domingo, 13 de junio de 2010

MUNICIPAL: Siete meses

¿Estado? ¿Qué es eso? ¡Bien! Abrid los oídos, pues voy a deciros mi palabra sobre la muerte de los pueblos. Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo el Estado, soy el pueblo”... Pero el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y diga lo que diga miente, y posea lo que posea, lo ha robado. Falso es todo en él; con dientes robados muerde, ese mordedor. Falsas son incluso sus entrañas... ¡Miradlo cómo atrae a los demasiados! ¡Cómo los devora y los masca y los rumia!... ¡Ay, también en vosotros los de alma grande susurra él sus sombrías mentiras! ¡Ay, él adivina cuáles son los corazones ricos, que con gusto se prodigan!... ¡Héroes y hombres de honor quisieran colocar en torno a sí el nuevo ídolo! ¡Ese frío monstruo gusta de calentarse al sol de buenas conciencias! Todo quiere dároslo a vosotros el nuevo ídolo, si vosotros lo adoráis: por ello se compra el brillo de vuestra virtud y la mirada de vuestros ojos orgullosos. ¡Quiere que vosotros le sirváis de cebo para pescar a los demasiados! ¡Sí, un artificio infernal ha sido inventado aquí, un caballo de muerte, que tintinea con el atavío de honores divinos!... Estado llamo yo al lugar donde todos, buenos y malos, son bebedores de venenos: Estado, al lugar en que todos, buenos y malos se pierden a si mismos: Estado, al lugar donde el lento suicidio de todos se llama “la vida” ¡Ved, pues, a esos superfluos! Enfermos están siempre, vomitan su bilis y lo llaman periódico. Se devoran unos a otros y ni siquiera pueden digerirse. ¡Ved, pues, a eso superfluos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad. Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer ¡que la felicidad se asienta en el trono! Con frecuencia es el fango el que se asienta en el trono y también a menudo el trono se asienta en el fango. Dementes son para mí todos ellos, y monos trepadores, y fanáticos. Su ídolo, el frío monstruo, me huele mal: mal me huelen todos ellos juntos, esos servidores del ídolo. Hermanos míos, ¿Es que queréis asfixiaros con el aliento de sus hocicos y de sus concupiscencias? ¡Es mejor que rompáis las ventanas y saltéis al aire libre! ¡Apartaos del mal olor! ¡Alejaos del humo de esos sacrificios humanos!

Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra

En algún lugar vital, en el núcleo de la personalidad, se configuran las actitudes y los ideales; y es justamente ahí, sobre el horizonte de las expectativas, donde se inscribe la conducta social y se condiciona la manera de pensar. En pleno trance, y engolosinado con el poder, el alcalde de San Francisco, presa de otra de sus ocurrencias, considera importante valorar la siguiente disyuntiva: “¿Qué prefieren: vivir en una ciudad grande para pocos vehículos o en una ciudad pequeña saturada de automotores?”. La gran ocurrencia ahora es fomentar la “cultura de caminar”, permitir que “la gente aprecie de mejor manera nuestras joyas arquitectónicas e históricas”, dejando el auto en un estacionamiento. El fundamento es sencillo: “como San Francisco ocupa el primer lugar a nivel estatal en que hay más vehículos por persona, es necesario crear obras de infraestructura que le den un ‘desahogo’ a la ciudad”. Todo está muy bien hasta ahí. Pero, hay un problema: no hay recursos ni tampoco hay un plan que regule los aspectos técnicos que permitan la realización de ese tipo de obras. Luego entonces, se trata de un sueño irrealizable. Al menos para esta administración. ¿A qué se debe la falta de claridad en lo que plantea el alcalde? ¿Qué lo distrae, qué lo acongoja, qué lo perturba? ¿Sus más cercanos colaboradores no están a la altura de las circunstancias, como es el caso de su secretario particular, del síndico y del secretario de ayuntamiento? Porque es más que evidente que la vulgaridad ha sido el sello de esta administración municipal. La vulgaridad es el sello de los hombres ensoberbecidos de su insuficiencia –dice José Ingenieros–; la custodian como su más preciado tesoro. Ponen su mayor jactancia en exhibirla, sin sospechar que es su afrenta. Estalla inoportuna en la palabra o en el gesto, rompe en un solo segundo el encanto preparado en muchas horas, aplasta bajo su zarpa toda manifestación luminosa del espíritu. Por eso es que no podemos esperar mucho de las actuales autoridades: al alcalde se le nota medroso, en sus palabras y en sus gestos. La vulgaridad se ha insertado en cada rincón de Presidencia Municipal, ha trepado por cada pared y, afanosa, va desplegando sus nocivas exhalaciones por cada molécula de aire que se respira en la “casa del pueblo”. La vulgaridad es incolora, sorda, ciega, insensible, nos rodea y nos acecha; se deleita en lo grotesco, vive en lo turbio, se agita en las tinieblas. Es a la mente lo que son al cuerpo los defectos físicos, la cojera o el estrabismo: es incapacidad de pensar racionalmente, de amar con lealtad y sinceridad, incomprensión del diferente, es, en fin, toda la obscenidad. No por nada en siete meses Jaime Verdín ha tenido que sufrir el trago amargo de recibir tres renuncias: 1) Gastón Salomón Hernández, ex director de Transporte Municipal, individuo petulante y grosero, se vio forzado a dimitir ante “la falta de resultados y quejas del personal a su cargo”. Su lugar es ahora ocupado por el servil Mayolo Luna; 2) Valentín Gutiérrez, ex director del Rastro, quien, molesto por la falta de apoyo de Verdín, presentó su renuncia al síndico, evitando a toda costa cruzar palabra con el alcalde; 3) Jacqueline González, ex jefa de Compras, decidió dejar el puesto ante la clara desilusión que le provoca el trabajar para una administración que se ha caracterizado por la improvisación y la falta de coherencia. Igual que el anterior, evitó tener una “plática formal” con Verdín. Éste, tratando de ocultar su deficiente manera de conducir la presente administración, declaró: “Me parece que está quedando claro al interior de la Administración que yo no soy de los que gritan o hacen un gran alboroto si alguien no está cumpliendo en sus funciones; no me voy a extralimitar o exceder, simplemente se analiza el trabajo de cada cual”. ¡Ahí está el problema! Como cada funcionario está bajo la “lupa del análisis” tanto de Verdín y su secretario particular, como del contralor municipal, entonces las filtraciones, los rumores y los chismes, circulan a pasto en todas las dependencias. Por cierto, ¿quién analiza la actuación de Verdín y sus escuderos? Por otro lado, en sus miserables afanes de popularidad, más denigrantes que el servilismo, Verdín espera obtener la simpatía de la población anunciando grandilocuentes “esquemas de trabajo”. Uno de ellos, bautizado con el pomposo nombre de Subcomisión Operativa de Prevención Municipal, pretende llevar a cabo actividades con el fin de prevenir la delincuencia. Su primera acción: “intercambiar pelotas por juguetes que parezcan armas”, para que, según Verdín, “no haya crecimiento en los problemas de inseguridad o de descontrol”. ¡Uf, se vale soñar! Vanidoso y fascinado por la sirena que lo arrulla sin cesar, acariciando su sombra; habiendo perdido todo criterio para juzgar sus propios actos y los de su camarilla y, aprisionado por la intriga que lo ahoga, el alcalde no encuentra la salida al problemón de la “invasión de rutas”: “reuniones de trabajo” van y vienen, sugerencias sobre el uso de “tecnología de punta” salen a relucir y, lo más bonito: promesas de dar seguimiento a “los acuerdos”. Y apenas llevan siete meses.

(Fuentes: Laura M. López Murillo, argenpress, 20/IV/10; José Ingenieros, El hombre mediocre; a.m., abril 7, 10, 16, 20 y 21, 2010; El Heraldo de León, 7/IV/10).

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