Con una magnitud que sorprendió a los sismólogos, Japón fue golpeada doblemente por las fuerzas de la naturaleza. Un terremoto mayor que cualquiera conocido en la historia de Japón y el consiguiente tsunami, con olas de más de 10 metros que impactaron en la costa noreste causando un balance inicial de centenares de muertos, una vasta destrucción en infraestructuras y red de transporte y la declaración del estado de emergencia tras verse afectadas varias centrales nucleares. Confirmadas las fugas radiactivas por los daños en los sistemas de refrigeración, obligaron al gobierno a situarse en el peor de los escenarios: el de un cataclismo natural que se convierte en una catástrofe nuclear. Los mercados tampoco fueron ajenos a esta situación de alerta mundial y cerraron con fuertes pérdidas y una gran preocupación por las implicaciones que pudiera tener en una economía como la japonesa, de gran proyección global.
El terremoto, de gran intensidad y muy poca profundidad, fue una “tormenta perfecta” para generar un tsunami. Con un epicentro a poco más de 100 kilómetros de la costa, apenas hubo tiempo para la evacuación. Los terremotos y tsunamis son relativamente comunes en El Anillo de Fuego del Pacífico, un cinturón volcánico que rodea el océano. Probablemente no haya país en el mundo tan preparado y con códigos de construcción tan estrictos como Japón para resistir las devastadoras consecuencias, pero las fuerzas de la naturaleza son implacables, contienen una tensión construida y acumulada durante siglos que súbitamente se descompone liberando enormes cantidades de energía. Y sitúan al ser humano ante la cruda realidad de su inevitable fragilidad.
El pueblo japonés es perseverante, estoico y disciplinado. La unidad, el propósito común y la resistencia colectiva ante los desastres están muy enraizados en el alma japonesa. Como han demostrado en otras ocasiones, sabrán trabajar juntos en la gran fábrica social de la reconstrucción. Ya lo dijo el gran poeta japonés, Matsuo Basho, en un haiku del siglo XVII: “Las vicisitudes de la vida/ tristes, para convertirse finalmente/ en un brote de bambú”.
Los escapes radiactivos. A las 48 horas de ocurrido el desastre, las autoridades asumieron dos graves decisiones: la primera, evacuar con urgencia a más de 200 mil personas; la segunda, utilizar agua de mar como refrigerante de emergencia en una central nuclear, sabiendo que la corrosión causada por ese líquido probablemente la inutilice para siempre. El mayor accidente nuclear desde Chernobyl, que afecta las centrales atómicas de Fukushima Daiichi y Fukushima Daini, se agravó con una explosión en la primera de ellas, que hizo volar por los aires la cobertura de protección externa, aunque, según las autoridades, no dañó la coraza que cubre el núcleo radiactivo. Sin embargo, especialistas en la materia, aseguraron que “Japón está violando su obligación de informar adecuadamente sobre la emergencia nuclear. Ese país deberá hacer saber si sus centrales se adecuaban a las normas internacionales: de no ser así, suya es la responsabilidad; y si las cumplió, entonces las normas eran insuficientes”.
El peligro mayor “es que se funda el núcleo del reactor y que, como ocurrió en Chernobyl en 1986, se produzca una violenta explosión, todo el núcleo salte en pedazos y se desparrame por la atmósfera”, explicó el físico nuclear Mario Mariscotti.
Los técnicos de la Compañía Eléctrica de Tokio (Tepco), que administra las dos Fukushimas, permitieron una emisión controlada de vapor para reducir la presión. Al detectarse cesio radiactivo en las proximidades de la central, las autoridades distribuyeron pastillas de iodo entre la población cercana, ante la posibilidad de que en la atmósfera se presentara iodo 131, radiactivo: éste se deposita especialmente en la glándula tiroides y la prevención consiste en saturar esa glándula por ingestión de iodo común.
La OIEA elevó la alerta nuclear en la central de Oganawa, unos kilómetros al norte de Fukushima; así como en la de la central de Tokai, a sólo 120 kilómetros de la capital. Las centrales nucleares se encuentran bastante cerca las unas de las otras a lo largo de la costa este de Japón, la región más cercana al epicentro del terremoto.
Fukushima: punto de inflexión. El hecho de que haya ocurrido en el país de los robots y los coches eléctricos marca un punto de inflexión en la historia de la tecnología. Fukushima simboliza el final del sueño de una energía nuclear manejable y la realización de que esta forma de energía ni se tiene ni nunca se tendrá bajo control total. Japón se ha convertido, una vez más, en símbolo del poder arrollador de la energía atómica. Hiroshima marcó el terrible comienzo de la era nuclear en términos militares. 70 años después, Fukushima marca el principio del fin en términos de uso civil.
Fukushima es ya un acontecimiento de implicaciones globales en términos simbólicos, económicos y políticos comparable al que supuso el 11-S. El 11 de septiembre de 2001 significó para Occidente su vulnerabilidad, el hecho de enfrentarse a un mundo que escapaba a su control. El 11 de marzo de 2011 significó que la idea de un poder nuclear controlable no puede seguir siendo apoyada. Simboliza lo vulnerable que es el imposible anhelo de una energía nuclear totalmente controlable.
(Basado en Editorial de gara, marzo 12 y 16, 2011; página 12, 13/III/11; cubadebate, 13/III/11).
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