domingo, 21 de febrero de 2010
MUNICIPAL: Dialéctica ancestral
En algún lugar del pasado, cuando los ideales despertaban las conciencias, se inflamaban las convicciones y el espíritu se enaltecía; de un tiempo para acá, cuando se agudiza la tensión entre los extremos, se confrontan las visiones aparentemente opuestas de los mismos exponentes de la realidad… Dicen los que saben que para comprender la historia es necesario leerla bajo la luz de la condición humana, porque los grandes logros y los yerros colosales son la materialización de las ideologías, y que por eso, la dominación es el único factor constante a lo largo de los siglos. ¿Qué tiene que ver la ideología con el devenir histórico? ¿Qué papel juega la ideología en la cotidianeidad de la población? La ideología dominante en cada época, coyuntura o circunstancia en el tiempo, es la que ha matizado la actitud de cada sociedad en su forma de pensar, en sus costumbres, en su manera de interpretar la realidad. Se dice que cada generación debe repensar la historia, porque los hombres envejecidos la entregan corrompida, acomodando los valores históricos al régimen de sus intereses creados; es decir, les corresponde a los jóvenes transfundirle su sangre nueva, sacudiendo el yugo de los malsanos atavismos. Por ejemplo, si San Francisco contara con dirigentes –políticos, empresariales, sociales, magisteriales, sindicales, etc.– de avanzada y progresistas, la población se vería influenciada y beneficiada por el contraste entre las distintas corrientes de pensamiento, lo cual le permitiría evaluar las distintas propuestas que ayudaran a superar los vicios que detienen el desarrollo social. Habría un beneficioso debate público y un productivo juego de ideas. Sin embargo, la realidad es todo lo contrario: desde el poder político-económico, se ha insistido en filtrar hacia la sociedad un rancio conservadurismo que ha derivado en un estancamiento de las voluntades, en una parálisis de las conciencias, en una desmotivación hacia la solidaridad con las luchas de otros, y lo que es peor: en una intolerancia hacia los que piensan distinto. Así, no es de sorprender que el alcalde Jaime Verdín, montado en la misma lógica de los que le precedieron, simplemente recicle lo ya andado por otros, sin nada –hasta ahora– que le de un sello distinto en su modo de “hacer política”, en su forma de conducirse como “el ciudadano presidente municipal”. En su mensaje de fin de año a la población, Verdín nos regala una delicia de lo mejor de la ideología en boga: la autoestima como peldaño para la superación personal, meta suprema para alcanzar la felicidad. Dijo Verdín a través del diario a.m. (diciembre 31): “El año 2010, desde la trinchera que a cada cual le competa estar, bajo el rol que desempeñe, debe vivirse ante todo con la salud personal plena, estando bien consigo mismo para que se pueda extrapolar a todo punto de coincidencia (sic) y convivencia en sociedad”. Entusiasmado, el alcalde siguió con un rosario de buenos deseos, que, no dejan de causar gracia, porque habla como si desde su posición no tuviera compromiso alguno, olvidando que él es el responsable de conducir los destinos de este municipio: en sus manos está el dar a conocer la cuantía del saqueo a las arcas municipales en la administración anterior, en sus manos está el denunciar el mal uso de los recursos públicos, en sus manos está el castigar a los malos elementos de Seguridad Pública vinculados al narco, en sus manos está en pedir la renuncia a los funcionarios públicos ineficientes, en sus manos está en desmilitarizar las calles y caminos del municipio, en sus manos está el predicar con el ejemplo, es decir, le pide a la población vivir en armonía, cuando él, tiene graves y serios conflictos con el panismo de la localidad. No hay que olvidar que Verdín fue impuesto como candidato en las elecciones pasadas, provocando un fuerte repudio del llamado “panismo histórico”. Por eso es que las instalaciones de la Presidencia Municipal se han convertido en un nido de alacranes, las reuniones del Cabildo son ásperas y pesadas, y el personal de las distintas direcciones vive en un estado de confusión e incertidumbre. En ese contexto, y como si hablara desde un plano desvinculado de este mundo, Jaime Verdín le pidió a la comunidad que, “lejos de fijarse en preferencias políticas, en ideologías, en grupos o en modos de vida, lo principal es ver al ser humano que cada uno es (sic), ver a la persona, no sus acciones o sus proezas, atender al ser (humano) que algo puede hacer cada día para construir (un) mejor mañana personal, familiar y de sociedad”. Una de dos: o el alcalde se encontraba bajo los efectos de alguna hierba opiácea o, de plano nos quiere ver la cara. Sus palabras no reflejan una auténtica sinceridad: “El 2010 debe verse con la meta de (contar con) salud personal… teniéndola, lograremos que venga por consiguiente la alegría, el gozo, la mejora económica y el progreso”: ¿se le pide salud personal a quienes sufren las consecuencias de una crisis que Calderón ha profundizado? ¿Se le pide construir un mejor mañana personal y familiar a quien vive en la incertidumbre de perder su precario empleo? ¿Se les pide vivir con alegría y gozo a quienes padecen las consecuencias de la carestía y el estancamiento del país? ¿En qué país vive el alcalde? Y como si le enviara un mensaje a sus propios correligionarios, dijo: “Es tiempo de ser humildes, actuar con responsabilidad… entre seres humanos no hay diferencias, y el deseo es igual para todos, teniendo fe que en el 2010 se logre la mayor tolerancia y convivencia entre quienes tienen ideologías distintas, (así) como que prive el diálogo sobre la soberbia”. ¡Ah, la palabra soberbia en labios de quien ha actuado al margen de las necesidades de los excluidos, de quien ha defendido el proyecto que ha mantenido hundido a nuestro país! ¿No actúa con soberbia Jaime Verdín cuando protege a Toño Salvador, vividor empedernido del presupuesto público, en cuya administración hubo un sobre gasto de casi 8 millones de pesos, un desfalco en SAPAF y peculado y concusión de parte de varios funcionarios públicos? ¿En verdad se le seguirá un proceso al extesorero municipal Jorge L. González Téllez por su “reincidencia” en el sobregiro en los gastos de todas las dependencias en la pasada administración municipal? ¿Y qué acciones va a tomar el que pregona “humildad y responsabilidad” sobre la mala calidad en los trabajos realizados en el piso de la Zona Peatonal ? ¡Vergüenza debía tener el alcalde al ponerse a hablar de armonía, fraternidad y demás cursilerías cuando en su actitud refleja desidia, indolencia e irresponsabilidad al no actuar decididamente en contra de las corruptelas de su antecesor! Tiene razón José Ingenieros cuando escribe que: “El ignorante vive tranquilo en un mundo supersticioso, poblándolo de absurdos temores y de vanas esperanzas; es crédulo como el salvaje o el niño. Si alguna vez duda, prefiere seguir mintiendo lo que ya no cree; si descubre que es cómplice de mentiras colectivas, calla sumiso y acomoda a ellas su entendimiento”. Por ello, cuando se recapitula el pasado se redimensiona los acontecimientos, se desmitifica a políticos inconsistentes y propicia el análisis comparativo. Hoy por hoy, es posible identificar a la aristocracia porfirista entre las élites actuales. Con el advenimiento del 2010, el devenir histórico adquiere importancia y significación. La celebración del bicentenario de la guerra independentista y el centenario de la gesta revolucionaria han provocado la recuperación de la memoria colectiva y el despabilamiento del discernimiento. Pero si las retrospectivas son inevitables, las comparaciones son imprescindibles: las castas inferiores novohispanas, los desposeídos y desfavorecidos en el caos decimonónico, el lumpen modernista, los jodidos del posmodernismo, todos ellos, sobreviven en los mismos márgenes de la miseria y la desventura. La independencia no mejoró las condiciones de vida de los mestizos ni desvaneció la crueldad de la estratificación social en función del origen y la raza; los sacrosantos postulados de la Revolución mexicana cristalizaron en mitos nacionalistas pero no se diseminaron en el territorio nacional. Aún ahora subsiste el centralismo que intentaron derrocar los criollos, la autonomía sigue siendo una quimera monumental. Los ideales democráticos de la Revolución se rompen en una partidocracia que ahora propone la reelección como una forma subrepticia de un neototalitarismo. El consenso social, la soberanía popular, la opinión pública como garantes de la democracia no inciden en la toma de las decisiones: el reciente aumento en la gasolina, con la inexorable secuela inflacionaria, es una evidencia del criterio despótico de un régimen que no reconoce límites ni contrapesos. A doscientos años del grito de Dolores y a cien años del levantamiento revolucionario, los desposeídos subsisten en la jodidez; el olvido institucional se agudiza en regímenes carentes de sensibilidad social y el poder de las masas se manifiesta únicamente en los devaneos del mercado, porque ahora, el contexto histórico admite y perpetúa la tensión entre las visiones siempre opuestas de los mismos exponentes de la realidad… ¿Cabe, ante este panorama, pensar en la posibilidad de una armoniosa convivencia social como lo pretende Jaime Verdín? ¡Imposible, porque en estos días la lucha de clases se ha tornado cruenta y descarnada! Y, otra vez, José Ingenieros nos da luces: “Los hombres rebajados por la hipocresía viven sin ensueño, ocultando sus intenciones, enmascarando sus sentimientos, dando saltos como el (chapulín); tienen la certidumbre íntima, aunque inconfesa, de que sus actos son indignos, vergonzosos, nocivos, arrufianados, irredimibles. Por eso es insolvente su moral: implica siempre una simulación”. Es por eso que la burguesía de este municipio se muestra desconfiada e inconforme con el actuar de Verdín. Los ricos de esta localidad, especialmente a los que vemos en sus mansiones lujosas y en sus autos de lujo sufren ansia crónica por partida doble: obsesión de poseer más y más, y tiemblan vitaliciamente por la posibilidad de perder lo que tienen. Por tanto, reclaman a la autoridad más seguridad para sus fortunas. Ahí se agota su desparpajo para enriquecerse a costa, siempre, de los demás. Los ricos son el testimonio viviente y el monumento de piedra a pie de calle de la usurpación, del expolio, del engaño y hasta del crimen si hacemos caso a aquellos que dicen que detrás de toda fortuna hay por lo menos uno. Los límites de la riqueza y de la pobreza son claros: nadie debe ser tan rico como para comprar a otro, ni tan pobre como para tener que venderse. Y cuando decimos venderse, no nos referimos al cuerpo, sino a su conciencia: lo único que nos hace dignos de ser humanos. ¿Lo entenderá el alcalde?
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