lunes, 1 de febrero de 2010

EDITORIAL: El Nóbel de la Paz no es para Fidel Castro

Distintas personas, recogiendo proposiciones de muy diversos movimientos sociales, se están dando a la tarea de promover a Fidel Castro como Nóbel de la Paz. Encomiable esfuerzo, sin duda. Quienes respaldan la iniciativa no lo hacen con ánimo de insultar a Fidel Castro, pero ocurre que siendo el dirigente cubano, uno de los seres humanos que más ha contribuido a hacer posible la paz, el Premio Nóbel de la Paz no se lo merece él. Fidel y el pueblo cubano llevan años ganándose el respeto de quienes en el mundo seguimos empeñados en soñarlo de otro modo, pero el premio Nóbel no se creó para reconocer los esfuerzos que Fidel Castro y su pueblo vienen realizando desde aquel bendito fin de año en que comenzaron a reescribir su historia y la nuestra. El Nóbel de la Paz no se otorga por los logros que en materia de salud, de educación, de respeto a los derechos humanos, entre otras virtudes, han puesto de manifiesto Fidel y su pueblo a pesar del infame bloqueo estadounidense que, como subrayan los avalistas de la candidatura, se prolonga por más de 47 años no obstante la general condena de todos los países, con excepción de Estados Unidos, Israel y las islas Palau, colonia occidental en el Pacífico que una vez al año y siempre por el mismo motivo se con-vierte en noticia.

En Memorias del Fuego (II tomo) cuenta Eduardo Galeano algunos de los méritos que hizo el ex presidente estadounidense Teddy Roosevelt para obtenerlo: “Teddy cree en la grandeza del destino imperial y en la fuerza de sus puños. Aprendió a boxear en Nueva York, para salvarse de las palizas y humillaciones que de niño sufría por ser enclenque, asmático y muy miope; y de adulto cruza los guantes con los campeones, caza leones, enlaza toros, escribe libros y ruge discursos. En páginas y tribunas exalta las virtudes de las razas fuertes, nacidas para dominar, razas guerreras como la suya, y proclama que en nueve de cada diez casos no hay mejor indio que el indio muerto (y al décimo, dice, habría que mirarlo más de cerca). Voluntario de todas las guerras, adora las supremas cualidades que en la euforia de la batalla siente un lobo en el corazón, y desprecia a los generales sentimentaloides que se angustian por la pérdida de un par de miles de hombres... Este fanático devoto de un dios que prefiere la pólvora al incienso, hace una pausa y escribe: Ningún triunfo pacífico es tan grandioso como el supremo triunfo de la guerra. Dentro de algunos años recibiría el Nóbel de la Paz”. A semejan-te personaje siguieron otros de la misma ralea.

Barack Obama, a los pocos meses de ser presidente del país que más enarbola la violencia como conducta, la tortura como terapia, el crimen como oficio, la guerra como negocio, se ha convertido en el último canalla Nóbel de la Paz festejado, nadie sabe por qué. ¿Por mandar más tropas a Afganistán? ¿Por multiplicar sus bombardeos? ¿Por llenar de bases militares Colombia? ¿Por propiciar el golpe de estado en Honduras? ¿Por celebrar tiranos con licencia? Por eso, nominar a Fidel Castro al Nóbel de la Paz sería tan absurdo como pretender que Silvio Rodríguez gane un Grammy, que a Eduardo Galeano se le otorgue el Cervantes o que Alfonso Sastre obtenga el Príncipe de Asturias.

Sabemos que el propio Fidel Castro va a declinar la posibilidad de que, a través de ese premio, se reconozca su valor, sus aportes, sus innegables méritos en relación con la paz y su irreprochable vida al servicio de la más hermosa y humana causa. Y no porque Fidel, no sea merecedor de ese reconocimiento, sino porque nunca podría compartir con delincuentes como los descritos su acreditación como Nóbel. Por supuesto que Fidel se merece ése y cualquier reconocimiento que quiera hacérsele, probablemente, al ser humano que en los dos últimos siglos más ha contribuido a la paz. El problema es que ese premio no se lo merece a él.

(Texto de Koldo Campos Sagaseta, rebelión, 2/XII/09).

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