de Washington, de vetar, en su calidad de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, la solicitud del reconocimiento de un Estado palestino.
Los señalamientos formulados por el mandatario estadunidense dejan ver la miseria moral y el doble discurso de Washington y sus aliados, que apenas unos días antes aceptaron, sin ningún trámite de por medio, la incorporación a la ONU del Consejo Nacional de Transición en Libia –conformado por fuerzas opositoras al régimen de Muamar Kadafi– y en cambio siguen regateando el derecho del pueblo palestino a constituir un Estado soberano, como demandan las resoluciones 242, 338 y 3236 del organismo multinacional.
La negativa pertinaz a que Palestina ocupe el sitio que le corresponde en la comunidad internacional plantea, por lo demás, una perspectiva lamentable, pues, lejos de abonar al cumplimiento de las reivindicaciones legítimas de ese pueblo, parece parte de un plan destinado a borrar del mapa a ese grupo nacional. Resulta indignante que el actual ocupante de la Casa Blanca recurra a argumentos pueriles, como la insistencia en la negociación bilateral como única salida al conflicto y la afirmación de que la resolución del mismo no se alcanzará mediante resoluciones de la ONU, cuando el belicismo y la unilateralidad del régimen de Tel Aviv han cancelado esa vía y han demostrado que la pacificación en Medio Oriente difícilmente se conseguirá fuera del ámbito de Naciones Unidas y el derecho internacional.
La falta de solución del añejo conflicto entre Israel y Palestina plantea, la perspectiva de una fractura de la comunidad internacional, de un mayor aislamiento de Tel Aviv en la región y en el mundo y de un aumento de tensiones en Medio Oriente. Si tal perspectiva se concreta, el principal responsable será el gobierno de Washington.
(Editorial de La Jornada, 22/IX/11).
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