Esta tierra de albas rosas se pudrió,/ no por la lluvia;
Ya nada crecerá de buena eternidad;
Cielos baldíos/ ¡Que la desgracia sea!
Esta materia sin sentido / lejos del sueño;
Sin otra lágrima que el grito, sin más/ voz que el silencio...
¡Que la soledad sea!/ Estos cuerpos apenas / fuera del alma
Sombras abandonadas a la piedad de un dios.../ Sangrando, asfixiadas, como estrellas,
más que ciegas, frías.../ ¡Que el mayor dolor sea!
¿Quién convirtió el hambre y la desdicha/ en el pan de nuestra mesa?/ ¡El poder!
¿Quién hará la paz/ cuando
(Pobrecitos nuestros muertos/ que no vieron el fin de la desdicha)
(Que no tuvieron luz,/ para las lágrimas oscuras de la agonía)
¡Pobrecitos nuestros muertos!/ ¿Quién hizo de nuestros muertos/ la única razón para la muerte?/ ¡El odio!
¿Dónde mora el odio?/ ¡En la casa del poder!
¿Quién guardará la/ historia que se silencia?/ ¡La memoria!
¿Quién le dará sentido/ al cuerpo que se destruye por la calle?/ ¡La conciencia!
¿Quién detendrá la vida que se arrebata?/ ¡El deseo!
¿Quién hará del cuerpo/ la casa para el alma, siempre?/ ¡El amor!
¡Que el amor sea la vida/ sobre el frío sudor de nuestros muertos!
(Texto de Vicente Zito Lema, argenpress, 22/XII/09).
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