domingo, 10 de julio de 2011

OPINIÓN: Playa Girón y la Revolución cubana


En la madrugada del 15 de Abril de 1961 aviones de combate camuflados como si fueran cubanos bombardearon los principales aeropuertos militares de Cuba. Las agencias noticiosas del imperio informaban que se había producido una sublevación de la fuerza aérea “de Castro” y el embajador de Estados Unidos ante la ONU, Adlai Stevenson -expresión del ala más “progresista” del partido Demócrata, ¡menos mal!- trató que el Consejo de Seguridad de ese organismo emitiera una resolución autorizando la intervención de Estados Unidos para “normalizar” la situación en la isla. No tuvo respaldo, pero el plan ya estaba en marcha.

Aquel bombardeo fue la voz de orden para que una brigada mercenaria que con absoluto descaro la CIA y el Pentágono habían venido preparando durante más de un año desembarcara en Bahía de Cochinos, con el declarado propósito de precipitar lo que en nuestros días los melifluos voceros de los intereses imperiales denominarían eufemísticamente como “cambio de régimen”. En Marzo de 1960 –apenas transcurrido poco más de un año del triunfo de la Revolución Cubana– el presidente Eisenhower había firmado una orden ejecutiva dando vía libre para desencadenar una campaña terrorista en contra de Cuba y su revolución. Bajo el amparo oficial de este programa se organizó el reclutamiento de unos mil quinientos hombres (un buen número de los cuales no eran otra cosa que aventureros, bandidos o lúmpenes que la CIA utilizaba, y utiliza, para sus acciones desestabilizadoras) dispuestos a participar de la inminente invasión, se colocó a las organizaciones contrarrevolucionarias bajo el mando de la CIA (es decir, la Casa Blanca) y se crearon varias “unidades operativas”, eufemismo para no llamar por su nombre a bandas de terroristas, escuadrones de la muerte y paramilitares expertos en atentados, demoliciones y sabotajes de todo tipo. Más de tres mil personas murieron en Cuba, desde los inicios de la Revolución, a causa del accionar de estos delincuentes apañados por el gobierno de un país cuyos presidentes, invariablemente, nos dicen que Dios los puso sobre esta tierra para llevar por todo el mundo la antorcha de la libertad (de mercados), la justicia (racista, clasista y sexista) y la democracia (en realidad, la plutocracia). Lo creían antes, y lo creen todavía hoy. Lo creía el católico John Kennedy y el metodista George W. Bush. La única excepción conocida de alguien no infectado por el virus mesiánico es la de John Quincy Adams, sexto presidente de los Estados Unidos, hombre práctico si los hay, quien dijo, en memorable frase, que “Estados Unidos no tiene amistades permanentes sino intereses permanentes”, algo que los gobiernos “pitiyankees” de nuestros países deberían memorizar. (Recordar que este Adams, hijo del segundo presidente de Estados Unidos, John Adams, fue también Secretario de Estado del presidente James Monroe, y colaboró activamente en la formulación de la doctrina que lleva su nombre).

Delincuentes, retomando el hilo de nuestra argumentación, como Luis Posada Carriles -uno de los más conspicuos criminales al servicio del imperio, terrorista probado y confeso, autor intelectual, entre muchos otros crímenes, de la voladura del avión de Cubana en 1976, con 73 personas a bordo- quien hace apenas unas semanas fue absuelto de todos sus cargos y disfruta de la más completa libertad en los Estados Unidos.

Estos episodios revelan con elocuencia el clima moral que prevalece en las legiones imperiales.

La derrota de la invasión mercenaria lejos de aplacar al imperio exacerbó aún más sus instintos asesinos: la respuesta fue la preparación de un nuevo plan, Operación Mangosta, que contemplaba la realización de numerosos atentados y sabotajes tendientes a desarticular la producción, destruir cosechas, incendiar cañaverales, obstaculizar el transporte marítimo y el abastecimiento de la isla y amedrentar a los eventuales compradores de productos cubanos, especialmente el níquel. En pocas palabras: preparar lo que luego sería el infame bloqueo integral que sufre Cuba desde los comienzos mismos de la Revolución. Huelga decirlo pero el pueblo cubano -patriótico, consciente y organizado, fiel heredero de las enseñanzas de José Martí- frustró una vez más los miserables designios de la Operación Mangosta. Al día siguiente del bombardeo aéreo del 15 de Abril, en el homenaje que el pueblo de Cuba rendía a sus víctimas, Fidel proclamaría el carácter socialista de la Revolución Cubana con las siguientes palabras: "Compañeros obreros y campesinos: esta es la revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes". Y el 19 de Abril, en Playa Girón, se libraría el combate decisivo que culminaría con la primera derrota militar del imperialismo en tierras americanas. Latinoamérica, su respiración contenida ante esta reedición del clásico enfrentamiento entre David y Goliat, recibió con inmensa alegría la noticia de la derrota de las fuerzas del imperio, y nuestros pueblos terminaron por convencerse que el socialismo no era una ilusión sino una alternativa real. Otra historia empezaba a escribirse en esta parte del mundo. Durante aquellas históricas jornadas la camarilla contrarrevolucionaria estaba a la espera en Miami, presta para trasladarse a Cuba una vez que los invasores controlasen por 72 horas una “zona liberada” que les permitiera constituirse como “gobierno provisional” y, desde allí, solicitar el reconocimiento de la Casa Blanca y la OEA, y la ayuda militar de Estados Unidos para derrotar a la Revolución. Pero Fidel también lo sabía, y por eso su voz de mando fue la de aplastar a la invasión sin perder un minuto, cosa que efectivamente ocurrió. Parece que en Miami todavía siguen esperando.

(Texto de Atilio A. Boron, rebelión, 16/IV/11).

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