Los lazos sociales que establecemos resultan cada vez más inestables, débiles y heterogéneos. Toda experiencia compartida se despliega hoy sobre un fondo de contingencia, fragilidad e incertidumbre. La hipótesis de la dispersión trata de hacer legible ese nuevo fondo de lo social.
La dispersión. Es el tipo de experiencia social que produce la hegemonía del mercado, cuando el Estado pierde su función reguladora y estructuradora de las relaciones intersubjetivas, es decir, interpersonales. En el pasado reciente, el Estado moldeaba lo social en configuraciones estables, adaptadas al régimen productivo fordista, mediante instituciones (llamadas “disciplinarias”) como la familia, la escuela, el hospital, el cuartel, la fábrica, la prisión, etc. Ellas moldeaban las subjetividades, es decir, los modos de vida. Eran estas marcas institucionales, en su permanencia, las que definían quién era cada uno, las que ligaban ciertos cuerpos a ciertos nombres, tareas y lugares sociales. Y contra estos anudamientos y moldeamientos –en muchas ocasiones injustos y opresivos– se desplegaban las políticas emancipatorias modernas que eran, antes que nada, políticas de alteración de los órdenes estatalmente establecidos.
Por el contrario, hoy el mercado está constantemente ensamblando y desensamblando los vínculos en función de su incesante búsqueda de la maximización del beneficio. La alteración se convierte en la norma y la estabilidad en la excepción. Eso es la dispersión.
La forma como afecta a nuestras vidas cotidianas. Por un lado, crece una cierta sensación de ser como náufragos a la deriva, sin capacidad de incidencia sobre nuestro rumbo, aferrados a recursos que encontramos desarticulados, en flotación, pero sin los cuales no podríamos subsistir. El acceso a la salud, la vivienda, la cultura, el trabajo o la experiencia amorosa se vuelven precarios, intermitentes, sujetos a composiciones tan contingentes como las condiciones en las cuales deben desplegarse.
Por otro lado, la dispersión se traduce también en un tipo de experiencia subjetiva caracterizada por el desborde y la saturación. La experiencia más habitual de la navegación en la web es un ejemplo claro de esto: vamos arribando cada vez a más enlaces que nos conducen a la apertura de nuevas pestañas que a su vez nos vinculan con nuevos enlaces hasta que al final ya no sabemos a qué atender. La sensación de que nuestra vida se ramifica en infinitas diferencias va de la mano con el malestar que provoca la creciente dificultad para articular estas diferencias en una composición de sentido más o menos regulable, legible u orientable. De este modo nos vemos arrojados a una suerte de incesante bricolaje existencial. La primacía de la inestabilidad multiplica los estímulos ante los que hay que responder y nos obliga a un trabajo de constante actualización de nuestra lectura del medio en el que nos movemos (porque, apenas logramos orientarnos, la cosa vuelve a cambiar y hay que reajustar dicha orientación).
Nuestra relación con el otro en la dispersión. El otro es mi semejante en tanto que comparte conmigo el espacio de la ley que regula nuestra interacción. Somos semejantes en tanto que estamos sujetos a la misma ley. No hay nada en las condiciones de mercado que instaure algo similar. Según la lógica neoliberal, el único modo de hacer legible el comportamiento humano es suponiéndole la búsqueda del máximo beneficio como motor. Por tanto, el otro deja de ser mi semejante y se convierte en un recurso a instrumentalizar o en un simple obstáculo a mi recorrido. Los mercados contemporáneos pueden ser pensados como territorios de la guerra de todos contra todos, como territorios donde las acciones de defensa de un confort “interior” ficcional se combinan con un reverso de hostilidad generalizada hacia todo lo que sea considerado exterior.
El desafío hoy, es la autoproducción -de forma constante y a través de la creatividad- de los modos en los que queremos vivir allí donde la dispersión tiende a destituir las configuraciones que osan establecerse. En condiciones de dispersión no hay cadenas que romper, sino experiencias colectivas que componer y sostener en entornos altamente variables, de modo que, posiblemente, la cuestión pase por pensar en términos de autoorganización y de políticas igualitarias.
(Texto de Amador Fernández-Savater, rebelión, 1/III/11).
No hay comentarios:
Publicar un comentario