domingo, 10 de julio de 2011

VENTANAS: A Javier Sicilia

Hoy por hoy nuestra patria,/ con todos sus colores desteñidos.

es tan campo minado por el infortunio,/ tan infierno nuestro de todos los días,

que la poesía,/ capaz no sólo de asaltar/ a la belleza para robarle

sus secretos,/ sino de cantar al dolor,/ decir de la llaga,

ser cronista de la asfixiante y vieja forma

en que las flores saben marchitarse,

en fin, salir de su funda para soltar al delincuente

y sus cómplices de arriba,/ su ráfaga de salvajes aullidos

de denuncia,/ se ve forzada de pronto a callar,

a morderse la lengua,/ a amurallar el grito,

a decirse ¿dónde diablos pongo/ este escándalo que se instala en mi pecho,

este cementerio en llamas/ que cargo a la espalda?

Un poeta, un verdadero poeta que enmudece/ es en la patria de hoy una tragedia,

algo que amerita/ poner las banderas a media asta.

¿Por qué, Javier, se han muerto entre tus labios/ los gorriones? ¿Por qué le has roto

a todos tus lápices la punta?

No me respondas. Sé lo que te ocurre.

Si a un poeta/ le dejan anegados los ojos

de lágrimas de sangre,/ lo crucifican en la impotencia,

porque dejan a un hijo/ convertido en memoria,

no puede sorprendernos/ que arroje su lira al polvo,

esconda sus palabras debajo de su lengua/ y ponga enloquecido a su silencio

a tocar a dos manos los timbales.

No puede sorprendernos.

Al principio, poeta, yo quise, como tú,/ tapiarme la boca con un puño.

Decir, contigo: estoy hasta la madre,/ no volveré a escribir

ni el poema atolondrado de una sílaba.

Pero después pensé/ que muchos no sabemos callar,

que poemas nos salen hasta por los codos,

que más bien queremos vomitar abecedarios/ aullar a voz en cuello.

Pero tal vez tu estruendo sin vocablos,/ tu fanfarria de palabras sin rostro,

logre más, en el caos que nos tiene/ hasta desordenadas las entrañas,

que el conjunto de poetas aullantes/ que siempre hemos creído, pobres tontos,

que la enfermedad de la sordera/ sólo podrá aliviarse con el grito.

(Texto de Enrique González Rojo Arthur, La Jornada, 12/V/11).

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