lunes, 1 de febrero de 2010

INTERNACIONAL: EU: insuficiencia peligrosa

En medio de gran desempleo y penurias económico-financieras como en la gran depresión, Obama envía 30 mil tropas más a Afganistán. Toma riesgos de guerra general ampliando de hecho la agresión y el gasto, de Medio Oriente a Asia central y del sur. Reduce en 16% los efectivos para atenuar el rechazo a seguir en Irak, pero en silencio añade 52% de mercenarios con empresas de seguridad rebasando a la tropa.

En África y América Latina, Estados Unidos se prepara como en tiempos de guerra para controlar población, recursos y líneas marítimas de comunicación, en caso de que se desboque la intensificación bélica de Irak y Afganistán a Pakistán, Irán, Israel, Rusia, etc.

El déficit fiscal de 2009, el mayor desde 1942, es de 1.4 billones (trillions) de dólares, cerca de 11.2% del PNB. A decir de N. Ferguson, es una política fiscal de guerra mundial sin guerra. En ese rumbo el Consejo de Seguridad de Obama dio luz verde al golpe en Honduras y apoya ahí comicios bajo la bota de quienes respiran por las narices de sus asesores en la CIA y en la base de Palmerola. Se acabó el respeto a la autoridad civil y a la Carta Democrática. El estado de excepción sigue por encima del derecho internacional: la Casa Blanca continúa las ejecuciones extrajudiciales en Afganistán/Pakistán utilizando aviones no tripulados; ya las bajas civiles sobrepasan las pilas de cadáveres de Bush mientras se lanzan más efectivos al pantano mesopotámico y a un mundo hecho campo minado.

Para dar impulso a una recomposición hegemónica las tres armas ocupan nuevas superbases en Irak a fin de custodiar, con el puño imperial, la explotación de su inmensa reserva petrolera. Al tiempo que se agudiza el acoso contra Rusia en el Cáucaso, se alientan fricciones navales en el Mar Negro y desde la OTAN, Estados Unidos las lleva al Ártico y al Pacífico. En el Índico realiza rutinas bélicas que incitan el conflicto entre India y China, potenciales rivales suyos.

Junto a hondos cambios en la ecuación mundial de poder, 2009 deja un legado de riesgos de guerra general y osadías estratégicas; aflicciones económicas no vistas desde hace 80 años y una caída del Tío Sam que algunos equiparan a la de la URSS. La fuerza militar y el estado de excepción, lejos de superar el trance hegemónico y la agonía del dólar como moneda mundial decisiva, los profundizan: la debacle en bienes raíces residenciales y comerciales; la prolongación de la crisis y una nula recuperación del empleo anuncian más conflicto y violencia de clase en centro y periferia capitalista, mientras se dificulta acceder a recursos naturales estratégicos: hidrocarburos, metales y minerales críticos. La Agencia Internacional de Energía dice que el crudo convencional llegó a su techo y la producción baja a tasas mayores a las esperadas: ya que Estados Unidos importa 70% y ante el pánico de parálisis general, se gestan soluciones potencialmente ruinosas: más asaltos e intensificación bélica y un democidio global en ausencia de medidas de mitigación que faciliten una transición energética no-bélica calibrada tanto al orden de magnitud de la crisis como al ritmo del agotamiento petrolero.

Obama debe evitar una guerra general por el petróleo (en curso en Irak y Afganistán): en poco tiempo devastaría Estados Unidos y al planeta. La cautela mostrada por los socios clave de Estados Unidos en la OTAN, en torno a Irak y los planes antibalísticos, indican que está presente el trauma de dos guerras mundiales. La experiencia de Estados Unidos es diferente: con la protección del Atlántico y el Pacífico y sin amenazas continentales, desde 1814 su territorio y población nunca fueron atacados y arrasados por otra potencia. Quizá por eso, desde Reagan su cúpula cívico-militar carece de la mesura necesaria para la alarma y freno antes de que el límite máximo de seguridad se confunda con el instante sin regreso.

Es una insuficiencia peligrosa en tiempos de multipolaridad nuclear y balística de alcance corto, mediano e intercontinental.

(Texto de John Saxe-Fernández, La Jornada, 3/XII/09).

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