Desde que tenía apenas unos 6 años los niños del barrio lo empezaron a llamar “el Ratón”. Pasaron muchos años desde aquel bautismo. Ahora ya ronda los 18 y ya nadie se acuerda de que alguna vez, cuando todavía estaba en la panza de su mamá, lo soñaron con el nombre de Alejandro. Tiempos aquellos de ilusión ingenua. Le soñaban con un destino magno que nunca llegó. Él siempre fue y será “el Ratón” para todos. Cargando con un apodo que le asestaron por esa altura siempre escasa, la melena renegrida y salvaje y la histórica manía de andar corriendo, como queriendo escapar. Todo el tiempo. Fugando quién sabe de qué dolores de ese barrio, al que alguien, en el Ayuntamiento le propuso el nombre de “Santa María” o “Renovación” o “Purísima Concepción” (¿importa el nombre?) como una ácida ironía de un lugar anclado en la exclusión más honda. Su mamá, la Concha, tuvo desde siempre y sin saberlo, una pertenencia de fuego. Es parte de ese colectivo de madres que se ubican hoy en el 37% de mujeres en edad fértil hundidas en la pobreza o la indigencia. Una investigación del CEIDAS (http://www.ceidas.org/cs_map_guanajuato_esp.shtml) reveló que 254 mil 129 hogares (23% del total) en el estado de Guanajuato son jefaturados por mujeres. La Concha y “el Ratón” pertenecen a esta categoría: viven en casa de la abuela de “el Ratón”, una mujer divorciada y dejada en el desamparo. De los 4 millones 893 mil 812 habitantes en el estado, 924 mil 930 (18.9%) viven en condición de pobreza alimentaria –definida como la incapacidad para obtener una canasta básica alimentaria–; 1 millón 301 mil 753 mujeres (26.6% del total de habitantes) viven en condición de pobreza de capacidades –definida como la insuficiencia del ingreso disponible para adquirir el valor de la canasta alimentaria y efectuar los gastos necesarios en salud y educación–; 2 millones 525 mil 206 guanajuatenses (51.6%) viven en condición de pobreza de patrimonio –definida como la insuficiencia del ingreso disponible para adquirir el valor de la canasta alimentaria, así como realizar los gastos necesarios en salud, vestido, vivienda, transporte y educación–. Además, 1 millón 32 mil 292 mujeres mayores de 15 años (59% del total de mujeres) han sido víctimas de violencia intrafamiliar. Y de ellas el 28.6% es pobre y el 9.1% es indigente. El mismo informe resaltó que “la transmisión intergeneracional de la pobreza comienza en el hogar. Las y los hijos de madres y padres pobres tienen una alta probabilidad de ser pobres, y las y los niños que crecen en hogares pobres, incluyendo los hogares encabezados por mujeres, crecerán y replicarán estas condiciones”. Ni “el Ratón” ni la Concha saben que llegaron marcados por el estigma de pertenencia a esa estadística que no perdona. Que no deja margen alguno para volar hacia otras tierras menos crueles. Predestinados a la resignación o al odio por ese karma devenido sistémico. Nacidos y empujados a los abismos en geografías que repiten la historia una y otra vez en un círculo que se parece demasiado a un sino feroz. “Es como llevar una cruz encima, ¿no? La cargó mi mamá y la voy a cargar yo también. Tiene que ser así”, dice resignadamente Romina, con sus 15, mientras ve rondar los dolores de su madre sobre sí misma como un fantasma que la busca y la seduce. Como una araña que va tejiendo su tela en la que espera pacientemente que se pose su enemigo para atraparlo y luego devorarlo impiadosamente. El informe del CEIDAS desnuda que “las mujeres que son madres en México se encuentran en una condición social de mayor vulnerabilidad” con respecto a las que “están en situación de ser jefas de hogar o cónyuges pero que no tienen hijas o hijos”. Las inequidades de un país que empuja a los acantilados de la nada a millones que juntan desde los márgenes las migajas que deja la brecha del desamparo, generan que el grueso de las mujeres en edad fértil padezcan una anemia ya crónica que simboliza la crueldad de la desnutrición. Se trata de un círculo sanguinario, nacido en la más férrea determinación de un sistema dispuesto a sobrevivir a partir de la expulsión. De la estigmatización eterna de quienes van aportando más y más vidas a un ejército de vulnerados. Que responde a la lógica atroz de que pertenecer es un verbo destinado a unos pocos. Son los millones que miran y crecen sin la oportunidad de la vida justa.
(Texto basado en Claudia Rafael, argenpress, 28/I/10).
No hay comentarios:
Publicar un comentario